¿Nos asombra?

Se ha ido perdiendo esa capacidad de asombro. Ya no se le tiene temor al miedo…

La Voz de Michoacán

A estas alturas ya nada debería asombrarnos. La violencia ha ido escalando en Michoacán. De manera gradual hemos visto cómo se han recrudecido las maneras de ajustar cuentas entre bandas delincuenciales. Primero era asesinatos en la vía pública, luego personas degolladas, más tarde, descuartizadas, y ahora los multihomicidios, y más allá, calcinamientos y fosas clandestinas.

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Se ha ido perdiendo esa capacidad de asombro. Ya no se le tiene temor al miedo. La sociedad se ha acostumbrado a la violencia y se ha normalizado que la vida pierda todo ese valor único. Así ha sido, pues la guerra a sangre fría que se disputan las bandas delincuenciales han dejado en medio a la sociedad, en la mayoría de las veces a la deriva y en las manos de quienes tienen el poder fáctico.

Michoacán es uno de los cinco estados del país que acumula la mayor cantidad de víctimas de atrocidades como torturas, calcinamientos y fosas, según el informe que publica Causa Común, en donde hacen referencia a 59 hechos de violencia. Lo peor del problema es que esto se repite cada año y pareciera que cada año se rompen todos los récords. La violencia extrema parece que es el nuevo modus.

Quizá no es inevitable, pues los grupos delincuenciales entre más saña y terror le impriman sienten que van ganando la batalla. Sin embargo, lo único que están provocando es que la sociedad esté padeciendo este tipo de escenas y casos, que sólo ahondan aún más el fenómeno de la inseguridad. No sólo son las víctimas que son torturadas o asesinadas, sino miles más que son víctimas indirectas.

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Parece que el problema no tiene solución, y sí, definitivamente es sumamente complejo. No tiene ni inicio ni fin, y durante muchos años así será. El problema está claro que no se combatirá con armas, sino que tendrá que ser reconstruyendo a la sociedad, regresando a los valores fundamentales como el respeto a la vida, a la dignidad y otros más que hoy parece que están sepultados.

La batalla no está perdida, aunque claro está que el problema es enorme.