La casa del jabonero

Por desgracia se nos ha enseñado que los niños son personitas de cristal y cualquier indicio de disciplina puede marcarlos de por vida.

La vida a través del celular

Jorge A. Amaral

Si algo me llama la atención de la época en que nos tocó vivir es la dependencia que hay hacia el teléfono celular, y no hablo sólo de la necesidad que tenemos de ser localizables en cualquier momento, sino en la necedad de registrar todo con el móvil.

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Por ejemplo, si está ocurriendo una desgracia, no sé, que alguien se esté ahogando o al borde del precipicio, es más probable que alguien saque el teléfono y empiece a grabar a que uno de los presentes estire la mano y ayude a la persona en apuros. Y lo mismo aplica a conciertos: sabemos que de todos modos al rato ese concierto va a estar en YouTube, con buena calidad de audio e imagen, pero hay quienes sienten la necesidad de grabarlo en su celular, y por estar grabando ni siquiera lo disfrutan.

Saco esto a colación porque recientemente se dio a conocer el caso de una niña de Huetamo que a sus 8 años de edad y cursando el tercer grado no sabe leer. La maestra básicamente mandó a la niña de regreso a su casa y que se fuera a vender chiles.

Cuando la niña estuvo en casa y soltó el llanto, la mamá comenzó a cuestionarla sobre la razón, y entonces decidió grabar con su celular y subir el video a las redes sociales para denunciar a la profesora, lo que desató una oleada de comentarios negativos hacia la maestra.

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Seamos francos: una niña que en tercero de primaria y a los 8 años de edad no sabe leer, tiene un serio problema de aprendizaje, y la maestra, aunque tiene su nivel de responsabilidad, no es la única culpable, porque los maestros no son nanas ni pasan las 24 horas del día con los niños. Los maestros brindan la información a los estudiantes, pero de ellos y sus papás depende que esos conocimientos se queden o se escurran como mantequilla caliente en teflón.

Se acusó que la maestra había exhibido frente a todo el grupo a la niña, vaya, pero la mamá la grabó a la subió a redes sociales, exhibiéndola ante cientos o quizá miles de personas. En lugar de grabar a la niña para hacerla viral, desde hace mucho tiempo hubiera soltado el celular y se hubiera aplastado junto a su hija para estudiar con ella, ayudarle en lo que se le dificulta, detectar las debilidades y hablar con la docente para ver de qué manera subir el desempeño académico de la estudiante. Pero no, no lo hizo porque lamentablemente, mucha gente está más dispuesta a solapar la mediocridad que a luchar contra ella a cualquier precio.

Por desgracia se nos ha enseñado que los niños son personitas de cristal y cualquier indicio de disciplina (ojo, disciplina no quiere decir maltrato, aclaro) puede marcarlos de por vida. Claro, esas tarugadas las ha generado gente que ni hijos tiene, entonces lo que saben es de oídas e imaginerías. Lo malo es que gracias a esas nuevas tendencias es que hemos estado creando una generación de pusilánimes que por todo se ofenden, a quienes exigirles es violentarlos y atenta contra su integridad emocional.

Eso es lo malo de esta generación de gente pegada al celular como lapa sin prestar atención a los problemas de su propio entorno, a la naturaleza de los mismos y la necesidad de resolverlos. Insisto: si la señora se sentara con su hija a estudiar, quizá la niña ya sabría leer y escribir de acuerdo con su edad y grado escolar.

Pero no, y veremos en un futuro si conforme crezca, cada vez que la niña tenga un problema o se meta en un lío su mamá la grabará para apelar a la lástima de los usuarios fomentando con ello la autocompasión en la niña. Al tiempo.

Periodismo supeditado

Hace años escuché una frase que me marcó y que en gran medida ha influido en mi forma de trabajar: el periodismo debe ser periodismo, así, a secas, porque en cuanto se le adjetiva como “periodismo consciente”, “revolucionario”, “incómodo”, “oficialista”, “incluyente”, etcétera, etcétera, pierde independencia al quedar supeditado a otros intereses.

