LA CASA DEL JABONERO | Nomás no hagan cochinadas

El presidente dijo que aprueba esas reuniones clero-narcos, pero les puso una condición: que eso no signifique impunidad ni privilegios para delinquir

Jorge A. Amaral

Recientemente se dio a conocer que los cuatro obispos de la Iglesia católica en el estado de Guerrero habían intentado establecer la paz en la entidad mediante el diálogo con los líderes de los principales grupos delictivos que operan allá. Obviamente fracasaron.

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Hay varias cosas en este tema. Por un lado, el hecho de que sean los líderes religiosos quienes tengan que buscar interceder ante los criminales para que se pongan de acuerdo y paren la violencia, sólo demuestra una total ausencia de Estado, un vacío institucional que se antoja apto para desaparecer los poderes en ese estado, porque si los religiosos son quienes buscan hacer esa tarea, quiere decir que el gobierno está totalmente rebasado, tanto el estatal como el federal, aunado a que los presidentes municipales y diputados locales de Guerrero en su mayoría no son sino peones del narco, que decide los destinos del estado, que decide quién gobierna, quién está en cada puesto de gobierno, quién vive y quién muere.

Y es que el estado de Guerrero ha llegado, como el mismo clero ha reconocido, a un punto insostenible, donde las extorsiones ya rayan en lo dramático: no importa si la persona es dueña de una gasolinera, una flota de camiones, un taxi o un puesto de raspados, por igual debe pagar la cuota a los parásitos que de esa manera se allegan recursos para seguir delinquiendo.

¿Qué está haciendo el gobierno ante esto? Nada, en realidad nada que se note, nada que impacte, nada que haga la diferencia, porque es como ha sucedido en Michoacán: no importa cuántos soldados lleguen, cuántos marinos desplieguen, cuántos agentes de la Guardia Nacional sean enviados: el narco sigue operando, sigue gobernando los territorios.

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Cuando le decía que este intento de los religiosos denota un vacío institucional no es sólo porque ellos quieran hacer lo que esté en sus manos para resolver una crisis que es responsabilidad gubernamental solucionar, sino porque, además, el presidente de México, lejos de asumir su responsabilidad como jefe de Estado, más bien avala ese tipo de reuniones diciendo “lo veo muy bien”.

Y es que el presidente dijo en la mañanera que ve muy bien ese tipo de encuentros porque todos debemos contribuir a la paz, aunque sí dijo admitir que garantizar la seguridad es responsabilidad del Estado: “Siempre los pastores, sacerdotes, integrantes de todas las iglesias, participan, ayudan en la pacificación del país. Lo veo muy bien, creo que todos tenemos que contribuir a tener paz; desde luego, la responsabilidad de garantizar la paz es del Estado, eso debe quedar muy claro”, dijo López Obrador, coincidentemente en el puerto de Acapulco. Pero volvemos a lo mismo: si los sacerdotes tomaron esa determinación es porque el Estado no está cumpliendo su responsabilidad.

Pero, además, lejos de plantear una solución, fiel a su costumbre, López Obrador se puso a criticar a los gobiernos pasados, como el de Peña Nieto, cuando surgieron los autodefensas en Michoacán, y de pasada presumió a la Guardia Nacional, cuyo impacto desde su creación en realidad no se ha notado mucho.

Eso sí, el presidente dijo que aprueba esas reuniones clero-narcos, pero les puso una condición: que eso no signifique impunidad ni privilegios para delinquir. “Sí, lo vemos bien, lo vemos muy bien, nada más que nada de acuerdos que signifiquen conceder impunidad, privilegios, licencias para robar, el que quieren abandonar ese infierno, porque también eso se tienen que tener muy claro”, respondió. O sea, sí reúnanse, pero nada de cosas sucias.

Es comprensible la postura del obispo de la Diócesis de Chilpancingo, José de Jesús González Hernández, y sus compañeros de intentar, por los medios a su alcance, que los criminales lleguen a algún acuerdo que permita reducir el baño de sangre en ese estado, así como aminorar las extorsiones, que, como le digo, ya son algo que raya en lo absurdo y desalentador.

Entre las propuestas de los obispos estaba que se repartieran territorios de forma más equitativa, pero, como hay zonas de mucha importancia por la producción y trasiego de enervantes, así como para las extorsiones, era obvio que no iban a ceder así nada más.

