10 años del adiós de José Saramago, primer Nobel de literatura portugués

Hoy se cumplen 10 años del fallecimiento del escritor portugués José Saramago, comprometido con las causas sociales, quien en Ensayo sobre la ceguera presentó una perspectiva humanitaria de

Foto: Twitter.

Redacción / La Voz de Michoacán

José Saramago, nacido en 1922 en Azinhaga, Portugal, de una familia humilde que le enseñó a amar la tierra y los árboles murió hace 10 años murió en Lanzarote, su tierra adoptiva.

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Fue un apasionado defensor del artista que hizo de Lanzarote una obra de arte, y luchó con los responsables de su fundación para que los depredadores del suelo no la convirtieron en un aeropuerto de entrada y salida de viajeros.

Al tiempo, allí siguió escribiendo libros, entre ellos Ensayo sobre la ceguera, que en el presente periodo de pandemia ha sido uno de las obras más solicitadas en España y en el mundo.

En esa ficción -publicada, como toda su obra, por Alfaguara- él había imaginado una historia que se parece a este drama que se vive en este año del décimo aniversario de su falta.

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Foto: Tomada de Internet. Ensayo sobre la Ceguera, una atrapante novela que no debes dejar de leer.

Falleció un día como hoy en 2010, y su despedida en Lisboa y en su tierra natal fue una manifestación general de duelo a un hombre comprometido que rindió ejemplo de fe en el género humano y de defensa de los desposeídos de la tierra.

Sus novelas le dieron el premio Nobel, que ganó en 1998, y fue celebrado en su país y como el éxito de alguien que había hecho de esas dos pertenencias, Azinhaga y Lanzarote, los territorios simbólicos de su lucha por la vida a través del compromiso con la literatura.

América Latina, de arriba a abajo de su inmensa geografía, fue otro espacio principal de su peripecia viajera. Para el autor de Viaje a Portugal el género humano era el destinatario de su obra, cuya raíz poética daba noticia de las ansiedades del hombre contemporáneo, acosado, como en La caverna, por el consumo desbocado a que obliga el capitalismo, o como en ese Ensayo sobre la ceguera que ahora se convierte en metáfora de la incertidumbre y el dolor del mundo.

La Academia Sueca lo premió porque volvió “comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación y la ironía”. Aunque ese es un retrato académico y sueco, explica muy bien rasgos, como la ironía, que no sólo fluyeron en su escritura sino en su propio semblante, en su conversación y en su aparente timidez.

Estatua de José Saramago en Azinhaga - Pedro Sevylla

Estos son algunos de esos títulos: La balsa de piedra, Memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis, Levantado del suelo, El Evangelio según Jesucristo, Las intermitencias de la muerte o los cuentos de Casi un objeto. Por El Evangelio según Jesucristo tuvo un diferendo grave con el gobierno de su país, de carácter conservador, que impidió que la obra se presentara a un importante premio europeo.

Comentando ese suceso, que él recibió con mucho disgusto, dijo un día en Lanzarote mirando hacia el monumento a Unamuno, que se ve en la isla de enfrente, Fuerteventura: “Me quitarán lo que quieran, pero nunca me quitarán el aire de Lanzarote”.

Fue un hombre comprometido con todas las causas sociales progresistas, en Portugal, en España y en cualquiera de los lugares del mundo de los que procedían noticias de la injusticia.

El décimo aniversario de su muerte, es una invocación para que los escritores no olviden que deben su pluma no sólo a la imaginación o a la metáfora, sino al testimonio, por ejemplo, contra el racismo que, desgraciadamente, sigue tan vivo ahora como cuando él nació, cuando empezó a escribir o cuando le dieron el Nobel en Estocolmo.

Fue un escritor “tardío” pero contundente. Creció en un austero hogar de campesinos de Azinhaga, una aldea a 120 kilómetros al noreste de la capital portuguesa, y comenzó a ganarse la vida desde la adolescencia.

Primero como cerrajero, luego como mecánico, empleado administrativo, editor y columnista. En 1947 publicó su primera novela, Tierra de pecado, pero pasó más bien desapercibida. Enseguida escribió otra, Claraboya, que guardó en un cajón, y durante 20 años no se animó a escribir otro libro.

“Sencillamente no tenía algo que decir. Y cuando no se tiene algo que decir, lo mejor es callar”, explicaría tiempo después. Sus artículos en diarios y revistas, así como su militancia en el Partido Comunista, fueron objeto de censura y persecución. Después de la “Revolución de los Claveles”, que devolvió la democracia a Portugal, volvió a dedicarse a la literatura y no tardó en encontrar una voz propia que comenzó a atraer lectores.

Apoyó varios movimientos sociales del mundo (como el EZLN chiapaneco) y con El evangelio según Jesucristo su prestigio como escritor se volvió internacional. En 1998 le otorgaron el Premio Nobel de Literatura, siendo el primer autor en lengua portuguesa en recibirlo.

“De hoy en adelante habrá un ‘mito Saramago’, como existe en torno a Fernando Pessoa, que, como todos los mitos no tiene tanto que ver con el valor de las respectivas obras como con el vacío que llenan en nuestro imaginario nacional, en busca del reconocimiento universal”, escribió entonces el filósofo portugués Eduardo Lourenço.

Durante estos días no he pensado qué hubiera dicho José sobre la pandemia y el encierro. Porque ya lo dijo. Escribió Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez. Ahí dejó claro que, en una pandemia, no hay culpables ni responsables. En una pandemia todos somos víctimas. Eso respecto a la ceguera. Y un ciudadano lúcido no deja que atropellen a su vecino, eh. Ni al negro de la esquina", dice Pilar del Río, quien se alegra de que durante la cuarentena Ensayo sobre la ceguera haya estado en la lista de los libros más leídos.

Antes de ser trasladado a Portugal para su funeral e incineración, el cuerpo sin vida de José Saramago fue velado en la biblioteca de su casa de Lanzarote. Sus cenizas fueron depositadas al pie de un olivo frente a sede de la Fundación José Saramago en Lisboa. “Y ahí”, cuenta su compañera, “pusimos el epitafio que eligió: ‘No subió a las estrellas porque pertenecía a la Tierra’, una frase de su novela Memorial del Convento”.