Danzan en honor a la Virgen de la Salud en Pátzcuaro

“¡Mira mamá, la virgen está vestida como yo!”, expresó una niña emocionada al ver la imagen peregrina.

Foto: Ángelica Ayala, La Voz de Michoacán.

Angélica Ayala / La Voz de Michoacán

Pátzcuaro, Michoacán. Entre los colores del ajuar de la mujer purépecha y los sones y abajeños de las bandas de música se llevó a cabo por tercer año consecutivo la danza en honor a la Virgen de la Salud, en un ambiente de alegría y festividad purépecha. Esta actividad se realiza el domingo anterior a la fecha principal de la patrona de Pátzcuaro y la arquidiócesis de Morelia, el 8 de diciembre.

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En el atrio de la parroquia del Sagrario la gente comenzó a congregarse. Las mujeres portaban el traje regional con la enagua, el faldón, el huanengo bordado a punto de cruz, la faja y las trenzas con moños de colores. “¡Mira mamá, la virgen está vestida como yo!”, expresó una niña emocionada al ver la imagen peregrina, que fue colocada en su tablón especial, esperando el inicio de la danza.

Poco a poco las personas y las mojigangas que iban al frente de todo el contingente se fueron congregando, abriendo paso y anunciando la próxima festividad de la Virgen de la Salud. Los sacerdotes también participaron, todos vestidos con una camisa de manta con el bordado tradicional; llevaban un bordón alto con los colores de la Virgen: el azul y el blanco, y durante todo el recorrido bailaron junto con ella.

Los caballeros de la Virgen, ataviados a la usanza regional, la cargaron y comenzó el recorrido. Los sones de los músicos animaban a las mojigangas a bailar. “¡Una cooperación para las mojigangas!”, decían las mujeres que llevaban consigo una alcancía. La mayoría de las personas sacaba algunas monedas y las depositaba, principalmente dirigidas a quienes les tomaban fotos o estaban grabando.

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Luego seguía el grupo de guarecitas, que al son de la banda de música empezaron a bailar. Después, los sacerdotes y a continuación, la Virgen de la Salud. Quienes la cargaban también danzaban con cuidado y delicadeza, creando la impresión de que la imagen bailaba con sus devotos, con quienes la veneran y le tienen gran fe y agradecimiento. A sus costados, las damas de honor de la Virgen, en fila, también danzaban.

Cada quince minutos se cambiaban las personas que cargaban la imagen. “Que sean todos del mismo tamaño”, era la petición para participar y llevar entre sus hombros a la imagen, venerada por millares de personas. Especialmente cada ocho de diciembre, la fe por la imagen de Tata Vasco, por la Virgen de la Salud, se desborda, y multitudes acuden a venerarla.

Ante el cierre de varias calles por la instalación de puestos para las festividades, el recorrido se tuvo por la calle Árciga, pasando por la casa de los 11 Patios. Luego se dirigieron a la plaza Vasco de Quiroga, donde el ruido de la música alertaba a quienes se encontraban en las cafeterías. “¡Es la Virgen, mira qué bonito!”, exclamó una señora que disfrutaba una nieve tradicional. Dejó la nieve a un lado, sacó su teléfono y se preparó para ver pasar a la Virgen.

Las personas que la acompañaban no paraban de bailar, la intención era danzar durante todo el recorrido. Las bandas de música no dejaban de tocar. Aunque fue un tanto agotador debido a los tiempos que las mojigangas tenían que descansar, lo que conllevaba a que el contingente se detuviera, no dejaron de disfrutar la celebración.

Al llegar a la Basílica, las campanas empezaron a repicar. Las primeras en entrar fueron las guares y guachos que la acompañaron. Las bandas de música tocaban con aún más intensidad, haciendo que las notas musicales retumbaran por todo el templo. Así recibieron a la imagen, todos entraron bailando con gran entusiasmo. La gente en las bancas aplaudía y, aunque la música retumbaba, se escuchaba decir: “¡Viva la Virgen de la Salud!, ¡Viva nuestra madre santísima!”. Empezaron a aplaudir.

Frente al altar y a los pies de la imagen original, elaborada hace más de 483 años con la técnica ancestral de pasta de caña, se congregaron la mayoría de los asistentes. Ahí siguieron bailando al son de la música de la banda, parecía que no se habían cansado. Hasta que, en un momento de silencio, el sacerdote agradeció a todos por haber participado y les dio la bendición.