Es que estamos ante un panorama que no se presta para esos intentos. Me explico:

recordemos que, en 1994, luego del alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el obispo Samuel Ruiz fue pieza clave en las mesas de negociación entre los alzados y el gobierno federal, que derivaron en la firma de los Acuerdos de San Andrés. Además de Samuel Ruiz hubo otros religiosos involucrados. Así como en Chiapas en la década de los 90, ahora la Iglesia trata de utilizar su poder sobre la población para lograr la pacificación de Guerrero, y para ello apelan a la buena voluntad, a la resolución pacífica de conflictos y el diálogo.

Pero la situación de Guerrero (al menos en este problema) no es la misma que en Chiapas, porque en las montañas del sureste mexicano teníamos un grupo rebelde, una organización disidente y guerrillera que le declaró la guerra al Estado Mexicano para poner fin a siglos de abusos, marginación y atropellos contra los pueblos indígenas no sólo de Chiapas, sino de todo México. Los zapatistas estaban (y siguen estando) movidos por planteamientos ideológicos y políticos (no electorales, que quede claro), en busca de un objetivo de su lucha. En el Guerrero de hoy no es así, porque los grupos delictivos que operan en ese estado son eso: delincuentes, y no están movidos por ideales sociales, políticos o étnicos; no, a ellos los mueve el dinero, la ambición, la necesidad de imponerse sobre otros para tener poder, porque de esa forma sus intereses se ven a salvo. ¿Cuáles son esos intereses? Controlar para monopolizar el mercado ilegal y de esa forma dominar toda actividad lucrativa en el estado para ganar dinero que se destina a dos fines: los bolsillos de los capos y el sostenimiento de las células armadas que defienden esos intereses como si se beneficiaran de ello.

El propio obispo de Chilpancingo lo admitió: “Ellos ambicionan eso y no pudieron… Pedían una tregua, con sus condiciones, pero esas condiciones no fueron del agrado de alguno de los participantes. Fue una cuestión de territorios, que no los sueltan. Les ha costado vidas, trabajo y no los sueltan. Así que tenemos que buscar otras maneras de enfrentar esta situación. Ambicionan el dinero, ambicionan el poder, ambicionan territorios, ambicionan pues los cobros (de piso) y con esto no pudimos. Nosotros vamos al corazón, pero ellos están metidos en las cosas materiales. Entonces tendremos que seguir con estrategias para llegar al corazón, llegar al cambio de mentalidad”, dijo el líder religioso. ¿Qué esperaba de esas personas?

Y mientras los sacerdotes siguen buscando llegar a un corazón que no existe, mientras siguen intentando sacar agua de las piedras, el presidente renuncia a su responsabilidad y les dice “qué bueno que se junten, nomás no garanticen impunidad, nomás no hagan cochinadas”.

Para escuchar esta tarde: buen blues

En esta columna le he hablado del jazz y el funk japoneses, pero hoy le traigo una chulada de recomendación: blues del país del sol naciente, y es que, con una identidad musical que se ha venido formando desde mediados del siglo pasado, los músicos nipones son capaces de enfrentarse a cualquier género musical y demostrar la universalidad, como los miembros de West Road Blues Band.

El grupo se creó en 1972 en Kansai, Japón, inicialmente formado por Takashi “Hotoke” Nagai en la voz; Shinji Shioji y Junji Yamagishi en las guitarras; Tadashi Kobori, en el bajo, y Teruo Matsumoto, en la batería.

Justo el año de su creación pudieron abrir un concierto para BB King en Osaka.

Su primer disco de larga duración, “Blues power”, salió al mercado en 1975, y llegó cargado de mucho Chicago Blues, al estilo de Buddy Guy, por ejemplo, pero sin sonar como él ni como ningún artista estadounidense, ya que en su blues hay de repente solos de guitarra que suenan más a rockabilly y por momentos el estilo de Hotoke en la voz es desgarrado como un blues rural.

Por eso es que “Blues Power” es considerado una obra maestra, que, junto al en directo “Live in Kioto”, puso a West Road en el centro del boom del blues japonés de los años 70, en una movida que crecía a la par de otros géneros como el funk y el jazz.

Si sigue este link, suba el volumen, sírvase un trago y disfrute plenamente este viaje al blues de Chicago con escala en Japón. Salud.