La casa del jabonero

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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La fe de los proscritos

Jorge A. Amaral

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 Después de que murió, a Pancho Villa se le empezaron a adjudicar milagros. Y es que Doroteo Arango dividía opiniones: para unos era un bandolero, para otros era un justiciero social. Hoy, a más de 100 años de su muerte, el Centauro del Norte sigue siendo objeto de culto en los estados norteños de la República, desde Tamaulipas hasta Coahuila. Ahí, los mediums entran en trance y son poseídos por el espíritu de Villa, cuya alma, aseguran, protege a quien lo invoca.

Así, la “Oración al espíritu mártir de Pancho Villa, gran general revolucionario”, comienza diciendo “en el nombre de Dios, te pido que me ayudes, así como ayudaste a los necesitados, así como venciste a los poderosos”, y según un estudio de Olimpia Farfán, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, a él acuden sobre todo los más necesitados. Y es que las clases baja y media baja necesitan el cobijo de ese Robin Hood norteño que para muchos es, por eso la devoción que también le profesan los migrantes mexicanos en Estados Unidos, en virtud de que Pancho Villa es para ellos un sostén identitario.

Pero no ese el único caso, pues recordemos que en Sinaloa, desde hace décadas está muy presente el culto a Jesús Malverde, considerado generalmente como el santo patrón de los narcotraficantes. Eran los primeros años del siglo XX y Jesús Juárez Mazo, dicen las historias, al saber que sus padres habían muerto de hambre por los abusos de los terratenientes, empezó a asaltar a gente adinerada de Sinaloa en los caminos llenos de espesa vegetación, de ahí el apodo de Malverde, o “mal verde”, dado que se valía de la maleza. Al ser detenido, se asegura que fue ejecutado y su cuerpo colgado de un árbol con la indicación expresa de no enterrarlo, so pena de muerte. Cuando los restos cayeron al suelo, la misma gente de Culiacán empezó a ponerle piedras encima, de esta manera no infringían la indicación. Pronto el montón de piedras formó un montículo hasta que sus restos fueron llevados a una capilla, que actualmente es el principal centro de adoración a este santo laico que protege lo mismo a enfermos que a pescadores o migrantes que se van a Estados Unidos, pero sobre todo a personas relacionadas con la producción, tráfico y venta de drogas.

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Algo similar ocurre con Juan Soldado, llamado en realidad Juan Castillo Morales, quien en 1938 fue detenido y se le aplicó la ley fuga por la violación y asesinato de la niña Olga Camacho Martínez. Nadie se explicá en qué momento se le empezaron a atribuir milagros a este soldado raso, lo cierto es que en la ciudad fronteriza se encomiendan a él mexicanos que se internarán de forma ilegal a Estados Unidos y los polleros que los llevan.

Ya en este siglo es sumamente conocido el culto a la Santa Muerte y por ejemplo, Diego Enrique Osorno, en su libro “La guerra de los Zetas”, da cuenta de cómo en las carreteras del norte de México se fueron instalando altares en honor a esta imagen patrocinadas por los narcotraficantes, y cómo el Ejército, al no poder vencer a los delincuentes de forma física, los atacó en su moral derribando cada uno de estos altares.

Algo parecido sucedió en Michoacán, pues cuando los de la última letra estaban en el estado también erigieron sus altares a la Niña Blanca, que al paso de los años fue sustituida por la efigie de Nazario Moreno, el líder primero de La Familia Michoacana y luego de los Caballeros Templarios que, habiendo sido dado por muerto por el gobierno de Calderón, se convirtió en el mito que el mismo líder delincuencial ayudó a crear con sus libros, el más célebre de ellos, “Me dicen El Más Loco”. De esta forma, para los miembros de su grupo delictivo y para la gente de muchos poblados de Tierra Caliente el Chayo adquirió cierta santidad, y por ello se le atribuía sanación de enfermos y apoyo en las empresas difíciles.

Ya para 2013, con la creación de los grupos de autodefensa y ante el repliegue de los Templarios, las capillas y efigies del Chayo empezaron a ser destruidas por los integrantes de los grupos comunitarios comandados por, entre otros, el doctor Mireles.

A últimas fechas se ha dado a conocer el culto que en el centro de México se le rinde a una advocación profana del Niño Doctor: el Santo Niño Huachicolero. Ataviado de blanco y sosteniendo una manguera y un garrafón, la imagen es venerada por quienes se dedican a la extracción de combustible en los ductos, sobre todo en Puebla y Guanajuato, para que los proteja durante la ordeña, traslado y venta, así como a sus familias.

No es raro este tipo de fenómenos, así como los narcotraficantes adorando a Malverde o la Santa Muerte, o los polleros y migrantes implorando a Juan Soldado, los huachicoleros saben el riesgo que corren pues durante sus actividades son un montón de cosas las que pueden salir mal, no sólo el riesgo de ser detenidos, y es por ello que necesitan un asidero moral y espiritual que les dé ese sentido de protección.

Esto se debe sobre todo a que el mexicano promedio tiene una carga espiritual demasiado pesada, ya que aunque la persona no profese ninguna religión de forma activa, crece entre símbolos, sobre todo los católicos, y con más fuerza los guadalupanos. Y aunque no sea católico, aunque pertenezca a alguna otra, sin duda estará relacionada, por lo que el mexicano crece entre la simbología cristiana. Es por ello que necesita algo a lo cual encomendarse, necesita saber que hay una entidad supraterrenal intercediendo por él en el plano espiritual.

Este fenómeno es curioso entre grupos armados porque, siendo bien sabidos los niveles de barbarie que pueden alcanzar sus represalias y venganzas, resulta curioso que haya algo a lo cual se encomienden, católico o no propiamente católico. Es de llamar la atención que personas que lo mismo pueden participar en un tiroteo que en la tortura y descuartizamiento de alguien se acojan a una entidad espiritual que los proteja, pues saben que el mismo destino puede tocarles a ellos.

En fin, en un país donde cada pueblo, y a veces cada colonia, tiene su santo patrón, que casi cada actividad profesional o de oficio también, no es de extrañar que las actividades delictivas tengan quién vele por aquellos que incurren en ellas, aun valiéndose de los más caprichosos sincretismos o los más absurdos pretextos. Al final sólo son asideros morales y espirituales, una pizca de fe de quienes saben que posiblemente ya están viviendo de más. Es cuanto.