En bancarrota

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

La semana pasada en Nayarit Andrés Manuel López Obrador dijo que estaba recibiendo un gobierno en bancarrota producto de 30 años de neoliberalismo y con grandes problemas; que eso hacía imposible que pudiera cumplir con todas las demandas que el pueblo de México le ha estado formulando, pero que de cualquier modo iba a realizar todo cuanto prometió en campaña, hasta donde alcanzara.

Al día siguiente de las declaraciones de Andrés Manuel la Secretaría de Hacienda y Crédito Público se vio en la necesidad de aclarar al presidente electo que nuestro país tiene finanzas sanas y que no está en bancarrota; también  algunos miembros de la clase empresarial reaccionaron, entre ellos Alfredo Harp Helú, presidente honorario de Grupo Financiero Banamex y presidente del consejo de administración del equipo de beisbol Diablos Rojos; Marcos Martínez Gavica, presidente de la Asociación de Bancos de México (ABM), y el presidente de Coparmex, Gustavo de Hoyos, para quienes nuestro país no se encuentra en quiebra porque tenemos una economía boyante y que estamos dentro de las 15 economías más poderosas del mundo. También manifestaron su desacuerdo varios diputados del Partido Acción Nacional PAN y del Partido Revolucionario Institucional PRI.

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Andrés Manuel también les tuvo que aclarar que no es que se estuviera echando para atrás con sus promesas, que él seguía en lo mismo, que apoyaría al pueblo tal y como lo prometió hasta donde alcanzara el presupuesto, pero que se veía en la necesidad de explicar de dónde partía, que partía de cero. Y por ahí fue por donde lo atacaron sus detractores, que se estaba rajando, que prometió tanto que ahora que veía venir lo que era gobernar tenía que confesar la verdad sobre las limitaciones del presupuesto federal; que no era cierto que con el ahorro que se haría al implementar una política de austeridad republicana y una honestidad sin moches se podrían remediar todos los males del pueblo. Y por ahí le siguieron dando.

La verdad es que en ambos lados hay parte de razón. En algún momento del tercer intento de López Obrador por llegar a la presidencia de México observamos desde esta columna que tenía amplias posibilidades de ganar, pero nos preguntábamos qué tipo de país recibiría el político de Macuspana si se hacía con el triunfo. Recibiría un país asolado por una profunda crisis económica producto de la baja internacional de los precios del petróleo; una enorme deuda pública, una crisis de inseguridad y muerte en donde los grupos de la delincuencia organizada han llegado a penetrar las estructuras de las corporaciones que tienen la obligación de combatirlos; organizaciones gremiales amenazantes que sólo se conforman si reciben los beneficios que históricamente les han otorgado y que movilizan sus huestes a nivel nacional si no ven satisfechas sus demandas. Y ahora agrego, pueblos enteros que, en su ignorancia, hacen justicia por su propia mano quemando en las plazas públicas a todo aquel sospechoso de cometer algún ilícito.

Y podríamos seguir enumerando pinceladas de nuestras deficiencias y vicios colectivos y de todos aquellos rezagos que se han ido acumulando a través de muchos sexenios en los que la menor culpa la tiene el pueblo. Pero ahora nos encontramos en el 2018, en plena transición hacia un nuevo gobierno que ha prometido una cuarta transformación de la república, una cuarta transformación que pretende ser del tamaño de las otras tres: la Independencia, la Reforma y la Revolución.

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Ésta es, a fin de cuentas, la gran promesa de campaña. No las becas a los estudiantes ni las pensiones a los ancianos o a las madres solteras; no la venta del avión presidencial ni quitarles los sueldos a los expresidentes; no la austeridad republicana, ni abatir la corrupción. Su gran promesa, la que importa es la cuarta transformación.

¿Pero sabe alguien a qué se refiere Andrés Manuel López Obrador cuando habla de su cuarta transformación? Se engaña quien piensa que es sólo un asunto de renovación moral de los diputados y los funcionarios públicos. Esa es sólo su condición sine qua non.

Andrés Manuel López Obrador es un decidido opositor al sistema neoliberal. Precisamente en sus últimas intervenciones públicas ha manifestado que el actual quebranto patrimonial del Estado mexicano se debe a 30 años de neoliberalismo. No obstante que el presidente electo ha decidido exhibirse públicamente de la mano de la clase empresarial mexicana, a quienes en otro momento acusó de haberse beneficiado indebidamente de sus relaciones con el poder, es claro que está manteniendo un romance estratégico en el que les está dando la oportunidad de ponerse a mano con los pobres de México, pero en el momento que los poderosos le nieguen su apoyo, dará inicio a su promesa de campaña más importante: la cuarta transformación. Al menos eso es lo que esperan sus más fieles partidarios.

Decir que se está heredando un país en bancarrota al próximo gobierno parece algo exagerado, pero después de la baja de los precios internacionales del crudo no se puede dejar de admitir que se entrega un país con una grave crisis económica y, como agrega López Obrador, la crisis no es sólo económica sino moral.

luissigfrido@hotmail.com