Y es que, últimamente, colectivos por la diversidad sexual se molestaron por una cabeza en la que se decía que habían encontrado muerto a un hombre vestido de mujer. La víctima de homicidio, efectivamente, llevaba puesta ropa de mujer, así lo encontraron muerto. La nota jamás da a entender que se trata de un homosexual o cualquiera de sus derivaciones, porque en los peritajes eso no salió. Se entendería la molestia de los activistas si la cabeza o la nota hubieran estado editorializadas como para justificar que su homosexualidad habría tenido algo que ver en el homicidio, y si así hubiera sido, ese tendría que haber sido el enfoque, porque ese fue el móvil y al ser un crimen de odio hay que visibilizarlo como tal, no reducirlo al nivel de cualquier asesinato de los que se cometen a diario, claro, siempre evitando el escarnio, la mofa y el amarillismo. Le busquen por donde le busquen, la cabeza no faltaba a la verdad: era el cadáver de un hombre que estaba vestido de mujer, sin insinuar razones o motivos para ello, sólo los hechos tangibles y verificables de la escena del crimen.

Un caso similar se dio con la molestia de grupos feministas que se enojaron porque en una cabeza, en la página de un periódico, decía “féminas”. Si en la página de enfrente ya estaba la palabra “mujeres”, cualquiera que sepa un poco de esto sabe que repetir términos es un error de edición, pero tales activistas no saben de periodismo.

Y es que no es posible que un criterio editorial cambie sólo por el capricho y la molestia de activistas que no están dimensionando bien el problema, porque censurar una cabeza porque habla de un hombre vestido de mujer o porque dice “féminas” no hará que los crímenes de odio y la violencia de género se erradiquen. Es algo similar a las manifestaciones de grupos feministas en que no se permite la presencia de reporteros hombres. Supongamos que yo soy jefe de información y sé cuál de mis reporteros va a traerme una excelente crónica y quién va a tomar las mejores fotos. Si son mujeres, perfecto, pero si ambos son varones, ¿tocará sacrificar la calidad de la información escrita y gráfica por el capricho de las activistas? Sí. Hoy la agenda la marcan ya no sólo las autoridades desde el oficialismo, sino la disidencia desde la intolerancia.

Por eso no me gustan las etiquetas hacia el periodismo, nunca me ha interesado ser incómodo, progre, oficialista o complacer a grupos de poder o disidencia. Sólo creo en el trabajo honesto y bien hecho que no le da cromo a nadie ni ataca por consigna, suficiente tenemos con tener que informar cosas que no nos gusta que sucedan como para echarnos a cuestas las complacencias. Pero así es este oficio, ya la parte de los negocios y la clientela les toca a los directivos, y si ellos dan indicaciones, los empleados tenemos que acatarlas.

No me haga mucho caso y le explico por qué: me gustan las acciones, los actos son los que logran transformaciones o retrocesos, no la forma en que se les llama. Para mí la corrección política es una faramalla, una mera payasada, cuando la realidad es otra. Conozco mis acciones cotidianas y la forma en que en el día a día actúo en familia y en sociedad, con sumo respeto a quienes me rodean, y estoy tan enfocado en ese pequeño impacto en lo inmediato, que no me queda tiempo para las sutilezas y eufemismos. Es cuánto.

Postdata con mucho ritmo

Mientras escribía esto me encontré un disco, “Ultimate latin dance party”, de Poncho Sánchez. El disco no es nuevo, data de 2002, pero quién sabe por qué el equipo del músico apenas lo subió a YouTube.

Bueno, al grano: el disco es extraordinario, contiene temas de otros álbumes y otros en vivo pero es una buena forma de adentrarse en la obra de este virtuoso de las congas que tanto le ha dado al latin jazz en las últimas décadas.

Además, sonará cliché, pero este disco se me antojó para escucharlo mientras cocino mariscos o pescado, dado el ambiente tropical de la calurosa cuaresma, así que puede ser un buen detalle acompañar un pescado, un caldito o un coctel con una cerveza y algo de la rumba de este genio de la música latina llevada al jazz.