La urgente transformación que vive el fútbol, no le garantiza su subsistencia frente al coronavirus

En los manuales de la Premier League lo único que no está incluido, como quedó muy claro la noche del 13 de marzo, es qué sucede si la temporada de la liga no puede finalizarse. La Sección C —“El Campeonato de la Liga”— no decía nada al respecto.

Foto: Internet

Agencias/La Voz de Michoacán
El manual de la Premier League es tan extenso que llamarlo “manual” es, en muchos sentidos, un poco forzado. En total, ocupa 665 páginas. Podría catalogarse entre un instructivo particularmente denso y un fragmento de escrituras sagradas especialmente didáctico.

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En él se establece, en un océano de secciones y subsecciones, cómo se debe dirigir exactamente un club si se desea que forme parte de la liga de deporte nacional más popular del mundo. Y exactamente significa exactamente: nada queda fuera, no hay ningún detalle sin cubrir.

Lo que los jugadores deben vestir cuando realizan deberes fuera del campo: ropa que muestre el escudo del club. Cuánto puede durar una sesión de ejercicios de recuperación después de un juego: 15 minutos, y ni un segundo más. Qué cosas los equipos tienen o no permitido mostrar en las pantallas gigantes de sus estadios: nada de imágenes en directo, gracias.

Lo único que no está incluido, como quedó muy claro la noche del 13 de marzo, es qué sucede si la temporada de la liga no puede finalizarse. La Sección C —“El Campeonato de la Liga”— no decía nada al respecto.

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El manual probablemente será actualizado; ya hay un apéndice de 50 páginas que da directrices de cómo regresarán los equipos a los entrenamientos de manera segura en medio de la pandemia del coronavirus, la cual obligó la suspensión de la temporada hace más de dos meses. Eso se realizará ya sea por decreto o de acuerdo con los precedentes, pero la ausencia de esas instrucciones se percibió (y todavía se percibe) como un descuido.

Después de todo, la llegada de un patógeno agresivo no es la única cosa que pudo haber causado una interrupción del fútbol. La guerra lo ha hecho en el pasado, los disturbios sociales lo han hecho en muchas otras partes y las huelgas de jugadores han logrado detener otros deportes. Dada la economía del fútbol, no es para nada inconcebible que el colapso de una emisora asociada pueda también plantear una amenaza existencial.

Pero el manual no ofrecía ninguna orientación. Esta fue la única eventualidad que nadie pareció haber considerado. Solo hubo silencio al respecto. Por eso, durante los últimos dos meses, solo ha habido ruido.

Durante el transcurso de horas y horas de reuniones —y días y semanas de murmullos, sugerencias e informes—, los directivos de la Premier League habían intentado encontrar una respuesta a la única pregunta que ninguno de ellos había tenido previamente la necesidad de hacer.

(AP Photo/Jon Super)
(AP Photo/Jon Super)

No fue sino hasta el jueves, al acercarse el final de mayo, que dieron con una. En Alemania, la Bundesliga ya tenía dos semanas jugando. En España, las autoridades del deporte ya tenían tiempo comprometidas a reanudar y terminar la temporada. En Francia, donde el gobierno intervino, el PSG ya había sido nombrado campeón.

Ahora, al fin, Inglaterra tiene también un plan: la Premier League regresará el 17 de junio, siempre y cuando se mantenga la autorización política y no haya un repunte de pruebas positivas en los jugadores o en la tasa de infección del Reino Unido.

Si la liga no puede reanudarse, la temporada será determinada con base en los puntos por partido (se dejará congelada la tabla tal como está, con una o dos excepciones). Se nombrará al campeón. Los tres peores equipos descenderán. Por fin, la idea de considerar la temporada “nula y sin efecto” ya no es una opción.

Por un tiempo, esa parecía ser la solución preferida de varios equipos que existen exclusivamente para jugar fútbol. Desde hace tiempo, ha existido un grupo dentro de la Premier League al cual lo único que le interesa es estar allí: sin destacar, ni ganar juegos, ni entretener a nadie, sino simplemente ocupando un lugar en la primera división del fútbol inglés. Anular y dejar sin efecto la temporada parecía ser la conclusión natural de ese enfoque: resulta que no importaba si nadie jugaba fútbol, con tal de que esos equipos pudieran seguir cobrando esos cheques de las transmisiones por televisión.

Al principio, ese enfoque quedó envuelto de una moralidad entendible y bastante convincente: la mera idea de que el fútbol pudiera reanudarse era casi ofensiva, dijeron. Luego, más adelante: la idea de que la temporada pudiera reanudarse en estadios vacíos, comprometiendo su integridad, era injusta, dijeron. Luego, aún más adelante: el fútbol puede jugarse sin aficionados, dijeron, pero no en sitios neutrales, o podría jugarse en sitios neutrales, pero nadie podía ser enviado al descenso.

