LA CASA DEL JABONERO | El tamaño del miedo

Es inadmisible que el destino de México para el año que entra esté en manos de personajes que hacen que la vecindad del Chavo parezca un programa de análisis político.

Jorge A. Amaral

Esta semana se ofreció un recorrido a la prensa por Casa de Gobierno. No es de extrañar que la casa esté bonita, fue la casa del gobernador desde 1988, por lo que se nota el poder adquisitivo. Además de acabados bonitos, una buena colección de artesanías, entre muebles y cuadros, conforman el paisaje en el lugar donde despacharon 10 gobernadores.

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Pero, como seguramente usted ya sabe, el área destinada al uso privado del gobernador contaba con algunas prestaciones que en el resto de la propiedad no hay. Además de lo bonito del mobiliario, la piscina, el jacuzzi y demás, la estancia del gobernador es prácticamente una caja fuerte, ya que, además del acceso controlado electrónicamente, hay blindaje en el techo, en las paredes, en las puertas y ventanas. Ahí llama la atención el pasadizo, bien oculto atrás de un mueble como en “Los Locos Addams”, con puerta blindada y escalera de caracol con salida a una cancha de la parte trasera de la residencia.

Personal de Ayudantía y de la otrora Casa de Gobierno señaló que el blindaje se mandó instalar en el segundo año de gobierno de Silvano Aureoles, o sea, entre 2016 y 2017, pero de eso no hay pruebas documentales, así que dejémoslo en un trascendido. Ante esto, el exgobernador salió de donde quiera que esté metido y en redes sociales se quejó de la publicación de la información antes resumida. Aureoles dijo: “Hoy varios medios de comunicación retomaron la información sobre las condiciones en las que viví como gobernador de Michoacán y al respecto quiero ser muy claro”.

Y continúa: “No es un búnker, es la Casa de Gobierno en la que han vivido otros gobernadores de Michoacán. No le hice ni un solo arreglo en los tres años que estuve viviendo ahí. Nada de lo que hay en esa casa se construyó en mi administración”.

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Sí, ya sabemos que se llamaba Casa de Gobierno, tampoco somos idiotas; también sabemos que ahí vivieron otros gobernadores, no somos estúpidos. Lo que no sabemos es dónde vivió los otros tres años, y no es por otra cosa, porque si sólo vivió ahí la mitad de su mandato, debió haber algún ahorro en la manutención de la casa. Además, sería bueno saber por qué, si durante la administración silvanista no se le hizo nada a la hoy llamada Casa Michoacán, cómo es que hay contratos por más de 24 millones de pesos firmados por su gobierno para hacer trabajos en el inmueble.

Documentos que han llegado a la prensa detallan que hubo al menos dos contratos para hacer trabajos de remodelación en la residencia. Los contratos fueron firmados el 7 de agosto de 2020, aún durante el periodo silvanista.

El contrato DOP/ADE/200153/2020 tiene como concepto “Ampliación, mejoramiento, rehabilitación y equipamiento de instalaciones deportivas, instalaciones de recreo y atención al público, helipuerto en Casa de Gobierno en la ciudad de Morelia”, y es por 12 millones 023 mil 424.14 pesos.

El otro, con número DOP/ADE/200154/2020, es bajo el concepto “Ampliación, mejoramiento, rehabilitación y equipamiento de oficinas de gobierno en Casa de Gobierno en la localidad de Morelia”, y costó 1 millón 999 mil 282.42 pesos.

Ambos contratos suman 14 millones 22 mil 706.56 pesos, gastos que Silvano Aureoles Conejo, todo ofendido, negó a través de las redes sociales.

Pero no para ahí la cosa, porque el periodista Salvador García Soto, de El Universal, dice tener copia de documentos que acreditan que en 2017, el gobierno de Aureoles Conejo contrató a la empresa Integra Software, propiedad del hoy prófugo Víctor Manuel Álvarez Puga.

La administración del último perredista habría pagado 132 millones de dólares (2 mil 700 millones de pesos) en 5 años por la instalación y operación de un sistema de espionaje, mediante el cual monitoreaba direcciones IP y celulares de políticos, empresarios y, dicen, hasta periodistas.

Según el columnista, desde marzo de 2017 a abril de este año la empresa del esposo de la también prófuga Inés Gómez Mont se vio beneficiada con 2.5 millones de dólares como pago por sus servicios. El contrato, a decir de Salvador García Soto, fue por adjudicación directa, se firmó en Morelia en enero de 2017 y tiene el número CAPDE-1SGAB-00117.

Lo que no me explico es cómo es que, habiendo tenido una herramienta de espionaje con alcance incluso nacional, el gobierno estatal no pudo detener a líderes de grupos delictivos que operan en el estado y cuyas actividades son bien conocidas.

Ya se verá en el transcurso de los meses en qué acaba esto, porque si el gobernador Ramírez Bedolla y las autoridades federales competentes en este caso no hacen nada, toda esa exhibición de pruebas quedará como un sainete más de la política mexicana, en la que todos sabemos quién es quién pero de ahí no pasa.

