LA CASA DEL JABONERO | Estulticia legislativa

Si acusan que AMLO da un circo en la mañanera, que sus seguidores son esto o aquello, los opositores no son muy distintos; de hecho, podrían pasar por gemelos separados al nacer.

Jorge A. Amaral

Un autor alemán escribió en su libro más conocido que “el parlamentarismo democrático de hoy no tiende a constituir una asamblea de sabios, sino a reclutar más bien una multitud de nulidades intelectuales, tanto más fáciles de manejar cuanto mayor sea la limitación mental de cada uno de ellos. Sólo así puede hacerse política partidista en el sentido malo de la expresión”, y es que, según este autor, es difícil pensar que “de las papeletas de sufragio, emitidas por electores que todo pueden ser menos inteligentes, surjan simultáneamente centenares de hombres de Estado”, por lo que es absurdo pensar que del sufragio universal pueden salir genios, porque si de por sí “no en todos los tiempos nace para una nación un verdadero estadista y menos aún de golpe un centenar”. Por el contrario, siguiendo con esta idea, “en el plenario de una Cámara de Diputados se reúnen sólo unos pocos centenares de personas, congregadas allí, en su mayoría, para cobrar dietas y de ningún modo para dejarse iluminar por la sabiduría de uno u otro de los señores ‘representantes del pueblo’”.

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En eso pensaba esta semana al ver los penosos espectáculos a los que los legisladores mexicanos ya nos tienen acostumbrados. Ya la semana pasada hablábamos del clasismo de personajes como los panistas Gabriel Quadri y demás miembros de la oposición, y esta semana tampoco descansaron.

Por ejemplo, a mediados de la semana, Xóchitl Gálvez y otros senadores del PAN presentaron una maqueta de la casa de Houston donde vivió José Ramón López, hijo de AMLO. La réplica, hecha con piezas de Lego, con caja impresa especialmente para la ocasión, fue presentada con bombo y platillo en el patio del Senado. Cuánto gastaron, cuánto tiempo invirtieron, quién sabe, pero si lo que pensaban era que causarían revuelo con tan singular puntacho y que con ello moverían a la masa, sólo quedaron como idiotas: gastar tiempo de esa manera, eso que lo dejen para quienes no podemos decidir y no nos queda más que escribir artículos, porque ellos están en el pleno, en la tribuna. Carajo, son senadores. Si legislan bien y bonito, pueden conseguir que se investigue bien el caso de la llamada “casa gris”. Pero una investigación seria y con resultado vinculante, no un reportaje hepático como los de Carlos Loret de Mola.

Y es que los senadores, sobre todo del PAN, son unos personajazos, porque cuando se trata de generar polémica, hacen cualquier ridiculez con tal de llamar los reflectores y alentar al odio contra un presidente que también tiene sus sambenitos en este sentido. Pero si se trata de legislar con seriedad, establecer rutas legislativas o cambiar las ya determinadas desde el régimen, crear andamiaje legal, se quedan cortos y le quedan a deber a la oposición que los arropa.

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En el Senado estaba un punto de acuerdo para llamar a comparecer a los titulares del Fondo Nacional de Fomento al Turismo, Javier May; de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, Blanca Alicia Mendoza, y a la de Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, María Luisa Albores. La propuesta de llamarlos a comparecer por las afectaciones ambientales causadas por la obra del Tren Maya salió de la bancada panista, a la que pertenecen personajes que han sido muy duros en sus redes sociales contra AMLO.

La votación fue muy cerrada: 47 votos en contra, 44 a favor y dos abstenciones, con lo que morenistas y aliados lograron frenar la comparecencia, lo que da pie a que el ecocidio de esa obra siga su curso. Y es que de no ser por la ausencia de varios senadores de la “oposición”, el Senado hubiera podido solicitar la presencia de los funcionarios.

A esa sesión faltaron las panistas Lilly Téllez y Josefina Vázquez Mota; los priistas Claudia Ruiz Massieu, Beatriz Paredes y Miguel Ángel Osorio Chong, y el perredista Miguel Ángel Mancera. Eso significó 6 votos que no se emitieron. Esto llama mucho la atención porque, por ejemplo, Vázquez Mota y Téllez son unas aguerridas ciberactivistas, que han hecho de las redes sociales su campo de batalla, que cuando hacen uso del micrófono gritan y patalean para señalar estupideces, y ahora que sus representados contaban con ellas para hacer algo de valor y utilidad, Lilly Téllez sale a hablar de sus 7 hernias. Sin tan enferma está, ¿por qué no pide licencia y deja a su suplente? Carajo, Alonso Lujambio, enfermo de cáncer y visiblemente diezmado, llegaba al Senado en silla de ruedas.

Esa es una de las principales debilidades de la oposición: la falta de acciones reales. Sí, es divertido despotricar en las redes sociales, es padrísimo mentar madres y hacer rabietas ante el micrófono, se ve bien cotorro usar piezas de Lego como arma política, pero si eso no va acompañado de trabajo desde su trinchera, en este caso el Senado, mediante reformas, puntos de acuerdo, asistencia regular a las sesiones, vaya, hacer su trabajo, de nada sirve lo demás, sólo quedan como payasos. Y si acusan que AMLO da un circo en la mañanera, que sus seguidores son esto o aquello, los opositores no son muy distintos; de hecho, podrían pasar por gemelos separados al nacer.

