El automóvil y la antidemocracia en las ciudades

¿Por qué molesta tanto a los automovilistas que las políticas públicas fomenten el uso de la bicicleta?

Rosana Flores Wence

Días atrás se hizo viral en redes sociales un video en el que una mujer ciclista, en el centro de la ciudad de Querétaro, pasó encima de un automóvil que se encontraba estacionado invadiendo la ciclovía. La acción de la ciclista fue vista por muchos como una expresión de protesta y malestar contra un conductor y su auto, pues a menudo se piensa que los vehículos motorizados están en su derecho de estacionarse donde sea; sin embargo, otros usuarios en redes reaccionaron negativamente ante la acción de la ciclista y citaron la vieja idea del "respeto a la propiedad privada" para condenar las acciones por parte de ella.

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Más allá de si estamos a favor o en contra de las protestas ciclistas, algo que no podemos ignorar es la pugna que existe entre éstos y los automovilistas. En lo personal, el conflicto desde siempre me ha suscitado continuas interrogantes: ¿por qué molesta tanto a los automovilistas que las políticas públicas fomenten el uso de la bicicleta? ¿qué les ha hecho pensar que la ciudad existe por y para los autos y que solamente sus usuarios tienen derecho a circular la ciudad? ¿por qué se trata al automóvil como "vaca sagrada"? Más aún, ¿por qué no se reconoce al automóvil como un lujo antisocial?

Para tratar de responder nuestras interrogantes elegimos a Zaida Muxi y André Gorz pues sus planteamientos pueden ayudarnos a reflexionar sobre el tema. En primer lugar, el permanente debate entre los habitantes de las ciudades gira en torno a qué movilidad tiene privilegio sobre otra. Es de conocimiento común el uso de la bicicleta es benéfico para la salud colectiva, puesto que fomenta la movilidad activa y contribuye al medio ambiente; sin embargo, se sigue dudando de su potencial. Lo cierto es que en Morelia estamos lejos de alcanzar un óptimo desarrollo de movilidad alternativa, pues las ciclovías no solo están planeadas de forma restrictiva, sino que, además, los gobiernos locales no han logrado concientizar a los ciudadanos sobre la importancia de que existan redes alternativas que conecten la ciudad a través de la movilidad activa.

Aunado a ello, habrá que dejar claro que el espacio urbano no es neutro, nos condiciona por clase y género. A pesar del conocimiento de esta premisa, nos hemos negado a pensar en un cambio de paradigma en el que coloquemos en el centro de la ciudad la vida cotidiana con espacios más plurales. Peor aún, hemos naturalizado que los largos tiempos de desplazamiento en auto son lo ideal y a veces hasta algo aspiracional. No obstante, esta lógica, en realidad hace inviable que mujeres y hombres vivan la ciudad en igualdad de condiciones. No olvidemos, pues, que vivimos en una sociedad del “espejismo igualitario e individualista” que nos hace creer que quienes no tienen lo que necesitan es por su culpa, y que, por lo tanto, sus demandas y necesidades son menos importantes. Nada más alejado de la realidad, pues en Morelia apenas el 25% de lo población posee un automóvil.

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El paradigma del acceso y uso del automóvil hace creer que cada familia debe tener por lo menos un coche, y que el Estado tiene la “responsabilidad” de garantizar que todos puedan estacionarse y circular cómodamente. Sin embargo, esta idea impregnada en el colectivo no contempla que el mayor defecto de los automóviles es que fueron bienes de lujo inventados para el placer de una minoría que nunca estuvo interesada en la conexión ni con la naturaleza ni con la sociedad. A diferencia de la bicicleta, que pese a los años no pierde su valor de uso, el automóvil no tiene ningún interés en ofrecer mayor beneficio salvo la necesidad creada de poseer uno. Bien lo afirma André Gorz, “el propósito original del auto es un bien de lujo, y el lujo, por definición no se democratiza”.

Entonces, después de habernos creado la sensación de que el auto es un bien imprescindible para nuestra vida cotidiana, hemos condicionado a las ciudades y sus habitantes a creer que la única vía de desplazamiento es a través de éste. Nos hemos convertido en esclavos del auto y sus vialidades, y por más que nos veamos atorados en el lento tráfico nos negamos a reconocer que somos parte del problema y que las soluciones no están en ampliar calles, ni en más distribuidores viales.

Frente a este culto esclavizante y superfluo al automóvil la dinámica de los ciudadanos ha girado en torno a pensar que este incómodo transporte está por encima de cualquier otra opción, y que, por lo tanto, la dedicación del espacio público para bicicletas es ilógica. De ahí que la bicicleta se haya erigido como una alternativa no solo incómoda para quienes siguen sin entender por qué debemos respetar las ciclovías, sino además para las agencias que nos han hecho pensar que si no tenemos un auto no tenemos voz ni voto en las políticas ciudadanas.

Visto de esta forma, es que consideramos imprescindible pugnar por un espacio público, democratizado y que favorezca la igualdad de género. Exijamos aceras amplias y activas, calles bien iluminadas y seguras, con rampas y zonas aptas para las necesidades de todos los humanos, bancos con sombra para los que precisen descanso en los recorridos, pasos cebra bien señalizados, y, por supuesto ciclovías que no solo sean bien pensadas y construidas, sino además respetadas.

No olvidemos, pues, que la oferta de los medios de transporte de calidad determina la calidad de vida de los habitantes, la movilidad debe de ofrecer la máxima cantidad de variedad de opciones, privilegiando los recorridos peatonales y las ciclovías. La ciudad debe de pensar la movilidad en función de los ciudadanos, no de los automovilistas que se creen los dueños y usuarios únicos de la ciudad.

colecciudad@gmail.com