Los errores de crianza que hacen problemática la adolescencia

Cuando escuchas la palabra “adolescente”, ¿qué es lo primero que sientes?, ¿qué apelativos, imágenes, ideas, surgen en tu mente?

Foto: Internet

Agencias/La Voz de Michoacán
México. Voy a compartir algunas respuestas que progenitores y adultos suelen manifestar en mis conferencias: “la adolescencia para mí significa la etapa de los dolores de cabeza”; “aborrescencia” (apelativos que nunca faltan); “siento miedo por el consumo de drogas, alcohol…”; “me preocupo por embarazos no deseados y  transmisión de enfermedades sexuales”;  “problemas con el bajo rendimiento académico, deserción escolar”; “rebeldía, desobediencia, falta de respeto, violencia, irresponsabilidad…”

Algunos padres vinculan el origen de la palabra adolescencia con adolescer, como si los adolescentes fueran personas carentes o faltas de algo esencial.

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 Desconocen que el término adolescente se origina del latín adolescere cuyo significado es nutrir, alimentar, hacer crecer.  

La adolescencia sin duda es una edad con muy mala prensa.

En conjunto la idea que se tiene sobre esta etapa de la vida es la de un tránsito inquietante, problemático, negativo, una especie de enfermedad que se cura con los años. Pero la verdad es que no es así.

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La adolescencia no es inherentemente problemática, todo lo contrario, es una especie de segundo nacimiento donde los niños transitan hacia la adultez con una explosión de energía vital muy parecida a la de los primeros años de vida. Una etapa potente y llena de oportunidades maravillosas de crecimiento

(Creative Getty)

El problema no es la adolescencia en sí misma sino todo lo vivido por el niño o la niña antes de llegar a esta etapa. En la adolescencia se hace visible socialmente el resultado que padres, familia, escuela y sociedad han coproducido durante la infancia. Un resultado que se hace socialmente visible cuando el niño o la niña va cobrando un tamaño y fuerza más parecidos a los del adulto, va despertando su impulso instintivo que lo lleva a oponerse a sus padres o adultos de referencia para autoafirmarse, es decir, que deja de idealizarlos y comienza a verlos de frente, en lugar de abajo para arriba, haciéndose más conscientes de cómo son o han sido realmente sus padres y de lo que siente hacia ellos. Sus reacciones, por tanto, son el fruto de lo que hemos sembrado.

Los modelos autoritarios de crianza, la distancia afectiva, las experiencias habituales de abuso, desamparo, desconexión emocional, imposición sistemática, de quiebre de la voluntad y de las pulsiones vitales durante la infancia, la escuela obsoleta, aburrida, represiva que predomina en nuestro sistema educativo... nada de eso se incluye en el escenario cuando se interpreta el comportamiento adolescente que juzgamos como problemático.

No se registra la violencia implicada en nuestra interacción con los niños que fueron esos adolescentes hasta hace pocos días, y que ahora se traduce en sufrimiento, rebeldía, protesta desesperada, búsqueda de la conexión perdida con su ser esencial crónicamente reprimido y desoído por sus adultos significativos desde la temprana infancia.

Ahora el adolescente ya tiene tamaño, fuerza, ímpetu, ya los padres ni los maestros pueden doblegarlo con la misma facilidad que cuando era un niño o una niña

Siempre vemos el efecto, la consecuencia, pero perdemos de vista el origen o la causa. Las relaciones e interacciones habituales en todos los espacios, públicos y privados me demuestran cada día con riqueza de ejemplos la manera sistemática en que los adultos ordenan, amenazan, mienten, gritan, no escuchan, desconectan con los niños a su cargo.

Luego los niños devienen adolescentes y nos extrañamos de los resultados, como si nada tuviera que ver con lo que hemos creado apenas pocos años, meses, días antes durante la infancia.