ESCALA DE GRISES |Los templetes

Durante décadas en México se ha pensado que un candidato es bueno si es capaz de llenar el Zócalo de la Ciudad de México una vez, dos veces, decenas de veces, miles de veces.

JORGE OROZCO FLORES

Los actuales recorridos que están haciendo Ebrard, Claudia, Monreal y Adán, son las escenas que observaron millones de mexicanos en las campañas de Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, Miguel de la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto y López Obrador. Desde 1964 hasta 2018 han sido escenarios idénticos, con templetes. El método ha sido el mismo, de hecho, Díaz Ordaz lo heredó de López Mateos, quien hizo su campaña presidencial en 1958, con templetes.

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        Claudia en su primera semana buscando el “sí” para la encuesta que la favorezca como la preferida para ser postulada a la presidencia de la República, en septiembre próximo, se enfundó en una vestimenta indígena y recibió “un bastón de mando”. Toda una similitud con lo que en 1970 hizo muchas veces Luis Echeverría Álvarez cuando fue postulado por el PRI a la presidencia de la República, con el lema: “Arriba y Adelante”.

        Al igual que el candidato presidencial por el PRI Adolfo Ruiz Cortines, que hizo campaña presidencial en 1952, Marcelo Ebrard ha hecho de su arranque de campaña una extensión del manual priísta para conseguir el “sí” en la encuesta de Morena. Pese a que median décadas entre 1952 y 2023, sería difícil encontrar diferencias en ambos recorridos.

        Con Adán Augusto López Hernández pasa lo mismo. Si en 1946 el candidato presidencial Miguel Alemán Valdés hizo una campaña buscando el voto que lo llevó finalmente a Los Pinos, lo mismo pasa con el tabasqueño que hasta hace unos días era Secretario de Gobernación. Son campañas de la misma matriz. Monreal vive y respira las formas priistas. Por ello su potencial recorrido se parece mucho al de 1940 de Manuel Ávila Camacho cuando buscó el voto popular postulado por el Partido de la Revolución Mexicana. Es fácil cotejar lo anterior, con cualquier video disponible en Internet, por lo que no se necesita ser un historiador o un experimentado analista político para cerciorarse que nada ha cambiado en las campañas políticas desde Lázaro Cárdenas hasta acá. La clave para desentrañar esta afirmación está en este concepto: las campañas mexicanas desde el siglo pasado hasta junio de 2023 se caracterizan porque son de masas, o pretenden ser de masas.

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Los aspirantes mexicanos a cargos de elección popular, desde hace más de ochenta años siempre han buscado el público para que les aplaudan, para que les echen vítores, para que ondeen sus banderas de partido, para que las muñecas de las manos se cansen de activar las matracas, para resistir los retrasos de los candidatos, para comer una torta, para echar un trago a la bebida gaseosa, para llegar en un autobús y regresar a sus lugares de origen habiendo “tenido la dicha” de haber conocido al candidato.

Durante décadas en México se ha pensado que un candidato es bueno si es capaz de llenar el Zócalo de la Ciudad de México una vez, dos veces, decenas de veces, miles de veces. ¿Eso hace grande al político? No. Eso se acabó. El último mexicano que supo arrastrar a las masas en su elección presidencial ha sido Andrés Manuel López Obrador. Este fenómeno es el que explica que Claudia, Marcelo, Adán y Monreal imiten el modelo. Sin embargo, las trompetas que convocan a las masas a los mítines políticos están desentonadas. Ningún partido hoy en México es un partido de masas.

        El PRI durante decenios fue un partido de masas porque tenía sus sectores bien estructurados, dirigidos y disciplinados: los obreros, los campesinos y las clases populares. Es así como se explica que, un discreto burócrata de alto nivel, Luis Echeverría Álvarez haya sido arropado por inmensas masas en su campaña política de 1970. Después como gobernante manejó a las masas a su antojo: tapó y destapó con holgura a su sucesor. México, hoy por hoy, no tiene un electorado de masas. El feminismo mexicano, por ejemplo, no está subordinado a ningún partido político, es una presencia vital en la vida política, imposible de encajonar en los escenarios de las campañas políticas del modelo del viejo PRI, que hoy están reproduciendo los aspirantes de Morena. Los preseleccionados por Morena están escribiendo una página de ficción. La paradoja es que la “oposición” parece que va a entrar al mismo esquema.

        En el momento futuro, la campaña presidencial de oposición, si es que hay garra para dar la pelea, tendría que partir de una cualidad elíptica: la construcción de un nuevo modelo de pedir el voto. Una campaña que no tenga la motivación fundamental de rechazar la política del presidente Andrés Manuel López Obrador. Lo que hay que hacer es analizar cuál es su mayor debilidad y obrar en consecuencia.

        La mayor cualidad del presidente es su voz, que, en política, esa ventaja encuentra sus debilidades. Si el presidente ha monopolizado la voz política, la campaña presidencial de la oposición debería borrar de la agenda las reuniones de masas. Lo que México necesita, por conducto de los partidos de oposición, es recuperar la voz de la gente. Que las madres de los desaparecidos acudan a eventos cerrados en donde reivindiquen su voz. México ya no necesita escuchar una sola voz. México necesita hablar y que sea escuchado. Si el candidato presidencial de la oposición repite el modelo de Echeverría, López Portillo, etc., desde un templete, con mítines, que se olviden de ganar la silla presidencial. La regla es sencilla: “Escuchen, Escuchen, Escuchen” a los agraviados, desde sillas al mismo nivel de la boca y los oídos. Si no: repetirá Morena en Palacio Nacional, aunque se dedique a hablar, hablar y hablar desde los templetes. El abstencionismo le daría el triunfo.