LA CASA DEL JABONERO | Continuidad de AMLO

Está bien que Claudia Shienbaum sea parte de un movimiento y lo represente, pero ahora, como candidata, debe crear el suyo propio, que no la sigan sólo por ser la ungida de AMLO, sino por lo que ella es y lo que ofrece a los votantes

Jorge A. Amaral

Ahora que empezaron las campañas presidenciales y luego de haber escuchado los primeros discursos de las candidatas salieron muchos “ques” y ningún “cómo”. Por un lado, una candidata opositora abandonada en su arranque de campaña por los líderes de los partidos a los que representa. Ella hizo su labor: ofreció un discurso claro y sin mayores sorpresas. Siendo opositora era lógico que las críticas al actual gobierno iban a estar de a peso la docena porque tundir al presidente y sus políticas es la costumbre, lo que se estila. Desde los ojos de sus detractores, todo está mal hecho, nada funciona. Si el gobierno no hace, se le critica por omiso; si hace, seguramente está mal o es parte del populismo, el supuesto sello de la casa. Pero bueno, así es esto.

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Por otro lado, en el Zócalo, vimos a una candidata oficial más oficialista que la oficialidad misma, más lopezobradorista que el mismo López Obrador. Claudia Sheinbaum, pese a estar arriba en las encuestas, empieza débil su campaña. Su discurso en la plaza pública más emblemática del país por momentos sólo constituyó un eco de los discursos de AMLO a lo largo de su carrera política, con todas las frases hechas, con todos los lugares comunes, sin sorpresas ni sobresaltos. El discurso se Claudia Sheinbaum, aburrido, sin carisma ni mucha sustancia, pasa sin pena ni gloria. Bueno, la exjefa de Gobierno capitalino no se caracteriza por sus grandes dotes en la oratoria.

A manera de recurso mareador, leyó uno a uno los 100 puntos de su eventual plan de gobierno, pero al revisarlos, en su mayoría no son sino un plan de continuidad del sexenio de López Obrador. Lo escuché de cabo a rabo en la Redacción y luego leí la versión estenográfica y, créame, fue la cosa más ociosa y aburrida.

Esos 100 puntos, salvo algunos detalles, no son sino lo que López Obrador ya ha planteado en los últimos 6 años, y muchos de ellos salen a relucir todos los días en la mañanera, así que no hubo grandes sorpresas en ese discurso. Tan no hubo grandes sorpresas, que se reflejó a Claudia Sheinbaum como lo que es: un vehículo a través del cual López Obrador gobernaría durante otros seis años. No le diré si eso es bueno o malo, que cada quien se forme su idea.

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Con su discurso y presentación de esos 100 puntos, Claudia Sheinbaum da a pensar que, en caso de ganar, no gobernará con un sello propio, sino que, de forma muy sampetrina (si se me permite tomar prestado por un momento el gentilicio de los oriundos de San Pedro Garza García), ella será la piedra fundacional de la iglesia de López Obrador, porque está tomando las políticas y dichos del presidente como una suerte de catecismo. Ya veo dentro de algunos años el Evangelio de Mario Delgado, Cartas de Marcelo, el Evangelio de Claudia, el Libro de Lord Molécula.

Eso, déjeme decirle, no está del todo mal si de lo que se trata es de mantener nutrido un movimiento político que gira en torno a un solo hombre, porque es lo que se está haciendo: en todos los eventos de Morena se pueden encontrar muñecos, fotos, playeras, libros y demás artículos con la imagen del tabasqueño. En su discurso en el Zócalo, la candidata alentó a la multitud a corear lo que ya parece alabanza: “es un honor estar con Obrador” y todo ese rosario en el que los misterios con “transformadores”, “humanistas”, “austeros” y “buenos y sabios”. Eso hacia adentro de la iglesia funciona bien, pero hacia afuera puede ser desalentador. Le explico.