(AP Photo/Jon Super)
(AP Photo/Jon Super)

Hay mérito en algunos de estos argumentos. Ciertamente, en abril, se percibía como de mal gusto intentar organizar el regreso de un mero deporte (ya hemos establecido previamente que es moralmente aceptable extrañar los deportes, sin importar la situación) mientras la pandemia estaba en su apogeo y la pesadilla parecía no tener final.

Menos significativo es el hecho de que la experiencia de la Bundesliga sugiere que la ausencia de aficionados tiene un impacto importante en los resultados: la ventaja de local parece haber desaparecido de la noche a la mañana en Alemania. Y es cierto que la idea de jugar los partidos en sitios neutrales —en el caso de que multitudes se reúnan afuera de los estadios— es, en esencia, una ofensa atroz a esos hinchas responsables de que exista toda la estructura del fútbol.

Sin embargo, es un alivio que esos argumentos no hayan prevalecido. No porque la única manera “justa” de resolver la temporada siempre haya sido jugarla. No por el imperativo económico —por la salud de los equipos y, en cierto modo, del juego en su conjunto— para encontrar un camino de regreso.

Tampoco porque sea necesariamente correcto que el fútbol vaya a reanudarse. Sigue siendo, después de todo, un equilibrio delicado. No hay garantía de que la temporada inglesa —o incluso la alemana— logre completarse. Podría suceder que una de ellas, o ambas, se decidan fuera del campo, mediante alguna fórmula matemática.

Sin embargo, eso es mucho más preferible que anularla, tacharla del libro de registros, pretender que nunca sucedió y empezar de nuevo cuando sea que podamos. No porque nunca haya sido realmente necesario, ni porque sea intrínsecamente injusto, ni porque le dé prioridad a cosas que no pasaron sobre las que sí. No, es preferible por una razón mucho más básica.

Existe un pacto entre los aficionados y los deportes que apoyan. Garantiza que lo que los fanáticos están viendo, en lo que están invirtiendo su tiempo y dinero, cuenta para algo. Importa. Tiene un significado: un significado artificial, algo que imponemos en vez de algo innato, pero un significado al fin y al cabo.

Haber cancelado la temporada, entonces, no solo le habría quitado a los primeros nueve meses de esta temporada ese significado, sino que también habría podido comprometer el significado de cualquier temporada en el futuro. Haría que fuera difícil invertir financieramente en un abono de temporada o en una suscripción de televisión. Más importante, francamente, haría que fuera difícil volver a involucrarse emocionalmente con un equipo.

Por ahora, este es el futuro; deberíamos darle una oportunidad

Existe una regla de oro en internet. No es, a pesar de lo que muchos piensan, la ley de Godwin. Es esta: si colocas algo en Internet, en algún punto del proceso algún hombre —y siempre es, en esencia, un hombre— se apoderará de él con la intención de generar alguna forma de gratificación sexual.

Es por eso que nadie, absolutamente nadie, debería haberse sorprendido el 28 de mayo de que, cuando el club danés Aarhus AGF invitó a sus fanáticos a seguir por Zoom su primer juego de la temporada reanudada, dos hombres hayan tenido que ser desconectados de la transmisión por el moderador del equipo por desnudarse en público (afortunadamente, antes de que su pequeña maniobra fuera vista por alguien).

(Photo by Lars Ronbog / FrontZoneSport via Getty Images)
(Photo by Lars Ronbog / FrontZoneSport via Getty Images)

Es una triste realidad, no me malinterpreten. No es divertido. No se puede explicar. Ni siquiera es fácil de entenderlo. Pero tampoco debe hacernos pasar por alto que el experimento del Aarhus es algo esperanzador. Si aceptamos el hecho de que los hinchas no van a estar en los estadios por un tiempo, entonces los clubes, las ligas y las emisoras deben buscar la manera de, no tanto suavizar el golpe, sino adaptarse.

En Alemania, la cadena emisora oficial de la liga le está agregando sonido ambiental de multitud a la transmisión para los fanáticos, que ven el juego desde casa. En Corea del Sur, ese sonido ambiental se emitió directamente en el estadio. Traer a los aficionados a las gradas a través de Zoom es un intento valiente de dar un paso más allá (nuestro amigo Tariq Panja escribió sobre ese juego del Aarhus, y el video es divertido).

Por supuesto, todas esas modificaciones son un anatema para el purista. Pero —para reutilizar una frase— lo perfecto no puede ser enemigo de lo bueno. Los hinchas no pueden ir a los estadios. El fútbol puede pasar los siguientes meses quejándose de eso o buscando la manera de hacer esta realidad lo más aceptable posible. ¿Quién sabe? Quizás algunas de esas nuevas ideas permanezcan luego de la crisis.

This article originally appeared in The New York Times.