Narrar un reino

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Gustavo Ogarrio

 

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¿Cómo se escribe sobre un reino o una ciudad tan poderosa y que nunca nos implica directamente? ¿Cómo describir un lugar que por el simple hecho de estar en él nos coloca en el lado opresivo y desgarrado de una modernidad propia, tan contradictoria como imposible de representar para la vida cotidiana de la metrópoli? ¿Cómo escribir sobre el vacío que somos en otros lugares? Quizás tendremos que narrar ciudades como Londres desde la turbación, bajo el riesgo de que nuestra escritura o nuestra voz también estallen al intentar captar la distancia entre el mundo metropolitano del siglo XXI y nuestra memoria construida en ciudades y comunidades lejanas, destruidas ya mucho antes de que naciéramos, al evocar y sobreponer visiones contradictorias que nos desangran hacia dentro, como si fueran viejas canciones de rock en un inglés casi incomprensible y que nos persiguen de manera tan íntima como sobrepuestas en nosotros desde pequeños.

¿Qué es Londres para un simple observador que viene de otra lengua, de otros pasados y de otro colonialismo? ¿Un golpe de vista cuya turbación se extiende hasta el siglo XXI? ¿Una confusión de imágenes y sensaciones, de canciones en inglés y de lenguas ajenas a la metrópoli, que se enlazan en una violenta y al mismo tiempo sutil duración de siglos? Tendremos que volver a ganar el derecho propio a empuñar narrativas y pensamientos críticos que dirigen su aguijón de símbolos y experiencias en contra del lado amargo del imperialismo del siglo XIX. Entender y escribir con admiración contradictoria la inmensa ciudad de Londres. Narrar y al mismo tiempo recordar la opresión colonial que se dibuja en el tributo escultórico al imperio y a esa flemática monarquía parlamentaria, con sus guerras y héroes públicos, que se dibujan en la monumentalidad de sus calles y plazas.

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