Anécdota con enseñanza (se baja los lentes a media nariz, todo se pone borroso para el flashback): hace muchos años, estaba en una asamblea de un partido político en mi pueblo. Se disputaba la dirigencia municipal. Los dos contrincantes, dotados de la labia que da el hacer política a ras de suelo y sin bocinas, sacaron su arsenal. El primero de ellos habló del amor al partido, de la lealtad a la causa, de cómo él había sido un miembro fundador, de cómo habían enfrentado todas las dificultades de hacer nacer un nuevo partido en tiempos del priismo más rancio, y por eso se decía listo y capaz de dirigir los destinos del instituto político y llevar a quien fuera candidato a la Presidencia Municipal. Todos aplaudieron. Luego tocó el turno del otro aspirante, quien vio lo que le había funcionado a su contrincante y decidió llevarlo al siguiente nivel. Habló de la fundación del partido, del amor a los ideales, de seguir con la ruta democratizadora de la vida pública, etcétera, pero luego se subió al siguiente escalón: tiró hígados y bofes sobre los demás partidos, se cagó en la madre del PRI y los priistas, llenó la sala de insultos. Sólo le faltó tomar una antorcha encendida y alentar a la turba a incendiar la sede tricolor en el municipio. Algunos aplaudieron con rabia, los más radicales, pero la mayoría sólo se miraron unos a otros y por pura cortesía chocaron sus palmas de forma tímida. Entonces un señor ya mayor pidió el uso de la palabra. Era raro verlo ahí. Felicitó al primer orador por sus palabras y luego se dirigió al segundo: “Yo vine porque me dijeron que había gente con propuestas, saben que toda mi vida he sido priista, que hasta mi hijo fue presidente municipal con ese partido, pero de todos modos me acerqué a ustedes, pero al escucharte, me siento ofendido. Yo venía para unirme, pero mejor me regreso a mi partido o me quedo en mi casa”. Fin de la anécdota, se entiende lo que aprendí ese día (la pantalla se aclara, los lentes vuelven a su sitio).

Si no has de explotar el resentimiento, la impotencia, la inconformidad y el odio, no uses un discurso radical. Eso lo han tenido claro Donald Trump, Javier Milei y en su momento el mismo López Obrador. Pero Claudia Sheinbaum, si quiere mantenerse a la cabeza por ella misma, debe bajarle al lopezobradorismo de hueso colorado y buscar a los que no lo sienten así, a los indecisos, a los que no se sienten comprometidos con Morena ni con AMLO ni con ella, porque a los que estaban en el Zócalo ya no tiene que convencerlos de nada, a ellos ya los tiene. Debe dar un mensaje de autenticidad para atraer a quienes no son obradoristas, debe forjar un sheinbaumismo. Está bien que ella es parte de un movimiento y lo representa, pero ahora, como candidata, debe crear el suyo propio, que no la sigan sólo por ser la ungida de AMLO, sino por lo que ella es y lo que ofrece a los votantes, sobre todo los votantes no alineados a la 4T.

Ahora veamos un detalle que permite contrastar eso que le digo. Xóchitl Gálvez tiene también sus propuestas, la gran mayoría contrarias o al menos diferentes a lo que ha hecho el gobierno de López Obrador. Eso no es malo, para eso es la oposición. Pero en uno de los rubros más populares de esta administración está de acuerdo: mantener los apoyos sociales, y no sólo eso, sino además ampliar el espectro de la pensión para adultos mayores. Entonces, explotando ese recurso, mandó llevar a un notario para firmar que, de ganar, los programas seguirán, y para darle más emotividad al show, hasta una gota de su sangre puso en el documento.

Pausa musical (se recarga en la silla, le toma al café y suena Julio Jaramillo): “Si tú mueres primero, yo te prometo: / escribiré la historia de nuestro amor, / con toda el alma llena de sentimiento, / la escribiré con sangre / con tinta sangre del corazón”. Fin de la pausa.

Esa puesta en escena (todo en la política es espectáculo) hace que si alguien pensaba que de ganar la opositora los programas iban a desaparecer, se convenza de que no, y entonces, respirando aliviado, se dirá: “si los programas siguen, vamos a ver qué más trae esta señora”, y entonces puede que ya se gane nuevos adeptos a su campaña y, a la postre, más votos, más los que consiga explotando el resentimiento de los sectores afectados con las políticas de López Obrador, con las víctimas de la violencia, con los empresarios que han resentido la crisis económica, con los sectores atacados por el régimen y un largo etcétera. Hay demasiado odio en este país, cosa de rascarle tantito.

En fin, ahora hay que ver cómo se desarrollan las campañas, esperemos a ver qué nuevas pifias nos traerán, hay que estar atentos a todos los actos circenses que se avecinan: los changuitos quemando urnas, los borreguitos amaestrados peleándose con medio mundo por un candidato al que ni le importan, las hienas que son capaces de atravesar un aro en llamas sólo por un hueso y, claro, los payasitos que no tienen empacho en besar la mejilla del mismísimo Diablo sólo para una foto conmovedora. Es cuánto.