La mano negra apareció en aquella celda de un antiguo convento de Morelia y señaló hacia donde había un tesoro

Un extraño suceso interrumpió la lectura a luz de vela de aquel fraile; años después un novicio fue testigo de un impresionante hallazgo. Es la leyenda de “La Mano Negra” de San Agustín.

Imagen: La Voz de Michoacán.

Juan Carlos Huante / La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán. En aquella celda conventual, en la madrugada se escuchó un extraño ruido mientras el fraile leía a luz de la vela.

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Cuenta la leyenda que ocurrió al interior de la construcción que data de 1550, ubicada entre las calles Abasolo y Antonio Alzate, en el primer cuadro de la antes llamada Nueva Valladolid, hoy Morelia.


El padre Morocho, un sacerdote reconocido por sus virtudes personales y habilidades artísticas, como en la pintura, se encontraba de visita en el Convento de San Agustín, donde por la noche en su habitación se puso a leer.


Entonces sucedió el tétrico evento. Al escuchar el sonido al lado suyo, giró la cabeza y ahí estaban unas manos negras, cuyos brazos no se veían, perdidos en la penumbra entre la oscuridad de la celda y la luz de la veladora.

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Una de las manos apagó la flama, pero el extraño suceso no inquietó al padre Morocho, al contrario, habló con ese ente que apenas lo distrajo, a quien le dijo: “Ahora, para evitar travesuras peores, con una mano me tiene usted en alto la vela para seguir leyendo y con la otra me hace sombra a guisa de velador, a fin de que no me lastime la luz”.

Las manos obedecieron las instrucciones del religioso: una tomó la vela, la otra hizo sombra, hasta que apareció la luz del sol, y el padre Morocho dictó otra orden: “Apague usted la vela y retírese. Si necesito de nuevos servicios, yo lo llamaré”. Las manos desaparecieron.

No fue la única vez que pasó, pues la convivencia del sacerdote y las manos se prolongó por días; ellas le ayudaban a leer y también a pintar paisajes de Morelia.

Llegó el momento de la partida del agustino, pero en la noche previa, una de las manos negras le señalaba con insistencia hacia un punto específico de la celda. ¿Un tesoro? El padre Morocho no cayó en la tentación de comprobarlo, porque no era un ambicioso de riquezas.

De este hecho quedó registro escrito en el convento, que años después leyó un novicio de la orden religiosa y al examinarlo con detenimiento, descubrió que la celda donde habían ocurrido los sucesos era la misma que ahora él habitaba.

Corrió a la habitación, buscó el lugar que la mano le había señalado al padre Morocho y encontró un gran tesoro.

VISITA EL TEMPLO DE SAN AGUSTÍN

Aunque parte de la vasta construcción ahora es ocupada por una casa del estudiante, el templo es una joya no solo por su arquitectura de estilo gótico, también por su riqueza de obras de arte y reliquias que en su interior se encuentran.

Ahí se venera a la Virgen del Socorro y el lugar también es considerado como pinacoteca, pues guarda y conserva colecciones pictóricas.

Foto tomada de www.mexicoenfotos.com.
Pinacoteca de San Agustín.

Al exterior se encuentra una explanada con una fuente al centro, y rodeada de portales donde el visitante podrá degustar de ricos antojitos.

Se encuentra ubicado en el Centro Histórico, a espaldas de la Catedral y al lado Casa natal de José María Morelos, pero toda la zona del primer cuadro ofrece un abanico de lugares imperdibles de visitar, como museos, templos, plazas, restaurantes y mucho más…

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