En máquinas prestadas en oficinas y con seudónimo de hombre, los primeros artículos de Cristina Pacheco

La escritora y periodista empezó a trabajar muy joven para solventar sus gastos de la universidad y apoyar a su esposo José Emilio Pacheco, pero con otra identidad

Redacción / La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán. La escritora comenzó a trabajar desde muy joven, por lo que complementaba sus estudios en la carrera de Lenguas y Literaturas Hispánicas con su empleo como secretaria en el área Difusión Cultural, oficina donde se monitoreaban las publicaciones de diarios y revistas, por lo que un día la joven se acercó a Henrique González Casanova, fundador de la Gaceta UNAM, y le dio el visto bueno para acudir a los periódicos para buscar trabajo.

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“Fui a ver a Henrique, le dije que si me daba permiso de hacer notas de libros para ganar un poquito más y entrar en los periódicos; me dijo que desde luego me daba autorización, siempre y cuando yo consiguiera el espacio y mi sueldo, entonces fui a todos los periódicos de la ciudad, toqué en todos”, recordó en una entrevista para el programa "En corto", rescatada por El Universal con motivo del deceso de la periodista.

De ese modo, Pacheco consiguió su primera oportunidad en El Popular, todo esto mientras la joven estudiaba el primer año de licenciatura en la UNAM, periódico que le pagaba 50 pesos por cada nota que publicaba.

Más adelante encontró un espacio en el periódico Novedades, cuando Manuel Cadena le dijo que él le abriría un espacio a la semana en el diario, advirtiéndole que si hacía falta extensión para incluir otras notas, su texto no sería publicado, amenaza que nunca cumplió, pues los artículos de la escritora siempre fueron publicados.

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Uno de los desafíos a los que se enfrentó en esa época fue que no contaba con una máquina de escribir para entregar de forma presentable sus notas. De ese modo, tenía que escribir, en cualquier rato libre de la facultad y, por las tardes, presentarse en cualquier oficina que le quedara de paso, en la que solicitaba que le permitieran hacer uso de la máquina para pasar su escrito en limpio y entregarlo en el periódico.

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“A veces hacía las notas en la universidad a mano, luego me iba al centro, entraba a las oficinas públicas y decía: ‘Señorita, ¿me presta la máquina tantito, me deja escribir mi artículo?’, era una cuartilla nada más, eso no podría pasar hoy, de veras que no podría pasar hoy, era un sueño”, destacó.

Fue así que durante la entrevista recordó que en esa época, en la que también acababa de contraer matrimonio con el poeta José Emilio Pacheco, comenzó a publicar bajo el seudónimo de Juan Ángel Real.

Los Pacheco, con gran necesidad económica, buscaban trabajos alternos que les permitiesen llevar a la casa un poco más de dinero, fue entonces que el escritor, que trabajaba en Gaceta UNAM, encontró una oportunidad de escribir en “Sucesos para todos”.

Cristina era quien llevaba los textos de su esposo a la revista, del mismo modo que era ella quien esperaba en las oficinas para que le entregasen el pago, pues de esa manera ayudaba a desahogar a José Emilio algunos de los compromisos laborales con los que tenía que cumplir.

“Estaba yo recién casada, él ganaba muy poquito, entonces consiguió trabajo en ‘Sucesos para todos’ y hacía artículos, y lo único que yo podía hacer por él era ordenar sus cosas, arreglarlas y entregar sus artículos para que él no perdiera tiempo”, destacó.

Entonces, en una de esas esperas para recibir uno de los pagos de José Emilio, la escritora conoció al caricaturista Raúl Prieto Río de la Loza, mejor conocido como Nikito Nipongo, quien le cuestionó por qué esperaba tantas horas el pago, pues Gustavo Alatriste, quien fuera dueño de la revista, demoraba mucho en firmar los cheques, a lo que ella contestó que era tanta la necesidad económica que tenían, que no podía esperar otro día, pues tenía que hacer uso de ese dinero para solventar sus gastos.

De ese modo, Prieto le propuso que escribiera las historias que le narraba mientras esperaba, y él mismo le pagaría 200 pesos; Pacheco aceptó y comenzó a escribir entrevistas ficticias, basadas en las historias que “la gente del barrio”, con la que creció durante su juventud, le habían contado.

“Le digo: ‘Voy a inventar unas entrevistas’, yo nunca había entrevistado a nadie, yo había conocido muchas personas en el barrio, prostitutas, boxeadores, carniceros, matones, ladrones, panaderos, barberos y esa gente rodeó mi vida de infancia, fue gente -para mí- maravillosa, debo decirlo, sabía que eran gentes buenas; mi manera de volverlos a mi memoria, no volví a verlos, claro, por supuesto era hacer que hablasen”.

Pero había un problema, Cristina temía cometer una torpeza a la hora de escribir y, de ese modo, dejar mal el nombre de José Emilio, que ya se estaba haciendo de una carrera en las letras, por lo que Prieto le dio la solución: crear un seudónimo con el que nadie sospechase cuál era su verdadera identidad.

“Temía hacerlo muy mal y que José Emilio quedara en ridículo, lastimarlo involuntariamente, porque iban a decir: ‘Ay, mira este pobre, se casó con esta tonta que no sabe escribir nada’”, indicó.

Cristina se puso “Juan” porque es un nombre que le gustaba mucho; Prieto, por su parte, le sugirió el “Ángel” y el apellido de “Real” lo eligieron debido a que las historias que contaría en las entrevistas provenían de hechos fidedignos.

“Fui Juan Ángel Real por dos o tres años, me fue muy bien, la serie se llamaba ‘Ayer y hoy’”, detalló.