MIRADOR | EL VERDADERO MAR

Se fue a la tumba marina con ese secreto cuando el barco naufragó en el mar del norte a causa de una explosión.

Saúl Juárez

El océano quedaba tan lejos que nadie lo conocía. El muchacho lo imaginaba sentado en la falda de la montaña. Pensaba en marcharse apenas cumpliera los 15. El mar sería su salvación porque, desde que quedó huérfano, su vida consistía en ayudar a su tío en la labor y soportar la agresión de sus primos. Tenían por costumbre escupirlo cuando lo tenían cerca. Por eso pensaba a diario en el puerto donde podrían contratarlo como marinero. Antes debía aprender a nadar y hablar mejor porque las palabras se le enredaban. Necesitaba dinero para emprender el viaje que le llevaría una semana de caminar por los acantilados.

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   No aprendió a nadar porque no había dónde, pero sí consiguió el dinero robándoselo al tío. Así se echó a caminar por las montañas, pues ya había cumplido la edad.

   Al llegar al puerto aquel casi muere de la emoción cuando miró por primera vez el mar azul cobalto. Lo contempló por horas pensando que entre las olas llegaba su futuro.

   No fue fácil embarcarse, tuvo que rogar en cada barco que atracaba. Mientras tanto, limpiaba los baños y escupideras en una cantina. Al fin, logró partir en aquel barco Noruego. Los marineros lo obligaron a hacer guardias que no le correspondían y a lavar sus uniformes.

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   Aprendió el idioma de aquellos hombres y navegó durante un lustro. Festejó en alta mar el año nuevo de 1900. Nunca aprendió a nadar. Se fue a la tumba marina con ese secreto cuando el barco naufragó en el mar del norte a causa de una explosión. En ese instante, en el puente de proa, el marino que no sabía nadar estaba recordando las montañas. Sin proponérselo se arrojó al verdadero mar, al que realmente buscaba sin saberlo.