ESCALA DE GRISES |Estamos equivocados

Un malhadado día, hace como dos décadas, un insomne sabio convenció a los legisladores de México que los municipios mexicanos deberían perder su inocencia.

Jorge Orozco Flores

Un día, no hace muchos años, los municipios de México eran estructuras de gobierno de servicios públicos, agua potable, drenaje, alumbrado público, etc.

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Un malhadado día, hace como dos décadas, un insomne sabio convenció a los legisladores de México que los municipios mexicanos deberían perder su inocencia. Que estaba bien que sirvieran a los mexicanos cuidando que las banquetas no fueran una trampa para los peatones, que la basura fuera recogida de los barrios, de las casas, de los mercados, que el teatro nacional de las hazañas gloriosas tenía que reclutar a las autoridades municipales para que participaran en la seguridad pública.

Ese día se les dijo a las autoridades municipales del país que serían dotadas de equipamiento y capacitación para, de conformidad con el artículo 21 constitucional, formar parte del sistema nacional de seguridad pública. A la mañana siguiente de ese día de reforma constitucional, los municipios mexicanos empezaron su calvario. A los policías municipales les pusieron chapa de autoridad persecutora de delitos mayores. De modo que, años después, la tortuga le pisa los talones a la delincuencia organizada.

Como es fácil comprender, al estatuir a las policías municipales como parte del sistema nacional de seguridad pública, por la reforma al artículo 115 constitucional, los mexicanos nos quedamos sin policías confiables que se ocuparan de los problemas cotidianos, los administrativos. Así, deambulando se ha llevado a las policías municipales a un desfiladero. Entre el humo (costoso) de que es su deber constitucional y el estrépito de la violencia cañonera se ha desplomado la figura del municipio libre como la primera autoridad de contacto de los gobernados para resolver los problemas vecinales.

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México no necesita policías municipales heróicos. Necesitamos policías municipales en el país que no vean pasar las balas tan cerca. Necesitamos en México policías de banqueta, sin armas largas ni patrullas, ni que sepan o pongan la rodilla sobre la garganta de los gobernados indefensos. Que sean empáticos (misión imposible), que tengan la preparación suficiente para cuidar a un niño extraviado. Y por qué no: cuidar al vecino que se echó unas copas de más, para que el niño y el borracho lleguen sanos y salvos a sus respectivos hogares. En fin, que sean capaces de fomentar la empatía vecinal y de barrio.

Los ayuntamientos municipales deberían ser autoridades exclusivamente de servicios. No más, no menos. Si se les dota de recursos económicos y se les exigen resultados por encima de los servicios municipales que deben prestar con oportunidad, eficiencia y con dinero gastado a la vista de todos, estamos equivocados. Las policías municipales de México son tropa. Si un día nos damos cuenta del error de diseño constitucional, seremos capaces de devolver a los municipios su carácter estricto de autoridades de servicio. Y policías municipales que sean irrelevantes para la delincuencia organizada. Que sirvan a los gobernados de a pie porque serían sus iguales. No como ahora se ostentan, por encima del ciudadano, que solo aspira a vivir en paz y tranquilidad social.

En sentido figurado y real: basta de rodillas de policías municipales del país sobre las gargantas de los gobernados indefensos. Basta. Los mexicanos merecemos policías municipales de servicio, no acosadores permanentes y sin justificar legalmente los actos de molestia que todos los días cometen impunemente. Necesitamos otro día: el de la rectificación del error.