La casa del jabonero

El político mexicano promedio nunca trata de convencer al electorado de que él o ella es la mejor opción, la más viable, la que este país, o algún estado, distrito o municipio, requiere; el político en campaña lo que hace es tratar de convencer al electorado de que sus contrincantes no son lo que se necesita.


A falta de ideas, ataques
Jorge A. Amaral


Desde que tengo memoria, el tipo de política que he visto ha sido el de la guerra sucia, esa dinámica de arrojarse bolas de lodo. Cada que hay elecciones, e incluso desde que las candidaturas empiezan a barajarse, he escuchado de uno y otro bando combates excrementicios. Explico por qué.
En México (no podría asegurar con certeza si esto se replica en otros países), los debates entre candidatos son un circo y las guerras de declaraciones asemejan más un talk show como los que conducían la Señorita Laura o Rocío Sánchez Azuara. Esto se evidencia en el hecho de que los políticos enfocan sus discursos en la difamación más que en otra cosa.


El político mexicano promedio (es decir, prácticamente todos, salvo algunos garbanzos de a libra) no resalta sus virtudes, no destaca sus logros ni fortalezas. No. El político mexicano promedio nunca trata de convencer al electorado de que él o ella es la mejor opción, la más viable, la que este país, o algún estado, distrito o municipio, requiere; el político en campaña lo que hace es tratar de convencer al electorado de que sus contrincantes no son lo que se necesita.

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Antes del año 2000, los políticos de oposición predicaban la necesidad de un cambio, pero sin un proyecto realmente definido, en todo caso ofrecían utopías políticas; más bien denunciaban las tropelías del régimen priista –que las hubo, y demasiadas– y clamaban por sacar al Revolucionario Institucional de Los Pinos. Así, desde la oposición, en conjunto con una realidad insoslayable y movimientos sociopolíticos mas no partidistas, alimentaron un hartazgo que fue creciendo, y casi revienta en 1988, y un sector tuvo su válvula de escape en el 94, pero fue hasta el 2000, con una sociedad políticamente más empoderada, que por fin se logró el objetivo de sacar al PRI de Los Pinos.


Ese cambio de colores en el 2000, encabezado por el PAN y Vicente Fox no fue el gran cambio de hilos en la política y la gobernanza mexicana, fue solamente la consecución de un objetivo a priori, casi per se: fuera el PRI. Quién gobernara, quién quedara al frente, no importaba, lo importante era poner fin a siete décadas de un régimen totalitario, no en el sentido monárquico del término, sino muy a la mexicana: el Estado como ente supremo que tenía la hegemonía política, económica y hasta delictiva.
Con las elecciones del año 2000 el poder político se repartió entre unos y otros partidos, las riendas de la economía por fin las tomó la élite empresarial después de ir ganado terreno desde 1982, y además, el control delictivo pasó a manos de los zares de la droga, quienes después de décadas de rendirle al gobierno en turno, en el 2000 empezaron a tener al Estado a su merced.


Pero Vicente Fox no era un estadista, no era un ideólogo del cambio. Vicente Fox fue un excelente candidato, un demagogo magistral que le dijo a la gente lo que el pueblo quería escuchar, que resaltó los defectos del régimen priista y las fallas del cardenismo encarnado en el hijo del general y por eso ganó, por hacerle al candidato del PRI lo que muchos mexicanos queríamos hacerle: pararle el dedo medio, porque Francisco Labastida encarnaba al presidencialismo priista del que la oposición nos había enseñado a estar hartos.

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Incluso durante ese sexenio el consuelo no era tener un buen gobierno, sino ya no ser gobernados por los herederos de la Revolución, como se asumían los priistas de viejo cuño.


Ahora esa táctica política sigue siendo no sólo la más usada, sino la única que conocemos de la clase partidista. Busque en YouTube cualquier debate de candidatos, desde aquellos que han buscado alcaldías y gubernaturas hasta quienes han contendido por la Presidencia de México y verá que casi todos los discursos, carentes de propuestas reales, viables o incluso novedosas hacia los votantes, van cargados de misiles contra sus contrincantes.


Para no viajar tanto en el tiempo, veamos los últimos comicios presidenciales: AMLO, poniendo sobrenombres al candidato del PAN; Anaya, criticando los dichos y desplantes del morenista; la militancia del partido ahora en el poder, denostando al candidato del PRI, y los miembros del tricolor, que no su candidato, señalando la necedad del tabasqueño y las corruptelas del albiazul.


Hoy que AMLO es presidente y antes de esta pausa forzada por el coronavirus, hemos visto que el gobierno federal y quien lo encabeza no asumen sus errores en este corto periodo que llevan en las riendas del país, sino que se escudan resaltando los errores y abusos del pasado. El actual gobierno no ha hecho frente a la delincuencia, ha dicho que no hará lo que Calderón y que combatirá la corrupción que ganó terreno en sexenios anteriores; la actual administración federal no habla de cómo va a activar la paupérrima economía nacional, simplemente dice que el modelo de gobierno anteriores no funcionaba y por eso el país está como está. Vaya, la Cuarta Transformación apelan a la resignación popular como esa idea de que mal de muchos, consuelo de pendejos.


