La fiesta de los Viejos, Marotas y el Toro en Huecorio, cuna del Lago de Pátzcuaro

Con máscaras talladas, danzas y rituales, el Carnaval de Huecorio es un reflejo de la riqueza cultural y la identidad de la región.

Foto: Pablo Aguinaco

Erandi Avalos / La Voz de Michoacán

Cuenta Alma Gloria Chávez, mujer guerrera y sabia, que hace muchos, muchos años esta región comenzó a calentarse tanto que hombres y animales comenzaron a huir hacia el norte cuando súbitamente se escuchó un fuerte ruido en el cielo y se vio caer una enorme bola de fuego que hizo la tierra temblar y que causó un estruendo que llegó hasta muy lejos. Los cerros y montes se abrieron y de sus entrañas brotaron ríos y arroyos que formaron el Lago de Pátzcuaro. De ahí viene el nombre de uno de los pueblos de la ribera del lago: Huecorio, que significa “lugar de la caída” y que todavía conserva la celestial piedra Huecoricha o Huecorencha, que significa “lo que cayó de lo alto”.

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Mucho ha cambiado Huecorio desde entonces, pero la calidez de su gente y el afán de conservar sus saberes y costumbres se mantiene a pesar de los retos para lograrlo. Claro ejemplo de ello es Marco Paz, de apenas veinticuatro años, quien es un apasionado de la historia de Huecorio y cuenta cómo una de las fiestas más coloridas es la del Carnaval, que de manera impresionante conserva los elementos sincréticos que incluyen el Sistema de Cargos, en el que la comunidad se organiza para llevar a cabo sus fiestas y celebraciones, entre las que destaca la Ch’anántskua Uekorheo Anapu o Fiesta de Carnaval de Huecorio.

Un dato interesante es que Los Cargueros –llamados Los Vaqueros en Huecorio– son jóvenes solteros que solicitan organizar el carnaval, para lo cual se preparan durante varios meses. Este año fue el turno de Jonathan Rendón y Ramsés Alcántar, quienes a sus diecisiete años ya lograron llevar con éxito El Toro y expresan la alegría que les dejó y cómo el gasto y el cansancio valen la pena por la satisfacción obtenida. La unión familiar y comunitaria del Sistema de Cargos queda clara: los padres y familiares de los cargueros respaldan y acompañan durante todo el año de preparación a sus hijos, desde que “coronan” a Los Vaqueros (cuando se les autoriza el cargo en marzo), hasta el último día del carnaval. José Luis Alcántar, padre de Ramsés, también cuenta que no termina ahí el trabajo ya que ahora a ellos les toca guiar a los próximos cargueros para la fiesta del 2025.

Foto: Pablo Aguinaco

Los personajes son representados por varones: las Maringuias, relacionadas con la Virgen María, en Huecorio son más conocidas como Marotas (mujeres toscas). Estos usan la regia indumentaria tradicional bordada que representa a la Marota: primas, hermanas, madres, abuelas y novias prestan sus mejores prendas para ataviar al danzante, que porta también un banderín –una servilleta también bordada– que se ondea velozmente en la danza rodeando al toro en grupos de tres en tres. La máscara es de rasgos finos y en ocasiones llevan aretes. Los Viejos, que son muy alegres y bromistas, llevan también máscara de madera, sombrero, pantalón de mezclilla y botas. Este personaje hace alusión a San José y a los campesinos y ganaderos. Extrañamente hay un personaje que no participa en Huecorio hace cincuenta años pero que ya están planeando retomar: El Caballito.

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Las máscaras son en madera tallada y policromada, algunas antiguas y otras recién adquiridas, son compradas a artesanos de Tócuaro como Federico Sierra y su familia, o el reconocido Felipe Horta, quien conoce las características de los personajes en Tócuaro. Aquellos que todavía no han adquirido su máscara, se cubren el rostro con paliacates.

Foto: Pablo Aguinaco

El Toro lleva una cabeza de toro en talla de madera con cuernos reales y cola real también.  Es visto como un animal sagrado que se sacrifica para ser repartido y comido en comunión, lo que se representa en la noche de la “matanza” a golpes, después de tres días de fiesta que culminan en una gran celebración en el atrio de la iglesia. Por último, se encienden toritos de petate y pirotecnia, que se bailan con destreza y al final se reparte pozole para todos los asistentes.

Sabemos que no hay fiesta sin música. Huecorio tiene su banda, que conoce bien las piezas que se bailan en el carnaval y que recorre barrios y casas durante tres días. Una de las casas visitadas este año fue la de María Salud Trinidad y Briana Hernández, madre e hija, ambas nacidas en California de padres que emigraron de Huecorio buscando el sueño americano. Migrante de segunda generación, Briana fue por primera vez al pueblo a los diecisiete años sin hablar ni una sola palabra de español y mucho menos de p´urépecha, que está casi perdido en el pueblo; pero la tradición la cautivó y quiso ser parte de la comunidad –recuperar lo que le pertenecía– así que decidió aprender español y regresar cada año. En esta fiesta apoyaron, junto con otras familias, a ofrecer una de las comidas y la bebida para todos los que gusten acercarse.

Es alentador ver cómo niños que apenas caminan ya participan en la danza y cómo el pueblo se reúne y participa accediendo a que le “bailen el toro”, así El Viejo le hará bromas y chistes hasta que Los Viejos logren lazar al toro y se lo acercan. Conmueve saber que todavía hay rincones de México donde las celebraciones populares carnavalescas no necesariamente significan alcohol, drogas, máscaras de látex, atuendos vulgares y desmanes que incluso llegan a la violencia, sino que todavía son familiares y comunitarias. Ese es el Michoacán que hay que cuidar, las formas de organización social que hay que fomentar: las que vienen de la gente y de las ganas de vivir bien.

Foto: Pablo Aguinaco

En el saber indígena podemos encontrar todavía un camino de recuperación y conservación, por lo que sirve conocer, divulgar y valorar estas maravillosas tradiciones para observar de paso lo que nos corresponde hacer a nosotros con la finalidad de preservar el entorno natural –que va siempre unido al patrimonio cultural e histórico–. Para cambiar hábitos individuales y colectivos y para exigir acciones contundentes a las autoridades. Si nuestros ancestros, los pobladores que fueron testigos de la lluvia de estrellas que crearon el Lago de Pátzcuaro y sus manantiales, pudieran ver ahora la contaminación y la sequía/saqueo, ¿qué pensarían de nosotros? Nada bueno, supongo.