COLECTIVO CIUDAD | ¿Y ‘nueva normalidad’?

Hoy el cuestionamiento debe ser ¿Qué se hará para compensar lo perdido? en el ámbito educativo, cuál es la estrategia para incrementar o al menos recuperar la matrícula perdida, además claro está, de lo relacionado con el aprovechamiento escolar.

Salvador García Espinosa

Prácticamente de manera simultánea a que inicio la pandemia de COVID-19 se comenzó a hablar de una ciudad post-COVID-19 o de la sociedad post-COVID-19 y con ello del regreso a la “normalidad” o “nueva normalidad”. Hoy, después de casi dos años, bien vale la pena cuestionarnos: ¿Cuándo saldremos de esta sensación de excepcionalidad y volveremos a vivir de manera “normal”?

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No se avizora un momento más o menos cierto que nos señale una vuelta a una normalidad similar a como la vivíamos antes, más aún, debemos aceptar que la pandemia de COVID-19 nos ha cambiado la forma de aprender, comprar, viajar, trabajar y lo más grave, modificó las formas de convivencia social.

Aun no salimos de una especie de estado de suspensión en el que nos sumergió la pandemia y comenzamos a escuchar de una tercera ola o de una nueva variante.  Parece existir una resistencia a comprender que ha cambiado nuestra manera de vivir, trabajar e interactuar con las personas, hay un discurso insistente por parte de las autoridades en los diferentes ámbitos para regresar a la “normalidad” y en los mejores casos, aquello que los expertos llaman “una nueva normalidad” pero que bien a bien, aún no comprendemos del todo que significa.

De inicio, deberíamos comprender que la serie de medidas, fundamentalmente sanitarias, para evitar contagiarse, ha ido más allá del ámbito de la higiene y ha permeado con un carácter restrictivo nuestro acontecer cotidiano.

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Lo que se denomina “normal” es frecuentemente lo que nuestra sociedad considera más frecuencia o lo que mantiene su estado natural, siendo lo natural un constructo social que no consta de unos límites ni de una definición específicos ni universales. Hoy lo “normal” es portar cubrebocas, no saludar de abrazo, mucho menos de beso en la mejilla, mantener una mayor distancia entre las personas; hoy más que nunca estornudar o toser está mal visto por la sociedad. 

En diciembre del año pasado, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en México, en el marco de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, Jalisco presentó un informe sobre el Desarrollo de México y el COVID-19, en el que se señala con toda claridad que se identifica una tendencia generalizada de los programas públicos hacia un regreso a “la normalidad”, sin embargo, la COVID-19 y sus efectos no han sido integrados en las consideraciones para el diseño y la implementación de programas. Y es que, efectivamente, lo peor que pudiéramos hace como sociedad sería ignorar lo que aconteció y pretender regresar a la normalidad pre-COVID-19, tan solo en el ámbito económico, la pandemia incrementó las tasas de pobreza por ingresos en México, trajo consigo el encarecimiento de los productos básicos, el cierre de más de un millón de establecimientos, con especial afectación a las micro y pequeñas empresas; afectando de manera significativa a jóvenes, mujeres y la población indígena.

En materia educativa, a pesar de que se pretendió simular que “no pasó nada” y que las clases a distancia suplieron a las presenciales y que los programas de estudio se cumplieron a cabalidad, todos sabemos que la realidad va más allá del discurso político. Entre las principales problemáticas derivadas de la estrategia de enseñanza instrumentada esta la deserción escolar, cuya magnitud aún está por conocerse, la brecha digital que, se conocía o se tenía registro, ahora es una realidad que imposibilito la educación para millones de niños y jóvenes y no sólo en entornos rurales, sino en la propia ciudad. El virus SARS-COV2 más allá del ámbito sanitario, vino a develar las desigualdades conocidas pero ignoradas.

Hoy, nos encontramos frente a una oportunidad sin precedentes, que nos debe permitir revisar muchas de las políticas sociales, de esas que ahora han denominado de recuperación y/o reactivación, para que no limiten su impacto a una cuestión coyuntural. Se trata de reorientar el camino, de evitar a toda costa regresar a la normalidad.

Para lograr lo anterior, es preciso garantizar que las políticas públicas sean sostenibles e incluyentes y para esto, es fundamental asumir con toda claridad la realidad actual. Es impensable abrir escuelas o universidad como si nada hubiera pasado, simplemente porque no se tuvo la previsión de asimilar la realidad y preparase durante más de un año, para una “situación distinta” que dista mucho de la “nueva normalidad”.

Hoy el cuestionamiento debe ser ¿Qué se hará para compensar lo perdido? en el ámbito educativo, cuál es la estrategia para incrementar o al menos recuperar la matrícula perdida, además claro está, de lo relacionado con el aprovechamiento escolar. En lo económico, el reto es mayúsculo por la cantidad de empleos y negocios que cerraron.

En lo social, ya hemos aprendido a convivir de forma distinta, sólo nos falta comprender que serán esquemas no temporales o al menos no con la brevedad que se desearía, sino que se trata de una nueva forma de socializar, en la que necesariamente la expresión formal que, constituye la ciudad, adquirirá un nuevo aspecto al parecer por su revaloración del espacio abierto, así como por la búsqueda de más y mejores esquemas  de transición entre lo público y lo privado, que propicie una mayor inclusión social.