LA CASA DEL JABONERO | Pérez Prado y sus conciertos

Más allá del “Mambo No. 8”, “Norma la de Guadalajara” y tantos mambos que compuso, el cubano creó piezas magistrales de aliento sinfónico.

Jorge A. Amaral

El otro día iba en carretera después del trabajo. Era medianoche y sólo éramos la línea blanca en medio del camino, la música en el estéreo y yo. De repente salió algo que acababa de agregar a la memoria USB, una pieza que, cuando iba a la mitad, tuve que regresarla y subir el volumen para ponerle la atención que demandaba. Era el “Concierto para bongó”, de Pérez Prado. De eso quiero hablar hoy, porque en mundo también hay cosas hermosas, como la música.

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Es común que escuchemos un sonido gutural y sepamos de inmediato quién es. Ese grito era la señal de Dámaso Pérez Prado: primero el “¡aaaaaah!” que duraba un compás y luego el “¡dilo!” tan atropellado que no se entendía, pero era la indicación para que una sección de la orquesta entrara en acción. Pero más allá del “Mambo No. 8”, “Norma la de Guadalajara” y tantos mambos que compuso, el cubano creó piezas magistrales de aliento sinfónico.

Y es que, ya cuando había cosechado el éxito en México con el mambo, Dámaso Pérez Prado estaba en plena madurez musical, ya se había nutrido además de otros géneros y estilos debido a que con su música alcanzó el estatus de músico cosmopolita, y lo aprovechó muy bien para fusionar estilos y crear su propio género, como a la par lo hacía la peruana Yma Sumac. Así, el cubano nos regaló, en un periodo de 10 años, 3 obras que resultan fundamentales para entender por qué es un músico de gran genialidad: “Exotic suite of the Americas”, “Concierto para bongó” y “Voodoo suite”. El compositor originario de Matanzas demuestra con estas tres obras que ya no tiene prejuicios para asumir otras influencias externas y así situarlas en una perspectiva universal pero desde su propia genialidad. Así, en esas piezas interactúan libremente el mambo, el jazz, los sonidos rituales y algunas apropiaciones sinfónicas. Escuchémoslas por separado

“Voodoo suite”: el trance

En el año 1954, mientras trabajaba en Hollywood, Pérez Prado se metió al estudio con su orquesta, reforzada con músicos de Los Ángeles y, con la producción del encargado de la división de jazz de la RCA Víctor, Hernán Díaz Jr., grabó algunos temas. El resultado le agradó tanto al productor, que le encargó al cubano una obra de alto aliento, que fuera impactante y que uniera al mambo y los sonidos afro con el jazz.

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Dámaso Pérez Prado nunca escatimó talento, y 24 horas después ya tenía la partitura de “Voodoo suite”. Llegó al estudio y pasó una lista de lo que necesitaba, así fue que reunió una orquesta de 37 miembros, entre los que destacaba una pieza fundamental en esta faceta de Pérez Prado: el trompetista y también compositor Shorty Rogers, quien ya había tenido incursiones en los sonidos afrocubanos con su propia orquesta de jazz. Pero además estuvo el extraordinario trompetista Maynard Ferguson (referencia obligada por si no lo conoce: “Gonna fly now”, tema de la cinta “Rocky”).

La partitura compuesta por Pérez Prado contempla cuatro saxofones, seis trompetas, tres trombones, una trompa, un contrabajo, nueve instrumentistas de percusión afrocubana y una batería. Requirió a gente más virtuosa que su propia banda, por lo que a toda prisa se reclutó a varios jazzistas de la Costa Oeste y a todos los percusionistas que estaban disponibles en el área.

Punto aparte es la sección de percusiones, con quienes Pérez Prado evoca los cultos afrocubanos con cantos y toques de abakuá y yoruba en varios momentos de la suite.

En el aspecto instrumental, con la “Voodoo suite” llama la atención que se experimenta la fusión de lo afrocubano y lo jazzístico, pero no para ahí, porque la obra es tan grandilocuente, que es como una avalancha de metales cayendo al ritmo de una extraordinaria sección percusiva, a lo que se suma el dramatismo vocal en los coros y cantos religiosos en los cuatro movimientos de su estructura. Esos 23 minutos, con la interacción de percusionistas y vocalistas, recrea el clímax de una ceremonia yoruba.

Así pues, la “Voodoo suite” es una sesión histórica no sólo por ser una especie de poema sonoro tanto por el uso de las distintas secciones instrumentales como por la simbiosis de géneros. Eso al final le da una muy particular exuberancia.

