Cultura jurídica en el grafiti moreliano

Los primeros rayones de las paredes eran intentos de expresión que fueron perfilándose a algo mucho más coherente en sus formas.

Martha Patricia Acevedo García

“Si es legal, no es grafiti”
Arturo Pérez-Reverte, (‘El francotirador paciente’)

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Las pintas e intervenciones en el espacio urbano de una ciudad tienen un antecedente muy común, es la entrada del modernismo en nuestro territorio mexicano y es también, la apertura de las naciones de sus límites geográficos a través del ferrocarril. Las “pintas” son definidas, palabras más, palabras menos, de conformidad con el diccionario de la real academia, como “una afectación de una superficie con colores, signos o letras”; estas modificaciones que se registraron en las paredes de algunas casas en todas las ciudades, tienen un origen.

Las letras y signos aparecieron claras y atemorizantes en los vagones del tren que llegaban de Dallas y pasaban por el patio de maniobras de esta ciudad a mediados de los años setenta. Las casas circunvecinas a lo que hoy se conoce como Avenida Nocupétaro y la antigua Harinera, daban cuenta de la pobreza y marginación del lugar, era por supuesto el límite de la ciudad y la ruta que seguía el tren era de largo aliento, debía llegar hasta Estados Unidos,- Dallas - para ser exactos, con vagones cargados de semillas (sorgo y maíz primordialmente); en los vagones quedaban registradas letras ininteligibles que poco apoco fueron cambiando de lugar, de verlas pintadas en los vagones, pasaron a las fachadas de las casas y luego a las puertas.

Ver pintas y “rayaduras” no era lo convencional, era algo que demeritaba un bien, en primer lugar, al propio tren y en segundo lugar a las casas que se asentaban de forma regular en el territorio moreliano. Varios autores que han estudiado al grafiti como una expresión artística, coinciden en que los primeros rayones de las paredes eran intentos de expresión que fueron perfilándose a algo mucho más coherente en sus formas y, más allá del gusto o no por el mismo, existían desde los trenes hasta los lugares en los que las personas querían dejar su nombre, un rasgo o una señal identitaria.

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Por lo tanto, las cárceles, los mesabancos de las escuelas, las bancas de las iglesias, el “ya llegué” en el cine, las iniciales en el pavimento fresco o en el tronco de los árboles, intentaban romper el anonimato que se vivía en un territorio y expresaban la necesidad de la apropiación del individuo; ante ello, ¿era legal apropiarse de las calles?, ¿de las paredes de inmuebles públicos y/o privados?

Para el derecho era vandalismo, los grupos que se reunían para llenar de aerosol una pared eran detenidos bajo la idea de que no era lícito pintar en paredes públicas porque eran un bien común, menos en las privadas porque tenían “dueño” y a la fecha sigue siendo así; sin embargo, a fuerza de la realidad, las familias de grafiteros se fueron acomodando por sectores de la ciudad para dejar una marca, una firma, en un principio en negro y después a color.

Los jóvenes grafiteros buscaban dos cosas, encontrar un “lienzo”, es decir una pared, y la oscuridad de la noche con una lámpara pública, que no iluminara bien. La organización social de los jóvenes que se reúnen para el grafiti no eran bandas, eran “familias”, compas, amigos, que sabían dibujar de forma magnífica en un cuaderno y por supuesto agitar bien el aerosol para trazar en la pared y correr.

Morelia reguló el grafiti desde su ayuntamiento, intentó que un problema social se regulara entre autoridades y las mismas familias grafiteras, incluso les ofreció “lienzos” legales, les proporcionó pintura y permitió que fluyera una expresión artística como una idea de consenso.

Una vez más la parte más inteligente para arreglar este conflicto legal estuvo en la conciencia social. Las autoridades morelianas reconocieron el trabajo artístico que hoy conocemos como “arte urbano” y que existe en muchas ciudades, sin ánimo de entrar hoy en la discusión sobre arte urbano y el que no es arte, podemos decir que grandes grafiteros han recorrido Europa mostrando sus mejores habilidades y obteniendo premios, muy atrás quedó el grafiti con letras de burbuja, ahora vemos composiciones que son “intervenciones” en la ciudad.

Sigue estando pendiente la discusión de si el grafiti legal es verdaderamente grafiti, pues la idea de pintar, rayar, marcar, grafitear una pared prohibida podría ser la expresión máxima de la libertad y el rompimiento de las clases sociales, así como el posible delito; sin embargo, al hablar del tema grafiti moreliano, no podemos dejar de pensar en aquellos días en que las ciudad tuvo en sus calles, en el pavimento, precisamente en el “paso zebra” los mejores grafitis que haya tenido cualquier ciudad; a mucha gente no le gustó la idea, seguían extrañando el negro y blanco para delimitar el cruce peatonal, a otros nos encantó porque era una fiesta de colores y expresiones ambientales que cambiaban la ciudad.

Las expresiones artísticas no solo denotan libertad, también la cultura de una ciudad y en esto el derecho se ha armonizado a la necesidad humana, como debe ser.