LA CASA DEL JABONERO | “Hay más pobres, pero les ayudamos”

El porcentaje de personas en situación de pobreza pasó del 41.9 al 43.9% o, dicho de otro modo: ahora hay 3 millones 800 mil más pobres en México.

Jorge A. Amaral

Esta semana se presentó el informe “Medición multidimensional de la pobreza en México”, elaborado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, y el resultado de ese estudio no le gustó al presidente, como era de esperarse.

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El informe del Coneval indica que en el año 2020 se registró un incremento 3 millones 800 mil personas en situación de pobreza en México, en comparación con 2018. Así, en dos años, del total de población del país, el porcentaje de personas en situación de pobreza pasó del 41.9 al 43.9 por ciento o, dicho de otro modo: ahora hay 3 millones 800 mil más pobres en México. Esto quiere decir que en 2018 había 51 millones 900 mil personas en esa condición, y ahora, con los resultados de la Cuarta Transformación y demás factores, suman 55 millones 700 mil personas en pobreza.

Pero eso no es todo, porque el porcentaje de la población en situación de pobreza extrema, esa que de plano está lejos de alcanzar la línea del bienestar, tuvo un aumento de 1.5 por ciento de 2018 a 2020. Esto quiere decir que, pasando del 7 al 8.5 de la población del país, si en 2018 había 8 millones 500 mil personas en este nivel de vulnerabilidad, para 2020 ya se contaban 10 millones 800 mil mexicanos en pobreza extrema; es decir, más de 2 millones de mexicanos en esa condición.

Por otro lado, el número de personas en situación de pobreza moderada también se elevó en 1.7 por ciento, es decir que si en 2018 había 43 millones 2 mil personas, para 2020 la cifra era de 44 millones 900 mil mexicanos.

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Como era de esperarse, ya que no es nada raro, a Su Graciosa Majestad en Palacio Nacional no le agradaron la cifras, y no porque considere negativo que ahora haya más pobres en México, sino porque las cifras alegres del gobierno dicen otra cosa. No olvidemos que Andrés Manuel López Obrador siempre tiene otros datos, más optimistas, más chidos que los que ofrecen los “adversarios” para hacerlo quedar mal. Sí, así de infelices son los reaccionarios.

En la habitual homilía de Palacio Nacional, el mandatario fue tajante ante la pregunta de un emisario de la prensa que acudió a la audiencia en la Corte: no acepta los resultados dados a conocer por el Coneval, no importa que sea un organismo de prestigio a nivel nacional, conformado por expertos en políticas públicas y demás rubros que atañen a la vida nacional.

El reportero intentó decir algo pero fue interrumpido y sólo se quedó non cara de “oiga, don Anlo, no manche, es el Coneval el que lo dice, no el escuadrón de la muerte que se junta en la esquina”, pero el presidente, sabedor de que el Estado es él, enseguida atajó con su habitual “yo tengo otros datos”.

Acusó que ese supuesto aumento fue por la pandemia y sus consecuencias económicas: “Fue por la pandemia. El Coneval tiene formas de medir de otra manera, otros indicadores. Yo respeto, pero es indudable que la gente está recibiendo apoyo (...). No acepto el resultado de esa encuesta, tengo otros datos”, sostuvo. Pero hay que recordar que la pandemia tuvo su impacto en México a partir de 2020, por lo que al mandatario se le pasó buscar una justificación para el aumento de la cantidad de personas en la pobreza durante el año previo. La canícula, la mala suerte, los embates de la Mafia del Poder, el PRIAN, el amor, el desamor, la tristeza, algo, lo que sea para justificar el que ahora haya más millones de pobres en México.

Pero el Dignatario no sólo no acepta una realidad que le golpea en la cara, sino que, además, tiene su propia forma de medir, y hasta afirma que debe cambiar la manera en que se mide el bienestar del pueblo. No sé, con sonrisas, oraciones, en piedra-papel-tijera, unas carreras de sacos… los métodos son ilimitados como la imaginación.

“Veo los datos macroeconómicos, hasta les podría presumir sobre resultados. Lo voy a decir porque les da mucho coraje a mis adversarios, es como ese diablillo de la red que me recomienda: diles que te vas a reelegir”, dijo tratando de desviar la atención mediante chistoretes, como se ha vuelto costumbre desde que el monarca tiene que cubrir en su turno al bufón real.

Y es que al presidente no le interesa que la gente no tenga para comer o que no pueda satisfacer necesidades básicas de consumo, a él le interesa que el pueblo esté contento, y por eso, ante la pobreza, se brindan apoyos, y dice que la gente es feliz con eso.

“Tengo otros datos y creo que la gente está recibiendo más apoyo y, aun con la pandemia, la gente tiene para su consumo básico, y algo muy importante: no ha perdido la fe y estamos saliendo adelante”, dijo el presidente.