Morelia brilla

El pasado jueves 31 de marzo hubo 4 personas asesinadas en un solo día en Morelia, pero una semana antes, el jueves 24 de marzo, la cifra llegó a 11 muertos. Cierto, no es total responsabilidad del gobierno municipal, ya que se supone que en el estado hay una Policía Michoacán operando, apoyada por la Sedena y la Guardia Nacional, pero sí es responsabilidad de la Policía de Morelia la prevención del delito, marcar el alto a carros sospechosos, tener presencia en los 4 puntos cardinales del municipio para poder actuar rápido cuando suceden las cosas.

No, la Policía de Morelia, como todas las demás, no es omnipresente, es imposible tener un policía en cada esquina, pero si se despliegan en conjunto con las demás corporaciones, el espectro se puede ampliar y así, si acaban de matar a alguien, poder moverse en la zona y detectar a los asesinos, porque los criminales no tienen poderes, no cuentan con una capa que los hace invisibles. Pese al poder económico de los cárteles, no han desarrollado la teletransportación.


Pero mientras los criminales hacen de las suyas y no sabemos en qué momento matarán a alguien o cuándo seremos asaltados, hay policías de Morelia que brillan, pero por el abuso de la fuerza, por la corrupción, por su incompetencia.

Quizá no sea entera culpa de los agentes, probablemente los mandos y gobernantes han tenido mucho que ver al fallar en la capacitación de los agentes como sucedió la otra vez que Alfonso Martínez fue alcalde, formando policías al vapor: carentes de conocimiento para manejar situaciones de riesgo, impreparados mentalmente para enfrentar una situación, sin autocontrol. Así los arrojaron a la calle y así operan actualmente, porque el anterior Ayuntamiento morenista fue como si no hubiera existido en materia de seguridad, ni para bien ni para mal.

Y mientras, los ciudadanos siguen padeciendo con una Policía en la que no confían, siguen pensando que le tienen más miedo a una patrulla de municipales que a una camioneta de sicarios, acrecentando la mala fama de que los agentes gozan. Y es que no basta con eslóganes, no basta con unas botas bien lustradas ni con traer a los policías paseando en bicicleta para dar la sensación de proximidad. Es precisa una depuración de la corporación, ver quiénes son los mandos policiacos que permiten o hasta solapan abusos, saber si hay agentes coludidos con la delincuencia, prepararlos mucho en materia de manejo de la ira y derechos humanos para evitar que actúen como barbajanes a la hora de detener a algún infractor, y concientizarlos mucho sobre la cultura de la mordida para ir erradicando la corrupción. Eso se hace con capacitación, sí, pero también con medidas disciplinarias severas, no un sólo manazo y decirle “policía malo, eso no se hace”, sino, en caso de falta, deslindar responsabilidades y que, si es responsable, encargarse de que no vuelva a portar un uniforme de policía en su vida.

Morelia es una ciudad hermosa, sus tenencias son ricas en tradiciones, hay una nutrida oferta cultural y de entrenamiento; es una ciudad por la que da gusto andar, pero si no hay seguridad, de nada sirve, porque los que no somos turistas, los que sí vivimos aquí, si vamos al Centro tenemos que regresar a nuestras casas, y la mayoría de los morelianos no vivimos en zonas de gran plusvalía; no, vivimos en fraccionamientos periféricos y colonias populares y también necesitamos seguridad.

Muchas veces se dice que tal o cual colonia es peligrosa, que ahí mejor ni meterse, pero eso no es culpa sólo de los delincuentes, pues si las autoridades hicieran presencia en esas colonias, en esos barrios, en esos fraccionamientos, tales lugares dejarían paulatinamente de ser peligrosos y la gente de ahí, la de bien, dejaría de ser vista como bicho raro por vivir en tales zonas, porque no es otra cosa que la ausencia de Estado, y por ello los criminales se hacen con el control, como ocurre en otras partes del estado, como la región Oriente o los límites con Jalisco o Guanajuato. La gran mayoría de quienes viven en Zamora, por ejemplo, son personas de bien, que generan, que trabajan, pero la ausencia del Estado ha hecho que en las zonas más vulnerables los criminales sienten sus reales y recluten mocosos que a los 15 o 16 años ya están matando y siendo asesinados. Claro, usted dirá, ¿y los papás? Los papás muchas veces están desarmados ante los criminales y la falta de oportunidades, la precariedad, el rezago educativo.

Así, si Morelia es una ciudad violenta, los representantes del Estado en sus distintos órdenes, ya sea municipal, estatal o federal, deben recuperar los lugares que han abandonado para que la gente que se ha quedado sola vuelva a confiar en ellos. Es cuánto.

Por cierto, el libro que citaba al principio es de un dictador alemán que no es muy honroso o políticamente correcto andar citando como si nada.