SECRETO A VOCES | La ciencia “con pueblo” y sin él…

Durante el año que está a punto de concluir, la ciencia se encuentra en manos de las grandes corporaciones financieras mundiales como Vanguard Group, BlackRock y SSgA, quienes invierten en las vacunas que el mundo occidental pondrá disposición de una parte de la humanidad

Rafael Alfaro Izarraraz

Uno de los científicos más destacados del siglo XX y XXI, afortunadamente sigue entre nosotros, Edgar Morín, escribió un texto que se llama “Ciencia con Conciencia”. En  ese texto ya clásico para los estudiosos de la ciencia, expuso que la ciencia se encontraba en una disyuntiva: si la ciencia no se manejaba con una conciencia social, la ciencia seguiría el impulso que había tomado en el siglo XX, que era una ciencia al servicio de los enormes intereses económicos que estaban y están detrás de su enseñanza y de su puesta en práctica en la sociedad industrial.

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Para el mundo centroeuropeo la idea de tomar conciencia en cuanto a la manera en que debe aplicarse la ciencia, sin duda tiene sus fundamentos. Los creadores de la humanidad y de la historia como una historia única, seguramente que pueden apelar pacientemente a que la conciencia tome el mando de los horrores de ciencia que han creado y que, al paso del tiempo, se retracten de lo que han hecho de la ciencia y de esa especie de herencia que han dejado en el mundo: la mayor crisis ambiental que amenaza la existencia humana en la actualidad, como parte de la pandemia.

Lo que ha ocurrido durante el año que ahora está a punto de concluir, es que la ciencia se encuentra en manos de las grandes corporaciones financieras mundiales como Vanguard Group, BlackRock (el mayor concentrador de recursos financieros del mundo) y SSgA (ver artículo del profesor Jalife en La Jornada del 06 de diciembre de 2020, en su columna “Bajo la Lupa”), quienes a su vez son las que invierten en las vacunas que el mundo occidental pondrá disposición de una parte de la humanidad.

Hoy millones de seres humanos mueren en el mundo incluido el mundo europeo, algo inaudito para la historia de la modernidad y  el progreso que lleva a la muerte y que ellos mismos inventaron. Cuando en su propia casa ocurre la tragedia por la que han pasado los europeos y la respuesta que han dado es la de seguir las pautas que marca la ciencia que es encerrarse, estamos ante el fin no de la historia sino de su historia, su ciencia, y de la creencia en que algún día la conciencia tomará el mando de la dirección de la humanidad y pondrá fin a todo tipo de calamidades.

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La ciencia que llegó a nuestro continente fue primero la de la conquista (como diría Enrique Dussel), embarcaciones, mosquetones, bayonetas, pólvora, armas de acero, con las que ejecutaron la conquista de la mano de la cruz del catolicismo despojado de sus raíces sociales por el Imperio Romano. Después que las naciones de esta parte del continente lograron su independencia, nuestros gobernantes se dejaron encantar por la herencia cultural que nos dejaron, como una especie de manzana envenenada.

Tomamos el pensamiento más rancio europeo como el utilitario, el positivismo y el liberalismo. Se convirtieron en nuestros guías los teóricos del industrialismo como Bentham, Spencer y Comte. Y con todos ellos su ciencia que llegó a las instituciones educativas que inicialmente se formaron en América y en América Latina.

Es muy complicado que la ciencia tal y como la conocemos tome conciencia y un rumbo distinto al que ha tomado, que es ponerse al servicio de los intereses que gobiernan el destino de la sociedad industrial. La ciencia es una entidad que toma el rumbo que los humanos le dan. Si la ciencia se aplica a favor o en contra de la sociedad o del pueblo. Mientras gobiernen el mundo las grandes y enormes corporaciones serán ellas las que marquen la pauta en materia de ciencia.

Desde nuestra geopolítica latinoamericana no podemos ni debemos seguir las pautas de otras naciones ni siquiera de un sentido del tipo de ciencia pensada desde un lugar y espacio que no es el que nosotros ocupamos. Esto no quiere decir el asumir una especie de auto creación local sin vínculos con el mundo de los saberes. Lo que deseamos expresar es que Latinoamérica y México, por supuesto, debe entender que sus productos asociados a la ciencia tiene intereses específicos, que es su pueblo.

La ciencia debe estar al servicio del pueblo. Y aquí, cuando decimos que debe estar al servicio del pueblo, también nos inspira el espíritu de servir al pueblo, entendiendo por “pueblo” a los grupos sociales que tradicionalmente han sido excluidos de los beneficios que deja la ciencia inventada por Europa, así como por el progreso que se piensan como un discurso para la humanidad y terminan por servir en los hechos a las grandes empresas mundiales y, por supuesto, a las naciones hegemónicas en el mundo.

En México, la ciencia tuvo un continuo en el que recientemente se ha separado a sus creadores de los intereses populares. Se ha copiado la idea de los grandes centros universitarios y los cuerpos académicos de especialistas que investigan y forman parte de un escalafón en el que todos luchan por ascender (El Sistema Nacional de Investigadores), olvidando para quién hacen ciencia y quién les paga. También ha ingresado a la academia el espíritu de empresa, dándose facilidades a la empresa académica disfrazada de centros de investigación. Todo ello ha redundado en un tipo de saber dislocado de los intereses de la población.

Estamos a buen tiempo de reformar la ciencia y crear un tipo de ciencia que sirva a los intereses del pueblo y evitar, como en otras naciones, que nuestros mejores científicos se pierdan en la arrogancia y la vanidad de pertenecer al Sistema Nacional de Investigadores y de producir un tipo de ciencia que deja algunos recursos económicos pero que los abstrae de lo que debería ser la principal labor de la ciencia: servir al pueblo, sin que eso signifique que los ingresos sean necesariamente afectados.

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