Este último punto es curioso porque quiere decir que el gobierno federal no está preocupado por reducir los índices de pobreza, sino por dar paliativos. “¿Tienes neumonía? Mira, te pongo una almohada para apoyes la cabeza y échale ganas, ten fe”. Esos paliativos no están diseñados para abatir los índices de rezago y pobreza, han sido pensados sólo para dar pequeñas satisfacciones a los pobres para que sientan que su gobierno los ayuda, y que por ello es un buen presidente, que apoya a los pobres y les da becas a los muchachos. Eso mantiene la fe en el gobierno, y esa fe garantiza votos en futuras elecciones, garantiza que haya adeptos decididos a machetearse con cualquiera que hable mal del régimen.

Con ese tipo de medidas y declaraciones, López Obrador demuestra que no es distinto de sus antecesores, esos a los que sus feligreses quisieran quemar con leña en la plaza pública. AMLO es sólo un presidente más y sus políticas son tan paternalistas como la Solidaridad de Salinas, el Progresa de Zedillo, el Oportunidades de Fox y Calderón y el Prospera de Peña Nieto.

Para sustentar sus dichos, AMLO señaló que, por la pandemia, la economía nacional cayó en 8.5 por ciento (el declive más fuerte, dijo, desde hace 100 años). Ese decrecimiento afectó mucho al turismo, a los prestadores de servicios, al comercio y a la industria, y de todos los sectores económicos, el único que creció fue el agropecuario, con 2 por ciento. Apenas la cuarta parte de la caída.

Pero el mandatario es optimista, y por eso anuncia que el país se está recuperando, tanto que en 2021 la economía crecerá más de 6 por ciento. Esa previsión del presidente aun así es insuficiente para compensar la caída de 8.5 por ciento.

Siguiendo con el rosario de cifras alegres, optimistas y progresistas propias de su gobierno, Andrés Manuel López Obrador dice que con él no ha habido devaluación; al contrario, y que incluso se aumentó el salario mínimo casi en 50 puntos porcentuales (si bien esto es cierto, es una victoria pírrica porque todo está más caro: compare con cuánto dinero surtía la despensa hace 3 años y con cuánto lo hace ahora).

Además, el presidente festeja y presume que nunca antes como ahora se había dado apoyo a los pobres, y eso es cierto, pero no es lo óptimo, porque lo ideal sería que la cantidad de pobres que ayudar fuera la mínima, que al hablar de beneficiarios de programas sociales nos refiriéramos a un sector de la población, no a la mitad de las familias mexicanas, que son las que requieren esos apoyos, más las que lo necesitan, pero no están afiliadas a ningún programa de apoyo.

El que el presidente de México se resista a aceptar la situación en que vive el pueblo al que gobierna es sumamente grave, porque la realidad no se cambia negándola o matizándola con eufemismos. No dudo de la buena voluntad de López Obrador, quizá tenga las mejores intenciones, lo malo es que posiblemente sus asesores le están tomando el pelo con tal de mantener el puesto en el gobierno y aumentar su capital político. Abro paréntesis con referencias:

Casi al final de la Segunda Guerra Mundial, todos los generales alemanes sabían que todo estaba perdido; que por el este, los rusos ya venían con toda su furia sobre Berlín, y que por el oeste, los ingleses y estadounidenses cerraban el cerco. Todos lo veían venir, todos lo sabían porque los reportes de inteligencia así lo dejaban en claro. Todos, excepto Adolfo Hitler, quien trataba de estar seguro de que aún era posible, y Goebbels, que se empeñaba en arengar al pueblo alemán a seguir luchando, aunque tuvieran que reclutar adolescentes y niños, y lo hicieron hasta que de plano llegó lo inevitable. Y los generales no decían la verdad en las reuniones con el Führer porque se arriesgaban a ser acusados de espionaje y traición y ser fusilados. Cierro el paréntesis con referencias.

No comparo a AMLO con Hitler, para nada, pero el ejemplo me sirve para ilustrar cómo la ceguera, necedad y vanidad de un líder son en demasía peligrosas para un pueblo, y más si también hay achichincles que las alimentan con tal de salvar el pellejo, porque en temas de seguridad, economía y gestión de la pandemia, desde hace mucho hubieran rodado cabezas si el presidente tuviera pleno conocimiento de la realidad del país, más allá de su feligresía, que le aplaude cualquier cosa que haga o diga. Eso quiero pensar, que los asesores son los responsables de la desinformación y necedad del mandatario. Como mexicano lo digo: causaría un dolor terrible saber que la única razón para esos arranques es que el presidente en realidad sólo se esté haciendo pendejo, con todo respeto a la investidura.

Finalmente, esa manía presidencial de siempre tener otros datos es sumamente dañina, porque la información conveniente de AMLO no amplía el horizonte, sólo empaña la vista para ver los problemas.

Mientras escribo esto viene a mi mente el Informe de Gobierno del presidente municipal de un pueblo mexicano ficticio. “En temas económicos, les tengo una buena noticia y una mala. La mala -para que primero pasen el trago amargo- es que, lamento informarles, por la pobreza que impera en nuestro municipio, ahora sólo tenemos mierda para comer. La buena, y eso me llena de alegría, es que ¡alcanza para todos!”. Es cuánto.