LA CASA DEL JABONERO | Tragedias normalizadas

Como sociedad tenemos problemas que de tan comunes ya son colectivos: precariedad financiera, exposición a la inseguridad y la violencia.

Jorge A. Amaral

Todos tenemos problemas, algunos más grandes que otros, cada quien con los suyos y de distinta naturaleza; con diferentes agravantes y atenuantes, pero todos los tenemos. Pero no sólo en lo individual, como sociedad tenemos problemas que de tan comunes ya son colectivos: precariedad financiera, exposición a la inseguridad y la violencia, indicadores educativos que no se alcanzan, vulnerabilidad al comportamiento de los mercados, una pandemia que nomás no logramos domar, pérdida de valores como la solidaridad y la empatía y un largo etcétera.

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Los primeros, los personales, son cosa de cada quien, y es responsabilidad propia buscar la forma de resolverlos o vivir con ellos sin que signifiquen un obstáculo en nuestro desarrollo en distintos ámbitos de la vida, así como en la convivencia con los demás. Pero los otros, los colectivos, además de ser en parte responsabilidad de eso llamado “nosotros” en tanto que cuerpo social, también son responsabilidad de los gobiernos, ya que aspectos como la educación, la generación de empleos, el combate a la pandemia y la violencia, son de competencia gubernamental al estar plasmados en la ley como obligaciones del Estado. Por ejemplo, usted es responsable y no anda en fiestas y eventos, se queda en su casa, sale sólo a lo esencial y siendo muy cuidadoso de usar cubrebocas, evitar aglomeraciones y guardar medidas de higiene, pero el Estado debe garantizarle que la bola de irresponsables que andan allá afuera también acaten las medidas determinadas, y que si se contagia usted o alguien de su familia, se les va a brindar la atención médica que necesitan para evitar fallecimientos o más contagios.

Esta semana, el gobernador Silvano Aureoles, cuestionado sobre la violencia en el estado, olvidó que, como gobernante, tiene una responsabilidad altísima. Un reportero le preguntó sobre la inseguridad y ejemplificó con el hallazgo de cadáveres embolsados en Zamora, que es, junto a Morelia, el otro municipio con más asesinatos en el estado y con una de las tasas más altas del país.

El mandatario, fiel a su estilo de campechanería forzada, no se salió por la tangente, simplemente evadió los cuestionamientos al acusar a los representantes de los medios de inflar datos, de magnificar el estado de inseguridad que se padece a diario; es más, de forma sumamente majadera le espetó al reportero: “Tú ni siquiera vives allá”.

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Al gobernador se le olvidó que los datos sobre violencia que en la prensa manejamos no nos los inventamos, no nos los sacamos de la manga ni son producto de nuestra jugosa creatividad. Son datos, en un primer momento, que manejamos a diario al llevar el recuento de cuanto asesinato consignamos en los medios para los que trabajamos, y en ese sentido la nota roja nos permite ir viendo los altibajos, los focos rojos, los delitos de mayor incidencia. Y no, no nos inventamos los muertos del día a día, porque eso querría decir que los policías y elementos de la Fiscalía que acuden a las escenas del crimen también son imaginarios.

Por otro lado, además del recuento diario que llevamos, están loa datos que mes a mes recaba el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, que a su vez se nutre de los reportes de las autoridades de los distintos estados. Entonces, si se le pregunta al gobernador sobre la incidencia de homicidios y él sale con que la prensa magnifica las cosas y hasta inventa cifras, está dando por sentado que desde la propia Secretaría de Seguridad Pública y la Fiscalía General del Estado se crean falsas cifras, lo cual es absurdo.

De entrada podría decirle al gobernador que a nosotros como periodistas no nos gusta informar sobre ejecuciones, balaceras y narcofosas. Quisiéramos que llegara ese mes en que durante 30 días no hubiera un solo hecho violento, no se cometieran asaltos ni robos, no hubiera alertas por personas desaparecidas. De verdad, aunque al principio nos aburriéramos, nos gustaría dar puras buenas noticias a los lectores. Pero eso no es posible, no en esta época, no en este país, no en Michoacán. Tampoco seamos pesimistas, claro que hay cosas positivas que informar, pero muchas veces eso se ve opacado por la desgracia nacional que se vive en materia de violencia y, en el contexto actual, con el avance de una pandemia que ningún orden de gobierno ha sabido cómo manejar y a la que la sociedad en su conjunto ha nutrido con su irresponsabilidad.

