REGRESAR

Podría no retornar a la caverna, huir junto con los pájaros que ya no esperan ese réquiem por el mundo que nunca va nacer de nuevo. Podría quedarme parado, sin regresar, estancado en el ojo apacible del sinsentido.

Podría no retornar a la caverna, huir junto con los pájaros que ya no esperan ese réquiem por el mundo que nunca va nacer de nuevo. Podría quedarme parado, sin regresar, estancado en el ojo apacible del sinsentido. Podría seguir con el monólogo de luces y tirarme en la playa del presente sin memoria y rescatar el instante mismo en el que brindamos por el cobre de nuestras tristezas y caer dulcemente en la ilusión despiadada de que son más las alegrías. Así los perros que ya han muerto dejarían de ladrar toda la noche y nunca más nos acompañarían hacia el país violeta de la muerte. Podríamos comenzar de nuevo, congelar los días en la ausencia del mar y liberar la tierra de los gritos del abuelo, los espejos vacíos solamente nos contemplarían en el lento transcurrir de una recámara. Preferiría dejarme caer en las charlas de zaguanes oscuros en los que sólo se escucha un murmurar de sombras, el baile de las bocas sin figuras geométricas, los pasos firmes de los que van a misa de siete a salvar el mundo.

Pero se me impone regresar, abrir la caja del tiempo y comenzar los exámenes de la memoria, las ecuaciones de los nombres olvidados que exigen su lugar en la eternidad. Se me impone un mandato que sale de todos los lugares y de ninguno. Camino por avenidas en las que brillan edificios de cristal como trampas mortales de los que se marchitaron en el filo del tiempo. Me deslizo en silencios concéntricos por plazas que ya he olvidado y cuyos episodios tengo que inventar en mi memoria. He tenido que volver para revertir las consecuencias de los adioses, para soportar el grito sordino del pasado en mi garganta, para olvidar de una vez y para siempre la danza del origen. Quien regresa no siempre logra escapar del presente…

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