Los demonios de la ira

Sin darse cuenta, México amaneció al peor de los mundos posibles, donde lo mentecato y lo testarudo son antivalores al alza.

Leopoldo González

Pelear, simplemente por pelear o “nomás porque sí”, es el deporte enfermizo o la estrategia de gobierno de un presidente de la República que no sabe hacer otra cosa que pelear.

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Algo en su interior, que quizás la neurología o la psiquiatría un día revelen y expliquen, lo conduce diariamente a buscar no la concordia sino el ajuste de cuentas, no la armonía sino la discordia entre mexicanos, no la unidad de todos en torno al destino común sino el enfrentamiento y la polarización.

Esto le ha funcionado porque perfiles como el suyo -ave de tempestades- son burbuja en el caos que ellos mismos atizan, personajes de la célebre fórmula maquiavélica “divide y vencerás” y monigotes del conocido refrán popular: “A río revuelto, ganancia de pe(s)cadores”.

Profesional en el arte de marear con “labia” a las masas y en el no menos excepcional arte de tensar la liga, su fortaleza radica en lo que ni Polibio ni Gracián recomendarían al príncipe o al jefe de Estado para mantener la cohesión del reino.

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En los primeros cien días de su administración, por dar un dato, salieron algunos empresarios del ala crítica de la IP y la Arquidiócesis Primada de México, a decir que en 100 días habían visto mucha confrontación y crispación del gobierno con algunos sectores en el país, y que sería muy recomendable que los usufructuarios del poder le bajaran dos rayitas a su rijosidad, y de paso otras dos a su encono y su odio. No le bajaron. Más bien le subieron.

En este sentido, puede decirse que el síndrome de Gabino Barrera, aquél que no entendía razones andando en la borrachera (de poder), de pronto se ha vuelto el principal síntoma de una patología preocupante en el país de la 4t y el signo de ciudadanos e individuos reacios a entender y a asimilar razones.

Sin darse cuenta, México amaneció al peor de los mundos posibles, donde lo mentecato y lo testarudo son antivalores al alza.

Esto, en un escuincle o un imberbe, no pasaría de ser un mal rato en los aposentos familiares, o un pleitecillo en la cuadra que con un escarmiento menor o la sabia y oportuna ternura de la madre tendría arreglo.

Pero la Presidencia de la República no es cualquier casa y ahí, salvo la presencia del vástago de la pareja presidencial, el que manda no es ni de lejos un escuincle ni un imberbe.

Los enojos del presidente de la República le salen muy caros al país, no sólo porque obnubilan un juicio que debe ser el más sereno y ponderado de la República, sino porque cada berrinche del señor del Zócalo hace aflorar en él el peor de sus enconos y éste lo lleva a decidir cosas ilógicas y a apostar por lo antilógico: a veces barbaridades en estado puro y a veces puras barbaridades.

Un mal humor mañanero o una bilis en materia energética, pueden terminar endeudando más a Pemex o haciendo perder a México su calificación crediticia.

Una actitud pendenciera con el sector industrial o empresarial, puede conducir -como ya ha conducido- a que estos sectores pierdan millones de dólares en inversiones y su crédito e imagen internacional disminuyan.

Ya ni hablemos de la “camorra” que se armó en redes sociales porque el juez Juan Pablo Gómez Fierro le puso límites y un alto a los excesos del presidente; ya ni hablemos tampoco de la quijada tensa y endurecida que hizo reaccionar al gobierno frente al INE, sólo porque este le marcó el alto; y mucho menos del pleito declarado del presidente contra Oxxo, Bimbo y Wallmart, todo lo cual ocurrió en pocos días.

Es decir, no puede ser buen augurio para un país que el titular del Ejecutivo amanezca y anochezca con la ira incontinente y la espada desenvainada.

Los mejores temperamentos para gobernar -lo sabían Confucio, Polibio, Gracián y Maquiavelo- son los que tienen moderación y templanza para autocontenerse, cultura y sabiduría para soportar sus decisiones, firmeza para mantener el timón y juicio sereno para tomar resoluciones acertadas.

Lo otro es gobernar a tontas y a locas, como prueba la historia reciente, de la cual -por cierto- abundan las evidencias.

O bien, hacer como que se gobierna mientras se destruye a un país.

Pisapapeles

Tal como la definió Voltaire: “La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria”. Tan actual como hace más de dos siglos.

leglezquin@yahoo.com