BERNAL

Bernal reconoce que sentía temor ante los indígenas de Potonchan que les llamaban desde la costa del río ahora conocido como Grijalva.

Al narrar la famosa Batalla de Centla, Bernal Díaz del Castillo se refiere a los “naturales” de Tabasco por sus “armas de algodón”, por sus penachos y su capacidad para cercarlos “por todas partes”. Potonchan es el lugar donde se da la “bienvenida” con arcos, flechas y lanzas a Hernán Cortés y sus “hombres”, entre los cuales va el mismo Bernal: el primer narrador de la violencia moderna en tierras “mexicanas” que toma distancia del acontecimiento directo y que narra al final de su vida, en Guatemala, ya con un punto de vista de encomendero frustrado por la injusticia de no recibir lo que él creía que merecía por la gesta en la que participan esos soldados que conforman ese “nosotros” conquistador. En esta épica del dominio colonial, de la valentía y del honor de la guerra que se construye desde la perspectiva tempranamente patriarcal de hombres de “corazones muy fuertes”, se narra también uno de los primeros golpes de contra-conquista; una visión peninsular que reconoce la fuerza indígena pero que no alcanza a representar desde su propia voz a esos otros “conquistados”: “Pues ya encargados en los navíos, hallamos que faltaban sobre cincuenta soldados, con los dos que llevaron vivos, y cinco echamos en la mar de ahí a pocos días, que se murieron de las heridas y de gran sed que pasábamos”. Bernal reconoce que sentía temor ante los indígenas de Potonchan que les llamaban desde la costa del río ahora conocido como Grijalva, desde ese lugar que al inicio pensaban que era una isla y que en nahua significa “lugar que huele”. Ya en Champotón, Bernal afirma que les mataron a 56 soldados, sólo que ahora los peninsulares ya habían aprendido de su paso por Potonchan; los conquistadores alcanzaron a “prender” a tres indígenas: comenzaba también el aprendizaje cruel de la muerte de los “conquistados”, el arte de narrar el sometimiento y la violencia en clave colonial.

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