LA CASA DEL JABONERO | Nadie deja de aplaudir

Ya se cumplieron tres años de gobierno, ojalá que la segunda mitad del sexenio sea menos de culto a la personalidad y más de resultados tangibles para todos, ya al final diremos su fue un buen o mal gobierno

Jorge A. Amaral

“Los líderes vienen y van, pero el pueblo permanece. Sólo el pueblo es inmortal; todo lo demás es efímero”.
Iósif Stalin.

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“Pueden darle marcha atrás a lo material pero no van a poder cambiar la conciencia que ha tomado en este tiempo el pueblo de México".
Andrés Manuel López Obrador

En 1939, en un distrito de Moscú, se celebraba una asamblea del Partido Comunista. Como era costumbre, Iósif Stalin acababa de dar un discurso y, al término, los asistentes estallaron en aplausos. Pasado más o menos medio minuto, el dictador ruso mostró un reloj y se sirvió un trago, pero nadie dejaba de aplaudir. Pasaron 5 minutos y todos seguían batiendo palmas, pasaron 10 minutos y los camaradas, exhaustos, sólo se miraban unos a otros, pero sin dejar de aplaudir. Pasaron 11 minutos, algunos ya desfallecieron y han tenido que ser sacados en brazos mientras los demás seguían aplaudiendo, hasta que el director de una fábrica del distrito, un ferviente comunista que formaba parte de comité distrital, dejó de aplaudir y tomó asiento.

Ese gesto fue la señal para los demás que, exhaustos, se sentaron y por fin pudieron bajar los brazos. Aunque lo contuvieron, en los semblantes se notaba el suspiro de alivio. Esto está consignado en distintos libros, como el de Martin Amis, “Koba el temible”, o “Archipiélago Gulag”, de Aleksandr Solzhenitsyn, incluso en documentales está plasmado ese momento.

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El caso es que a ese director de fábrica que osó ser el primero en dejar de aplaudir, por la noche fue visitado por la KGB, la temible policía secreta al servicio del régimen comunista, cuyos agentes se lo llevaron. Al final fue sentenciado a 10 años de trabajos forzados en el Gulag. No importó que fuera un fiel servidor del régimen stalinista, ni que fuera un ferviente militante y dirigente del partido comunista. Mucha gente en Rusia moría por mucho menos que eso.

En esto pensaba al escuchar el mensaje de Andrés Manuel López Obrador el 1 de diciembre en la repleta plancha del Zócalo de la Ciudad de México. Aclaro, camarada lector, que no estoy comparando al presidente de México con el dictador ruso, hay un abismo entre ambos personajes, pero ese abismo es cruzado por un puente: el culto a la personalidad.

Otros personajes, como Mao, la dinastía Kim de Corea del Norte, Hitler, Nicolás Maduro, Hugo Chávez, Fidel Castro, Saddam Hussein y hasta Donald Trump, tienen algo en común: fueron adorados (forzadamente o de corazón) por sus feligreses y temidos por sus detractores, su imagen se intentó (y en muchos casos se logró) erigir como objeto de culto. Pero este es un comentario meramente marginal, no vamos a caer en el cuento panista de que AMLO es un dictador y que quiere hacer de México un país capitalista, eso sólo se lo creen las tías FRENAA de Markito Cortés.

No, a lo que voy. Si algo ha sobrado en estos tres años de gobierno lopezobradorista ha sido el culto a la personalidad, la adoración a la figura del presidente, la idealización que de él se ha hecho, la idealización del fanatismo. Por eso, el pasado miércoles acudieron al corazón de la Ciudad de México nada más ni nada menos que 250 mil personas, en un evento convocado por el presidente, auspiciado por el gobierno federal y morenistas de distintos niveles.

Pero a esa muestra de músculo no sólo acudieron morenistas de a pie que llegaron en autobuses con lonche y todo, sino que estuvieron presentes toda la plana mayor del partido, funcionarios federales de distintos niveles, líderes morenistas de distintas partes del país, gobernadores guindas y legisladores de su partido. Todos con la misma consigna: acompañar al “compañero” presidente, arroparlo y nunca ser el primero en dejar de aplaudir, que en este caso se representa con la foto del recuerdo: si un político morenista estuvo ahí y no lo publicó en sus redes sociales, hagamos de cuenta que no fue. Claro que si además de la selfie en el evento se tomó una foto con dirigentes nacionales o miembros del gabinete, el bono de lopezobradorismo sube, y si una de las fotografías es saludando al mandatario, y éste además lo mira y le sonríe, ¡uff!, sus bonos se disparan. “Señor, me has mirado a los ojos; sonriendo has dicho mi nombre”.

Y es que, durante estos tres años, el presidente ha recurrido a distintas acciones para el adoctrinamiento de la base que lo acompaña. Recordemos que ya desde antes de ser electo presidente publicaba libros que sus seguidores devoraban como biblias; luego, ya en la Presidencia, instauró las mañaneras, que no han servido sino para dictar la agenda del día y fijar postura, hasta para azuzar a sus seguidores al linchamiento simbólico de los detractores. Pero, además, el lanzamiento de la “Cartilla moral” fue otro intento de adoctrinar a la ciudadanía, además de que no ha dejado de publicar libros, que los morenistas están obligados moralmente a leer.