Pero la oposición actual, es decir PRI, PAN y lo que por ahí queda del PRD no cantan mal las rancheras, porque desde las tribunas del Senado o de San Lázaro no impulsan acciones reales, sólo desvirtúan las decisiones del actual gobierno. Por eso vemos a un Marko Cortés cada día echando leches y vomitando espuma para referirse al presidente, pero jamás habla de lo que su partido y sus legisladores están haciendo, y lo mismo aplica a los demás institutos políticos.


La misma tónica la vemos con Felipe Calderón, quien, con su experiencia como expresidente, lejos de plantear alternativas para algunas políticas públicas erráticas, lo único que hace es lanzar sus dardos desde las redes sociales buscando el linchamiento mediático del presidente. Ejemplo: recientemente, cuando AMLO fue a Sinaloa, Calderón tuiteó una foto del presidente comiendo, y atrás de él, un señor. Sobre la foto no dijo nada, sólo la publicó con la pregunta de quién era ese hombre atrás del presidente. Por alguna extraña (?) razón alguien respondió que se trataba de un hermano del Chapo Guzmán. Aquello se volvió tendencia y derivó en una avalancha de críticas hacia el presidente por haber comido con un hermano del otrora capo más poderoso de México, recordando que horas antes, AMLO tuvo el gesto de saludar a la madre de Guzmán Loera, quien, recordemos, no es una criminal, sólo es una madre de familia tratando de ayudar a su hijo (para la señora él no es un peligroso narcotraficante, es simple y sencillamente su hijo). También vinieron los reproches por la malograda detención de Ovidio. En fin, el chisme se puso de a peso, y seguramente Calderón bebía su escocés tocándose las yemas de los dedos. Al final, el supuesto hermano del Chapo en realidad era un médico parte de la comitiva, totalmente ajeno al clan Guzmán Loera.


Claro que cuando vi la foto publicada por Felipe Calderón vinieron a mi memoria decenas de fotos que he visto de él cuando era presidente junto a su entonces hombre fuerte: Genaro García Luna. Pero bueno, la zorra no se ve su cola, y si la ve, afirma no tener ningún vínculo con ella, “es más, yo ni sabía que tenía cola”, dirá.


Y actualmente, con la pandemia lo seguimos viendo, porque los políticos de oposición han salido a criticar las acciones del gobierno federal pero no proponen nada útil, como si nuestro héroe López-Gatell fuera un politiquillo cacha-huesos más y no un internacionalmente reconocido especialista en su área, la epidemiología.


Pero pasando la contingencia, si es que vivimos, volveremos a ver las guerritas de lodo, primero, con los saldos de la emergencia sanitaria, pero también con las elecciones que se vienen en varios estados. Al tiempo.

Seamos serios

Rara vez veo noticieros en TV Azteca, de hecho, rara vez veo su programación, pero esta semana, saltando canales, caí en el espacio noticioso conducido por Jorge Zarza. Ahí entendí por qué tanta gente ve con nula seriedad la pandemia del coronavirus: quizá para tranquilizar a la gente, para no asustarla, el conductor minimiza el impacto del virus y por qué hay que extremar medidas sanitarias y atender las recomendaciones de los especialistas. Lo malo es que, sin ser él un especialista en el tema, intencional o involuntariamente, no sé, contradice lo que las autoridades sanitarias indican todos los días sobre la sana distancia, no aglomerarnos, cuidar la higiene (eso siempre es importante pero ahora es indispensable) y demás medidas.
Yo no soy especialista, no soy epidemiólogo ni médico, y como no lo soy, prefiero atender lo que quienes sí saben de esto dicen. Ya lo decía más arriba, el doctor López-Gatell no es un político cazador de huesos, es un científico reconocido en su ámbito, y de creerle a él o a Jorge Zarza o al señor que dice que esto es un plan macabro de los gobiernos, es obvio a quién le voy a creer y en quién voy a confiar. Le invito a tomar el asunto con seriedad y no jugarle al inmune. Es cuánto.

Postdata de Princesa Grumosa

La Princesa Grumosa es un personaje de “Hora de aventura” y entre sus frases célebres está la lapidaria y ahora llevada a los memes “quedaste como estúpida”. Bueno, ¿recuerda que cuando empezó a regarse la pandemia del COVID-19 una de las primeras recomendaciones fue no viajar, mucho menos a Europa?, ¿y recuerda los casos de gente a la que le valió sorbete y aprovecharon que los boletos de avión y los costos de hospedaje bajaron para ir a conocer el Viejo Mundo?, ¿y se acuerda de que mucha de esa gente luego dio positivo en la prueba de contagio? Les deseo pronta recuperación, pero la voz de la Princesa Grumosa viene a mi mente. Salud.