Naufragar en la palabra; si la literatura fuera el mar, yo sería una nadadora

La constancia es la base principal de un escritor, pero los contratiempos que posee una mujer siendo madre, cuidadora o trabajadora interrumpen el difícil proceso creativo

Fotografías de la autora

Carolina Herrejón / Colaboradora de La Voz de Michoacán

Un texto literario se destruye cuando se edifica. Se renuncia a todas las posibilidades para dar cabida a la única palpable en la palabra latente. Un texto es la negación de todos los textos que pudo ser; por lo tanto, lo que no se dice dentro del escrito también contribuye a crearlo. A este texto lo sella la imposibilidad que me invade al escribir. Poner el mundo en letra es una de las elecciones más serias y complicadas. Los “grandes escritores” han dicho que se debe tener disciplina, constancia. Ellos eran (son) solemnes máquinas de la palabra. Yo soy insolenme cuerpo del lenguaje. Mis letras dicen algo, mi lengua dice algo, mi pelo dice algo, mis piernas dicen algo, mi clítoris dice algo. En mi cuerpo también hay un proceso de escritura.

PUBLICIDAD

En este momento escribo a contratiempo, cansada hasta la médula, llena del estómago con todo el cuerpo henchido. Les he mentido. No escribo. Repaso paso a paso los motivos por los que nunca transcribo: uno, cansancio; dos, la cría; tres, amar el amor; cuatro, correr para no pensar; cinco, pensar para no fallar; seis, descansar; siete, trabajo; ocho, la cría; nueve, pelear; diez, bailar; once, trabajar; doce, trabajar y trabajar y trabajar y trabajar; trece, simular, simular que hablo, simular que escucho, simular que lloro; catorce, odiar; quince, trabajar; dieciséis, la cría; diecisiete, la vergüenza, por eso no escribo. Sin embargo, sentarme a la mesa y colocar estas palabras en la hoja en blanco ha sido el acto más valiente que he realizado en los últimos meses. Estoy creando.

En su libro La loca de la casa, Rosa Montero describe una situación que vivió al momento de observar a una ballena en el Océano Pacífico. Este hecho le sirve luego para explicar el acto de escribir con la siguiente metáfora:

A menudo intuyes que al otro lado de la punta de tus dedos está el secreto del universo, una catarata de palabras perfectas, la obra esencial que da sentido a todo. Te encuentras en el umbral mismo de la creación, y en tu cabeza se te disparan tramas admirables, novelas inmensa, ballenas grandiosas que solo te enseñan el relámpago de su lomo mojado, mejor dicho, sólo fragmentos de ese lomo, retazos de esa ballena, pizcas de belleza que te dejan intuir la belleza insoportable del animal entero; pero luego, antes de que hayas tenido tiempo de hacer nada, antes de haber sido capaza de calcular su volumen y su forma, antes de haber podido comprender el sentido de su mirada taladradora, la prodigiosa bestia se sumerge y el mundo queda quieto y sordo y tan vacío.

PUBLICIDAD
Fotografías de la autora

¿Cuál es el proceso creativo de las mujeres escritoras que son mamás, maestras, trabajadoras, cuidadoras? ¿Cómo efectuar una labor que se debe llevar a cabo deteniendo el mundo para que no necesiten de nosotras? Gloria Anzaldúa, poeta chicana, nos dijo ya que no esperemos la habitación propia de Virginia Woolf. Hay que escribir, nos dice, para demostrar que sí puedo (si podemos) y sí escribiré (sí escribiremos), no importan sus admoniciones de lo contrario. Y escribiré (escribiremos) todo lo inmencionable, no importan ni el grito del censor ni del público. Finalmente, escribo (escribimos) porque temo (tememos) escribir, pero tengo (tenemos) más miedo de no escribir. El acto de escribir es el acto de hacer el alma, alquimia.