Ahora se lanza otra plataforma desde la cual adoctrinar a más feligreses, como si el Canal 11 o el 22 no fueran suficientes. Ahora se ha creado “La 4TV”, que mediante una cuenta de Facebook y un canal de YouTube pretende seguir difundiendo la palabra de AMLO, pero también desvirtuar, como dijo Mario Delgado, las “campañas negras de la derecha”, o como dice otro apóstol del presidente, Antonio Attolini, “la reacción”.

Volviendo al tema del evento en Zócalo, era obvio que al llegar a la mitad de su mandato, al presidente no le importara el riesgo de una nueva variante de COVID-19 (que ya llegó a México) o el peligro de las demás, ya que para eso está López-Gatell, para minimizar y tranquilizar a la gente. Siendo el ecuador de su mandato, AMLO tenía que salir a mostrar que respaldo. Por eso, ese evento no fue una celebración con sus seguidores, con el pueblo bueno. No, ese evento fue una muestra de músculo a sus detractores, a la oposición, a quienes no creen en él. Con esas 250 mil personas apiladas en el corazón de México les dijo que no le van a poder hacer nada en la consulta del año que entra.

Se llame como se llame, el ejercicio del año que entra no es para someter a consulta la revocación del mandato, sino que será la ratificación moral del presidente. Claro, si usted participa, puede manifestarse por que AMLO deje el poder, pero su voto será una aguja en un pajar porque la inmensa mayoría firmará por la continuidad del sexenio. Y es que, aunque podrían aprovecharlo, los partidos opositores no lo harán, no llamarán a la gente a manifestarse por la revocación. ¿Sabe por qué? Fácil: no les alcanzan las canicas. La oposición en México es tan patética, tan pobre, tan ridícula, que no hará cosquillas al mandatario. Y es que, para ser opositor y pesar como tal, se necesita algo más que las redes sociales y treparse a la tribuna de la Cámara de Diputados o a la de Senadores, u organizar ruedas de prensa, para soltar idioteces, como acostumbran legisladores y líderes del PRI, PAN o lo que aún sobrevive del PRD.

Por eso, con una oposición tan desdibujada se antoja complicado que puedan algo contra un mandatario que posee una sólida base social bien cultivada y adiestrada con el culto a la personalidad, con un aparato de funcionarios dispuestos a negar hasta la luz del sol con tal de respaldar y hacer eco a los dichos del camarada presidente. Entonces, visto así, si mi voto no serviría de nada en la consulta, ¿para qué me presto a un ejercicio caro, que sólo servirá para inflar aún más la imagen del gobernante?

Por todo lo anterior, más allá del cariño y lealtad que la militancia de a pie le tiene al tabasqueño (lo cual se respeta, como se hace con cualquier postura personal), la caravana de dirigentes y clase política morenista que acudió al evento del Zócalo, ¿durante cuánto tiempo habrá aplaudido?, ¿quién habrá sido el primero en bajar los brazos? Quien haya sido, debe estar tranquilo, porque nadie lo va a mandar al Gulag, pero si lo atrapan invitando a su boda a connotados opositores al régimen, su cabeza penderá de una estaca sin importar el buen desempeño previo.

Por lo pronto ya se cumplieron tres años de gobierno, ojalá que la segunda mitad del sexenio sea menos de culto a la personalidad y más de resultados tangibles para todos, ya al final diremos su fue un buen o mal gobierno. Al tiempo.

A romper bloqueos

Por fin esta semana sucedió que ciudadanos se organizaron para reventar un bloqueo que maestros de Poder de Base y egresados normalistas tenían en la salida a Pátzcuaro. El jueves, mientras la salida a Charo era un caos por la vacunación a menores de 15 a 17 años y las salidas a Mil Cumbres y Salamanca vivían las complicaciones habituales por las obras detenidas, los docentes y normalistas cerraron a la altura de la colonia Xangari.

Fue entonces que un grupo de personas llegó, retiró conos que los manifestantes habían puesto, hizo retirar unidades a travesadas y abrieron el paso. La medida, aplaudida por mucha gente, sobre todo los afectados de la zona, funcionó, y por fortuna no pasó a mayores, ya que los manifestantes, de forma muy prudente, no se pusieron pesados, y quienes llegaron a reventar el bloqueo lo hicieron de forma civilizada; claro, eran muchos y por eso se impusieron, porque si usted o yo llegamos solos a pedirles que nos dejen pasar, lo mínimo que nos llevaremos de los docentes y normalistas será una mentada de madre.

Esta es una primera llanada para las autoridades, porque, al ver que si se organizan sí se puede, más grupos se organizarán para reventar protestas, lo que en un momento dado puede derivar en escenarios de violencia. Y es que nunca hay que confiar en una multitud enojada, porque es capaz de cualquier cosa (¿no me cree?, lea a Freud).

La autoridad, a través de distintas instancias, debe evitar que este tipo de roces se den, a menos que (siendo bien malpensados) estos grupos estén auspiciados por funcionarios para que las fuerzas del orden no se vean represoras. En este país, en este estado, con todos los intereses políticos que mueven al magisterio y a los normalistas, nada, absolutamente nada, es de extrañar. Es cuánto.