Suicidios

los delitos y la criminalidad en general o las patologías sociales, se regularizan como su fueran naturales o positivos en una comunidad.

JAIME DARÍO OSEGUERA MÉNDEZ

Con cierta regularidad leemos en los medios de comunicación la noticia de que aumentan los suicidios en Michoacán.

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Pareciera ser una noticia que cotidianamente se registra como “normal”, igual que la violencia generalizada que vivimos en todas sus modalidades. Nos estamos acostumbrando a estas tragedias.

El gran pensador francés Emile Durkheim escribió un tratado de sociología a partir del fenómeno del suicidio donde afirma que las sociedades modernas están acostumbradas a ver normal lo que es inmoral.

Es decir, los delitos y la criminalidad en general o las patologías sociales, se regularizan como su fueran naturales o positivos en una comunidad.

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Como “sucede en todos lados”, esa violencia pareciera estar asociada con el desarrollo mismo de la sociedad o de “nuestros tiempos” sin ponernos a pensar el grave deterioro que ha provocado nuestra indiferencia y la falta de atención adecuada por la inexistencia de diagnósticos acertados.

Estos temas en el debate político simplemente no existen. Nos distraen con el tema de las pretendidas violaciones a la constitución por el gobierno, la corrupción del pasado reciente; las obras faraónicas que no terminan de ser bien apreciadas o aceptadas y el debate polarizado entre dos bandos que viven de lo mismo: la especulación política.

Sin embargo hay otros temas que deberían aparecer en la discusión pública. Se han reportado dos centenares de suicidios en el estado en lo que va del año, lo que siempre es un drama para las familias que los padecen.

El Consejo Nacional de Salud Mental quien aporta las cifras en el país, explica que no existe una tendencia muy marcada al suicidio por grupo de edad y más bien se reparten de manera homogénea entre jóvenes y viejos.

Tampoco hay una propensión dominante en los meses del año cuando desafortunadamente suceden los suicidios ni un horario específico.

Vale la pena una reflexión sobre este problema.

Durkheim analiza a fondo el suicidio: nos dice que los individuos tienen condiciones exteriores que los llevan a tomar la decisión de quitarse la vida, no se trata solamente de un sentimiento individual o de personalidad. “Los hombres se matan, o han tenido problemas de familia o decepciones del amor propio, o han tenido que sufrir miseria o enfermedad, o tienen alguna falta moral que reprocharse, pero eso no explica la incidencia del suicidio.” Es decir no todos los que sufren una enfermedad o  una pena se suicidan.

Al estudiar los casos personales, es común encontrar que algunos se suicidan lo mismo siendo pobres y otros adinerados. Hay quien lo hace con altos niveles de escolaridad o en la ignorancia total.

Durkheim encontró en sus viejos estudios que “el suicidio ha sido presentado como producto de cierto temperamento o episodio de la neurastenia, pero no se ha descubierto relación inmediata y regular entre la neurastenia y la tasa social de suicidios, tampoco hemos encontrado relaciones definidas entre el movimiento de los suicidios y los estados del medio físico que se reputan como de mayor influencia sobre el sistema nervioso como la raza, el clima, la temperatura.”

Por el contrario gran parte de la explicación se encuentra en la organización de las comunidades. Sigue diciendo el sociólogo “son determinadas condiciones sociales, profesiones o confesiones religiosas las que le estimulan más especialmente (al suicidio)”.

En general el suicidio egoísta, sigue diciendo Durkheim, se debe a que la sociedad no tiene en todos los puntos una integración suficiente para mantener a todos los miembros bajo su dependencia. En este caso es cuando la tasa de suicidio aumenta.

“La única forma de remediar el mal es dar a los grupos sociales la suficiente consistencia para que sostengan con más firmeza al individuo y para que éste se mantenga ligado a ellos. Es preciso que se sienta más solidario de un ser colectivo que le haya precedido en el tiempo, que le sobreviva y le desborde por todos los costados.”

Es muy evidente que los lazos de cohesión social, nuestra vida colectiva, ha venido transformándose. Se ha debilitado, y esta potencial desaparición de nuestro sentido de comunidad y solidaridad tienen que ver con el aumento sustantivo de la violencia en general y de los homicidios y suicidios en particular.

Habrá que revisar el discurso político para ver si los gobernantes tienen respuestas a esta hipótesis.

El barrio, como un lugar espacial en el que el individuo se identificaba y vinculaba con los demás, no tiene más la connotación positiva de antes. Hoy se han vuelto más violentos y menos propensos a la convivencia cotidiana. Los lugares públicos son peligrosos. Los centros deportivos están abandonados, vandalizados y gobernados por la delincuencia.

Frecuentemente se oye decir a los padres de hoy que difícilmente dejan salir a sus hijos en el barrio como sucedía antes.

El barrio tampoco sigue siendo una alternativa de solidaridad, justamente porque la violencia no permite que las familias convivan.

La escuela, que fue el principal vehículo de cohesión social no uniforma sino distingue. Suponiendo que estén abiertas no cumplen su papel. Los maestros fueron mucho tiempo el principal mecanismo de cohesión social. Ellos deberán preguntarse si lo siguen siendo.

La iglesia no acerca sino separa a las comunidades con un discurso añejo, alejado de las realidades sociales. Sin capacidad para detener su propio deterioro ni autocrítica para sancionar los excesos que se cometen en nombre de Dios, por los terrenales.

Las cifras dicen que el suicidio está en aumento. Los estudios apuntan hacia una grave erosión en las ligas que nos hacen comunidad, hacia los elementos de identidad que nos permiten estar juntos, ser solidarios, cooperar, cuidarnos.

Los políticos están en otro lado, con otro lenguaje y su propia agenda. Es nuestra realidad.