Por otro lado, el blindaje en Casa de Gobierno y las herramientas para espiar a políticos, empresarios, periodistas y demás sólo reflejan una cosa: miedo. Sería bueno saber a quién le temían el exgobernador y su cúpula, porque el gasto en blindaje y espionaje, además del aparato de seguridad que lo acompañaba, no eran menores, nada discretos. Alguien que se cuida tanto debe de estar lleno de miedo y, por ende –o en consecuencia–, de compromisos. Y si no había compromisos, sería bueno saber de quién había presión como para que se tomaran todas esas precauciones, porque hay que ser conscientes de que gobernar un estado como Michoacán, con tantísimos problemas, no es fácil.

Esperemos que las investigaciones sigan su curso, que si se cometió algún delito no quede en la impunidad. Al tiempo.

Mil novecientos noventa y siempre

Recuerdo 1997. Tenía 17 años y después de haber pasado parte de mi infancia y adolescencia escuchando rap en inglés, de repente empezaron a salir grupos que venían a reconfigurar a una generación demasiado joven para la ola de “rock en tu idioma” auspiciada por Televisa, donde lo mismo nos daban a beber traguitos de Café Tacuba que nauseabundos borbotones de Soda Estéreo. Por esos años surgieron bandas que ya no buscaban emular a The Cure o The Police, sino que buscaban un sonido más agresivo, más radical, como en Estados unidos ya lo hacía Rage Against The Machine.

Ya Control Machete nos había tomado por sorpresa con “Comprendes Méndez” y “Andamos armados”, Illya Kuryaki and The Valderramas con “No way Jose” y Resorte con “La mitad más uno”, por poner 3 ejemplos que denotan que, después de Caifanes, sí se siguió haciendo rock. Pero de repente, escuchar voz en cuello “Que no te haga bobo Jacobo”, como una de las primeras críticas a la televisora más importante de México, fue una revelación para esa generación de adolescentes que habíamos crecido con los videoclips.

“¿Dónde jugarán las niñas?” es un disco que desde el título brilla por la irreverencia y el desenfado al parodiar “¿Dónde jugarán los niños?” (1992), de Maná. En ese álbum se condensa lo que es Molotov: críticos de las instituciones mediáticas y gubernamentales, detractores de toda la clase política mexicana, irreverentes, sin la más mínima autocensura y excelentes músicos.

“Gimme the power” planta cara a la clase política, las autoridades y las instituciones que muchas veces no sirven para nada, salvo para enriquecer a quienes viven de la megaubre gubernamental de los contratos, las licitaciones y las prebendas políticas, hacia los gobernantes que viven inmersos en la corrupción y el tráfico de influencias.

 “Voto latino”, grito de guerra frente al racismo que han sufrido los latinoamericanos en Estados Unidos, postura que ya en “Dance and dense denso”, con “Frijolero”, vino a concretarse.

Pero no todo en “¿Dónde jugarán las niñas?” es crítica. Recuerdo lo reconfortante, liberador y catártico que era, por vez primera, escuchar una mentada de madre a todo volumen y dedicársela a la exnovia, al vecino, al maestro o a quien fuera. Gritar “¡puto!” a todo pulmón y saltar sin que nada más importara.

Con bandas como Molotov, Zurdok, Plastilina Mosh, Resorte, Control Machete, Cabrito Vudú, El Gran Silencio, Flor de Lingo y muchas más, no se buscaba tanto una identidad folclórica a la manera de Café Tacuba, sino una identidad generacional ante la decadencia que se venía arrastrando desde la década de los 80. De ahí la marca tan profunda que nos dejó esa oleada de bandas. De ahí también la marcada influencia que sobre mi generación tuvieron el EZLN, el reencuentro con el canto latinoamericano, la revaloración de la canción de protesta como agente de cambio (Manu Chao, por ejemplo, pero también Silvio Rodríguez y Violeta Parra), el hacer menos caso de la televisión en la medida que Internet se volvía accesible, el ver cómo MTV pasó de ser un excelente canal para conocer las nuevas tendencias musicales a un canal de aguas negras.

¿A qué viene todo esto? A que mientras escribía la primera parte de esta entrega, sonaba “Gimme the power”, en eso entró mi hija y puso cara de extrañeza: había escuchado la canción en un video de Tik Tok. Lo agradezco, porque su generación hasta ahora sólo ha sido marcada por el K-Pop, el trap, un rap sin mucha identidad y los corridos tumbados. Habrá que esperar. Es cuánto.

Postdata

¿Ha visto las últimas sesiones en la Cámara de Diputados?, ¿ha visto cómo el recinto legislativo ya es más una carpa de 2 pesos por lo chafa de los espectáculos que ofrecen? Lamentablemente tenemos los diputados que merecemos (usted elija el color, todos son iguales). Es inadmisible que el destino de México para el año que entra esté en manos de personajes que hacen que la vecindad del Chavo parezca un programa de análisis político.