Los tigres de Palacio

El mesías de Morena e inquilino de Palacio es hábil para el chantaje político: vive de sembrarle miedo a los apocados y a los que se dejan, pero no siempre tiene éxito.

Leopoldo González

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Así como “la cabra tira al monte”, el inquilino de Palacio habla de tigres siempre que una obsesión lo domina, en el momento en que siente los respingos de la oposición y la sociedad cerca de Palacio o cuando las redes sociales y la opinión pública lo acorralan.

Pero no siempre es así, porque no siempre habla de tigres, pero sí de los espectros que desatan la ira presidencial.

Claudio X. González, empresarios que no se le someten, intelectuales que hacen de la crítica una vocación de libertad, comunicadores y analistas insumisos y una sociedad rebelde que marcha y exhibe a cada paso las trampas y las triquiñuelas de su gobierno, son algunos de esos espectros.

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Entre los idus de marzo y las iras de abril, la distancia es muy corta.

El mesías de Morena e inquilino de Palacio es hábil para el chantaje político: vive de sembrarle miedo a los apocados y a los que se dejan, pero no siempre tiene éxito.

El tigre de que habla es la organización de turbas clientelares, como en 2006, para impedir que se cumpla el protocolo electoral y el respeto a la constitución. En aquella ocasión, el alegato insustancial de fraude y el chantaje no le funcionaron.

Doce años después tampoco, en 2012, porque el inquilino de Palacio ni pintó y quedó prácticamente borrado frente a Peña Nieto.

En 2018, aunque la preferencia electoral lo favorecía, volvió a invocar a los tigres. Dijo: “Si hay fraude alguien va a soltar al tigre; yo me puedo ir a mi finca (de nombre conocido), pero quiero ver quién va a poder amarrar al tigre”. Luego salió el experto en lisonjas, John M. Ackerman, a decir: “Si nos hacen fraude, esto lo vamos a arreglar a chingadazos”.

Hace unos días, el presidente -irresponsablemente, como acostumbra- volvió a mencionar el riesgo de “soltar al tigre” en 2024.

En una primera lectura, hay que reconocer que el hijo de Macuspana al que muchos mexicanos apodan Don Berrinches, es un artista del chantaje: si algo no se le da por la buena, tiene que dársele -según él- por la mala.

En una segunda lectura, es claro que el titular del Ejecutivo está echando mano de una amenaza, según la cual deben ganar sus candidatos a como dé lugar, porque si no, ¡arde Troya!

En una tercera lectura, el anuncio presidencial de “soltar al tigre” si no se hace y se cumple la voluntad del autócrata, es lo mismo que intentar acalambrar y amedrentar timoratos, o algo parecido a “la técnica del asustamiento de persona” que invocaba el alumno Mascote, en sus clases de la Facultad de Leyes.

El inquilino de Palacio se equivoca rotundamente cuando habla de fraude, porque fraude electoral no se puede hacer en México desde 1997, pero -chantajista como es- prefiere asustar con el petate del muerto, por si acaso pega.

Desde una lectura más fina y aguda, el anticipo de “soltar al tigre” si no triunfa su candidata equivale a una coacción psicológica sobre los electores y, desde luego, al reconocimiento anticipado de que Claudia Sheinbaum no lleva la delantera y puede perder.

Si ligamos el amago de “soltar al tigre” con el hecho de que la candidata oficial no tiene luz propia, no prende, no emociona ni levanta, tiene sentido pensar que quizá ya se arma una estrategia artificial de caos y conflicto poselectoral, para disfrazar la derrota y negarse a entregar el poder a sus legítimos vencedores.

Yo sé que a Morena no sólo le preocupa el tema electoral, por la sonada derrota que puede incluir, sino también otros temas en los que el Clan prefiere no pensar: las auditorías, los asuntos penales, los delitos contra la función pública y los temas penitenciarios, a los que tendría que hacer frente la pandilla que tiene al país hecho añicos.

El que anuncia que podría “soltar al tigre” si pasa esto o aquello, solamente está publicando su miedo al futuro. En este supuesto, ni está hoy ni estará mañana en condiciones de amedrentar a nadie.

Una forma de medir el miedo del inquilino de Palacio es contabilizar la cantidad de ocasiones en que se mete ilegalmente a una contienda electoral en la que no es candidato, no figura su nombre ni es fórmula de ningún partido.

Y casi siempre, por los síntomas, se puede medir la gravedad y el tamaño de una enfermedad.

Lo de “soltar tigres” no es asunto que asuste ni deba asustar a nadie, por la naturaleza profunda del refrán mexicano que dice: “Pa’ los toros del jaral, los caballos de allá mesmo”. Creo que la oposición tiene felinos en grado de suficiencia.

Además, hay que tener en cuenta que a veces los tigres tampoco son como los pintan, pues los hay de peluche, de estambre y de gelatina.

Pisapapeles

Cuando se gobierna bien a un país, nadie tiene necesidad de erigir zoológicos verbales ni bestiarios de humo.

leglezquin@yahoo.com