Y si vamos a escribir, entonces también vamos a pensar e imaginar. Vamos a tomar nuestro proceso creativo como una acción situada en nosotras, para nosotras, con nuestros contextos, geografías, latitudes y espacios específicos. Si mi espacio propio es esta esquina de la mesa en la cocina, este lugar donde también sirvo la comida y platico con mis compañeras, esta superficie donde se sirve el café y se prepara el lunch; tomaré este lugar como propio, lo haré mío para la creación y la destrucción. Rosa Montero también señala en La loca de la casa que todas y todos los escritores que ella admira tienen una metáfora para explicar su proceso creativo. ¿Cuál es mi metáfora? ¿Cuál es tu metáfora? Cómo opera tu mente, tu cuerpo y tus sentidos cuando piensas, imaginas, creas y luego escribes.

Cruzo el espacio en blanco de mi mente, los sentidos se me inundan con el azul del mar. La salina me llena las fosas nasales, el brillo del sol destella en mis ojos…

Justo ahora estoy frente al Betula, un barco noruego que naufragó en la época de los noventas en las costas michoacanas, allí lo dejaron y allí lo dejarán. Mi familia tuvo hace mucho una casa en la playa muy cerca de este barco. Mis tíos cuentan que mi abuelo decía que él podía nadar hasta el navío y lo rodeaba. Había cocodrilos y peces extraños, gaviotas sobrevolando el nado de mi abuelo.

Cuando yo lo imaginaba me emocionaba creer que todos los oyentes le aplaudían cuando terminaba su relato, como en un espectáculo. Esta historia acompañó mi niñez y mis vacaciones. Mi abuelo nadando hacia un barco que fracasó en su único propósito: mantenerse a flote. Yo me parezco un poco a ese barco, a veces me cuesta mantenerme a flote. Mi abuelo ya no está en mis días. De su boca ya no salen palabras. Lo poco que recuerdo de él es a un hombre con voz enérgica y gesto dulce en la mirada, toda su vida fue profesor, más bien director de escuelas. Yo lo acompañaba seguido a su trabajo, él me cargaba, me enseñaba a delegar y ser una regenta.

Escribir también es un acto de dirigir, ejecutar, dar órdenes a nuestros dedos, dar orden. En el trayecto que separa el cuerpo de mi abuelo del mío ya no hay palabras, pero sí lenguaje. Un lenguaje que siempre cambia y fluye entre nosotros a través de los sueños. Al Betula es imposible llegar. Son varios los aventureros que han intentado nadar hasta el buque y han muerto. El navío transportaba ácido sulfúrico cuando anegó en la costa, derramó miles de litros, modificó la flora, la fauna y el paisaje. Por estas características es que es especial mi abuelo: él sí pudo rodear el barco, lo hizo en mi imaginación, cuando me contaban de niña esta historia. La ficción hace que los personajes sean fantásticos fuera de la realidad.

La literatura, por su condición y su estructura, generan en el lector (espectador, oyente), en las lectoras (espectadoras, oyentes) la virtud de poder imaginar al instante lo que se está relatando. El pensamiento es también el sumario de nuestro contexto, las vivencias que se depositan y almacenan en nuestra historia colectiva e individual; por lo tanto, quien lee, quien escucha y observa ejerce la voluntad de pensar lo que su imaginación le indique. Digamos que allí está colocada la médula de mi motivo para escribir. Quiero dedicarme a escribir palabras y palabras. Una tras otra, una tras otra, en oleaje. Pensar, escuchar y luego escribir. Si la literatura fuera el mar, yo sería una nadadora y el cúmulo de textos encallados en las olas de mis pensamientos se asemejarían al Betula. Y, en paralelo, también sería una Betula, varada en mis propias aguas esperando que de mí nazca un ecosistema marino, fantástico y venenoso.

Mi metáfora es el nado y el naufragio. La hoja en blanco es el océano. Mi océano no tiene ballenas como el de Rosa Montero, mi mar tiene barcos. Barcos que en algunas ocasiones llegan a los puertos, y otras, las más, encallan en la infinitud de los mares. Se pierden. Y a veces, sobreviven residuos de esos naufragios a la orilla de la playa.


Carolina Herrejón, mujer que escribe, materna y da clases. Fundadora del Slam de poesía para morras. Integrante de Colectiva Calandria. Actualmente cursa el Doctorado en Ciencias para la Sostenibilidad e Interculturalidad de la UIIM.