Recuerdo que hace muchos años, cuando Pablo Latapí era conductor del noticiero matutino en TV Azteca, una colega le preguntó en una entrevista cuál sería la noticia que más le gustaría dar. La respuesta se me quedó grabada y ahora que me dedico a esto me sumo a ese deseo: “Lo que más me gustaría informar por la mañana es ‘hoy usted puede salir de su casa tranquilo, hoy puede sentirse seguro de que no le va a pasar nada, de que no lo van a asaltar, de que no lo van a matar, de que nadie se va a meter a robar a su casa mientras no está, de que su carro no va a desaparecer de donde lo dejó estacionado. A partir de hoy no hay delincuencia en México’”. Palabras más, palabras menos, eso dijo y, créame, nada me gustaría más que poder hacer una nota cuya entrada fuera esa, pero es un sueño guajiro.

Volviendo al tema de Silvano Aureoles, es un político que tiene tan buen dominio del oficio, que sabe minimizar los problemas, desestimarlos y aventar la bolita, como cuando dijo, en el mismo tema de la violencia, que ese era un asunto federal, burlándose de la reportera que le hizo la pregunta.

Si bien los problemas no hay que sobredimensionarlos porque entonces la solución parece más lejana o difícil, tampoco hay que minimizarlos, porque entonces nunca los resolveremos. Así, mientras las autoridades sigan minimizando las distintas problemáticas que por ley les toca combatir, nunca van siquiera a disminuirlas, solamente estarán como hasta ahora: administrando la crisis.

Eso lo hemos visto durante el último año en Brasil y Estados Unidos, donde Bolsonaro y Trump, respectivamente, minimizaron el impacto de la pandemia, y hoy son los países con mayor número de contagios y fallecimientos. Lo mismo podemos decir de Andrés Manuel López Obrador, y vea hoy cómo está México, con 165 mil 786 muertos al corte de hoy sábado, en que escribo esto.

Por ese mismo afán de creer que minimizando los problemas éstos van a desaparecer mágicamente es que Michoacán está como está, con 25 muertos sólo en los primeros 5 días de febrero, y esos sólo son de los que en los medios nos dimos cuenta. Pero según Silvano Aureoles eso es incluso normal, no tiene nada de raro un embolsado o dos, como dijo esta semana. Imagínese usted a los familiares de esas víctimas de asesinato si escucharan esas palabras.

Como sociedad no hemos aprendido las lecciones, y por eso mucha gente está como el gobernador, minimizando los problemas o resaltando que sí estamos jodidos, pero otros están peor. Ya ve usted que, como dice el dicho: mal de muchos, consuelo de pendejos.

En fin, mientras la violencia sigue, mientras a diario son asesinadas personas por distintas razones, mientras la sangre sigue corriendo, ya perdimos la cuenta de cuántos despliegues se han anunciado, de cuántas veces se han publicado boletines en los que se anuncia que tantas decenas o centenas de elementos de distintas corporaciones serán destacamentados en tal o cual región. Pero las cosas no cambian y todos salimos a la calle con temor a esa camioneta o coche con vidrios polarizados, con miedo a esos dos fulanitos que vienen en una moto, con temor a que abordar un taxi se convierta en el último viaje, con el miedo a dejar la casa sola y que al regresar no encontremos nada dentro de ella, con miedo a que nuestras hijas, madres, hermanas o esposas salgan de casa y no volverlas a ver. Pero es parte de una realidad que todos vivimos y que, lamentablemente, el gobernador ya ha normalizado.

Podríamos decir que qué bueno que ya se va, que diga lo que quiera al cabo ya son los últimos meses de una administración de mucha grilla y tímidos resultados. Ojalá eso diera esperanza, pero por desgracia no sabemos quién vendrá en su lugar, y eso, a la hora de la hora, da exactamente lo mismo, porque la podredumbre ya está enquistada en muchas instituciones, con funcionarios que sólo se preocupan por sus bolsillos y cuentas bancarias que por hacer bien su trabajo, con policías que no están dispuestos a combatir al crimen y vigilar la legalidad y el orden público porque los sobornos dejan más.

Las autoridades pueden decir misa, mandar miles de boletines diciendo que no bajarán la guardia, pero ese es un discurso vacío cuando vemos que quienes están en la calle en tareas operativas están más atentos a la mordida, como lo vimos este viernes con un agente de la SSP que, sin pudor ni recato, recibe dinero de los tripulantes de una camioneta. Y lo que es peor, las cosas jamás van a cambiar si se sigue dando lo que ese video mostró: no sólo un policía corrupto, sino un padre de familia que no siente la menor pena para sobornar a un agente de policía delante de sus hijos menores de edad. De verdad, así no se pinches puede. Es cuánto.