Pero no crea usted que fue actuado, pues en alguna entrevista, el trombonista Milt Bernhart recordaba un incidente durante la grabación: “Uno de los movimientos de la suite sugiere una especie de batalla o lucha callejera. Carlos Vidal (congas) y otro percusionista cubano desempeñarían los roles de los dos participantes en esa bronca estruendosa. Después de pasar la música una o dos veces, uno de ellos decidió meterse realmente en el espíritu del tema y entró en verdadero trance, quitándose la ropa y quedándose prácticamente en su ropa interior. Fue en ese momento entonces que comenzamos a grabarla. En medio de sus cantos y gritos, se olvidaron de dónde estaban realmente y comenzó una verdadera batalla de tambores entre ellos. Estaban enloquecidos, en trance. La mitad de la banda quedó completamente apartada. La toma se detuvo en seco y me caí al suelo convulsionando. Pérez Prado parecía estar ofendido por nuestra risa y me miraba a mí y, posiblemente, a Maynard Ferguson, parecíamos histéricos”.

Cuando salió al mercado, “Voodoo suite” fue bien recibida por la prensa especializada, al grado de que Billboard, en 1955, publicó una reseña del disco en la columna “Jazz”, de la sección “Review and Ratios of New Classical Releases”.

“Exotic suite of the Americas”: cosmopolita

Habiendo transcurrido 8 años del éxito que significó “Voodoo suite”, Pérez Prado quiso hacer algo similar, pero más cosmopolita y que abarcara las distintas sonoridades que nutren a América Latina, pero siempre con mucho exotismo.

Así nació “Exotic suite of the Americas”, que consta de 7 movimientos, entre los que se encuentran “Tema de dos mundos” (en 3 momentos), “Amoha”, “Criollo”, “Uamanna Africano” y “Blues in C Major” (excelente, por cierto), y la reiteración del “Tema de dos mundos”.

También con la producción de Hernán Díaz Jr., “Exotic suite of the Americas” se grabó en una sesión de 4 horas el 16 de abril de 1962, en el Webster Hall de Nueva York, donde Pérez Prado dirigió una orquesta que en su mayoría estaba integrada por músicos norteamericanos. Al final, la obra de 16 minutos de duración se estrenó en el Teatro de las Américas, de la misma ciudad, en ese año.

En julio de 1962, Billboard reseñó el disco, ubicándolo entre los más destacados de la semana, y decía: “Pérez tuvo mucho éxito con su disco ‘Voodoo suite’ y este que ahora presentamos debería disfrutar de las mismas sólidas ventas que su predecesor. Pérez Prado dirige su orquesta y la lleva a través de un retrato musical del Hemisferio Occidental que debe satisfacer tanto a los aficionados al jazz como a los que gustan de la música pop. La gran orquesta interpreta con pasión y vivacidad los ritmos de Norte y Sudamérica”.

“Concierto para bongó”: ¿un mexicano?

La obra que motiva esta entrega es singular porque el rol protagónico lo tiene un instrumento inusual. Con 17 minutos de duración y una estructura dividida en cuatro movimientos, el “Concierto para bongó” puede ser clasificado como una suite.

Esta obra se grabó en 1965 en un concierto que Pérez Prado y su orquesta dieron en la Ciudad de México, pero fue publicado un año después por la disquera United Artist Latino, en Estados Unidos, pues Pérez Prado ya no trabajaba con la RCA Victor.

Para esos años, con el auge del rock, el mambo ya no era un género de moda, y por eso fue que Pérez Prado experimentó otras latitudes sonoras, más contemporáneas. Es así que esta pieza es catalogada por algunos críticos en la corriente denominada “exótica” de finales de los 50, otros la ponen como “psicodélica” y gay quienes dicen que es simplemente kitsch.

Que los críticos se peleen, porque lo que sí es cierto es que, con esos 17 minutos, el “Concierto para bongó” es una obra maestra de las percusiones, un ensamble extraordinario.

No hay mucha información sobre esta obra, no hay datos “oficiales” sobre quién fue el bongosero detrás de esos vertiginosos solos, pero en su libro “Julio Razo”, el investigador Rafael Figueroa consigna que el músico mexicano que da nombre al libro trabajó con Pérez Prado en la década de los 60.

En el libro, el músico cuenta: “Aunque el público ya no lo dejaba estrenar cosas, realizó algunas obras grandes, como el ‘Concierto para bongó’, que grabó aquí en México un baterista que le dicen El Rabito y se apellida Agüero. En la grabación estuvimos en las tumbas El Morado y yo, pero ya en el teatro lo tocaba yo en los bongós, leyendo el papel que había escrito Pérez Prado, porque es un concierto sólo para ese instrumento, todo estaba escrito. Yo tenía silencios cuando la orquesta intervenía, allí no podía yo improvisar, pero la orquesta durante mis solos sí tenía intervenciones reforzando algunos efectos. En Japón ese número fue un éxito”. Sea como sea, sin duda es una obra vertiginosa, a veces violenta, dotada de gran sensualidad.

Por todo lo anterior, le recomiendo poner estas tres obras en su lista de reproducción, no tenerle miedo al volumen alto ni a la alta frecuencia en los graves, y escucharlas ya sea en un buen sistema de audio y con las bocinas a los lados o con unos auriculares de buena calidad, y entenderá por qué se las recomiendo. Salud, es cuánto.