Retrato hablado del poder

Quien crea la idea moderna de la política y el poder es Maquiavelo, pues tuvo la virtud de separar la política de la moral, sentando así las bases de la Ciencia Política moderna como una rama autónoma de conocimiento.

Leopoldo González

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El poder es un enigma al que apuntalan algunas creencias y ciertas valoraciones surgidas en el campo de la religión, el pensamiento mágico, la filosofía y la ciencia política.

¿Dónde nace o en qué lugar surge el poder? ¿Qué cosa es el poder? ¿Cuál es su justificación o su razón de ser? ¿Lo otorga alguien o viene ya inscrito en el ser del hombre? ¿Cuál es su finalidad, si es que alguna tiene?, son algunas de las preguntas que se ha hecho el ser humano desde siempre, para las cuales no abundan ni son suficientes las respuestas que contiene la historia del hombre.

Para el jusnaturalismo o filosofía del derecho natural el poder viene de Dios y está contenido en esa criatura compleja llamada hombre. Bossuet, el ideólogo de la monarquía francesa se adhirió a esta premisa, sólo para justificar que el poder del Rey venía de Dios y que, por tanto, no había manera de pelearse con Dios y mucho menos de ganarle la partida.

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Quien crea la idea moderna de la política y el poder es Maquiavelo, pues tuvo la virtud de separar la política de la moral, sentando así las bases de la Ciencia Política moderna como una rama autónoma de conocimiento.

Thomas Hobbes hizo lo propio hacia 1651, casi siglo y medio después de ‘El Príncipe’ de Maquiavelo, cuando aseveró, en el ‘Leviathan’, que “los hombres se reúnen para superar el estado de naturaleza (el estado de guerra latente) y por miedo a la muerte”, pues necesitan crear un poder que se sitúe por encima de ellos y los sujete a todos, para impedir que muestren la furiosa dentadura o saquen a relucir sus armas unos contra otros.

Con la tesis hobbesiana sobre el origen del Estado surge el principio constitucional, y político, de que “el monopolio de la violencia legítima le asiste al Estado”, único capaz de mantener a raya a la “bestia interior” que gobierna las pasiones, las ambiciones y las locuras de los hombres.

Supongo que situar el origen del poder en el México de hoy es importante, no sólo por el pobre y lamentable estado de nuestra forma de hacer política, sino porque el régimen actual desconoce los orígenes del poder y su finalidad, al grado de que lo ejercen más el rufián y el mañoso que aquellos que en las urnas recibieron el mandato, la investidura y los símbolos del poder.

Es aquí donde se hace presente el lado oscuro del poder, pues es el lado sombra que turba y confunde la inteligencia del gobernante y suele causar terror en el hombre anónimo desprovisto de defensa, porque se trata de un elemento imprevisible y destructor: las pasiones de los hombres, su ambición y su locura.

“El fundamento del poder es el consentimiento de los hombres reunidos en sociedad”, dice la Enciclopedia francesa de 1765 en la que participaron Voltaire, Diderot, Marat y posteriormente Mirabeu.

No obstante, parece que en el México de nuestros infortunios no tenemos derecho a abrigar visiones románticas sobre el poder; y me temo que la realidad misma tampoco está para inocentadas conceptuales, por la sencilla razón de que con inocencia y claveles blancos no se vence a los malvados.

En una parte de su magnífica obra “La invención del poder”, Federico Campbell habla del poder “ontológicamente demoníaco”, y acto seguido lo describe: “los mexicanos han conferido al presidente una investidura tabú de lo más primitiva, como en las comunidades salvajes de la Melanesia. Así, la presidencia es una superstición, una creencia no explicable por la razón humana”, en tanto que Octavio Paz le atribuye una “Moral de Dios padre colérico”.

Ninguno de ellos equivoca su apreciación y ambos son certeros en su análisis del poder, porque ven en él dos cosas: la calamidad y la ruina en que el poder ha decidido convertirse a la vista de todos y, por otra parte, la calamidad y la ruina que el instinto de masas ha decidido adorar como a un ídolo de barro.

Si por un lado el poder provoca, sobre todo en las buenas conciencias, “asombro metafísico”, por otro es capaz de despertar “terror psíquico” y en un gran número de mexicanos una extraña mezcla de ternura y lástima.

El elemento imprevisible y destructor que he mencionado líneas arriba, no es sino la esencia maléfica del poder mismo, reconocible en ese “elemento demoniaco” que “aguarda en un rincón del tiempo”.

Gilles Deleuze y Michel Foucault tienen posturas filosóficas muy serias sobre el poder, las cuales tienen vértebras y aliento conceptual de la mejor manufactura: son útiles para dar clases y ofrecer disertaciones magistrales sobre la fenomenología del poder.

No obstante, en esta materia Emil M. Cioran arribó a un tratado para el que le bastaron menos de dos líneas: “El poder es malo, muy malo, porque dominar es un placer, un vicio: el poder es diabólico”.

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Escribió Samuel Johnson: “El arte de la política consiste en saber quién odia a quién”.

leglezquin@yahoo.com