Jorge A. Amaral Soy modelo 1980, de la generación X, según Google, pero generación X mexicana en un pueblo, por lo que crecí con televisión abierta y todos sus contenidos. Pero además, como “video niño” (Giovanni Sartori explica muy bien el fenómeno en “Homo videns”) la televisión complementó la educación recibida en casa, y a veces lo aprendido en casa era complementario de lo que la televisión enseñaba. “"Maestra, amiga, amante, secreta", diría Homero Simpson. A veces me gana la nostalgia y busco programas de la televisión de mi infancia. En algunos casos ha sido redescubrir actores y personajes con gran entusiasmo, en otros casos ha sido más bien ofuscante y vienen preguntas como ¿por qué me gustaba tanto?, ¿por qué era tan gracioso?, ¿por qué lo que a los 7 años es impresionante, 35 años después es simplón? Por eso no me gustan los remakes ni versiones en live action, tan populares en la actualidad gracias a plataformas de streaming y el ánimo buena ondita de productoras cinematográficos. De hecho le comentaba eso a Fer en la semana, en que me decía que ella sólo vio la película de Los Cazafantasmas estelarizada por señoras, cuando yo vi la cinta original y la serie animada basada en esa película. Y es que, creo, si algo fue bueno en su momento, si fue popular o incluso si hizo historia, ahí déjalo, no lo eches a perder resucitándolo porque al querer traerlo de nuevo a la vida puedes matarlo definitivamente. Hablando de televisión mexicana, esa para pobres y tontos de la que hablaba Emilio Azcárraga y que tanto dinero y poder le dio, a diferencia de lo que mucha gente dice para hacerse interesante, a mí sí me gustaba “El chavo del 8”, y a veces lo veo y me río de ciertas situaciones, me sigue pareciendo un buen producto de su época, pero es por lo que le decía, lo veo con los ojos de aquel niño de los años 80 que se desternillaba de risa con un pelotazo al Señor Barriga o alguna pendejada que preguntara El Chavo. Y justo porque lo veo con los ojos del Jorgillo de 8 o 9 años, es que “El Chavo animado”, remake en caricatura de la serie de Roberto Gómez Bolaños, me resulta un bodrio con animación horrible, y aun así, hay niños y adolescentes que crecieron con esa serie, como mi generación con la original, y lo consideran bueno. Todo esto viene a cuento porque la semana pasada me disponía a escribir esta entrega cuando empecé a revisar las noticias y vi que había muerto Eduardo Manzano. Como le decía, la televisión me amamantó culturalmente y junto a “El Chavo”, “La Carabina de Ambrosio”, “Papá Soltero”, “¿Qué nos pasa?” o “La Caravana”, obviamente estuvieron “Los Polivoces”. Entonces decidí escribir sobre Manzano y los personajes que, junto a Enrique Cuenca, marcaron una época de la televisión mexicana. Entonces, para refrescar la memoria, me puse a ver videos de Chano y Chon, le seguí con Agallón Mafafas y Juan Garrison y terminé viendo “¡Ahí, madre!”. Cuando acordé ya eran las 2 de la tarde, no había escrito nada y debía alistarme para comer e irme al trabajo. Ahora ya no quiero hacer un análisis de “Los Polivoces”, que sería divertido, lo admito, pero durante la semana estuve pensando en el desprecio de las nuevas generaciones “El Chavo del Ocho” y otros programas de comedia. A la gente de mi edad o mayores que actúan con la soberbia de quienes tienen 25 años, sólo les perdería no hacernos tontos: todos en algún momento vimos el Canal de las Estrellas. Pero incluso me he preguntado por qué, al ver videos de la comedia televisiva o cinematográfica de los 70 u 80, hay cosas que no me hacen reír y otras que de plano me incomodan un poco. ¿Qué me pasó?, ¿acaso yo también le estaré haciendo al engabanado al fingir que no me gusta aquello con lo que me crié? Mírenlo, ahora resulta que no le gustan los frijoles, pero de chico hasta lamía la cazuela. Claro, hay que aclarar que no toda la comedia en México ha sido de pastelazo y chiste tonto, también ha habido gente como Palillo, o más acá, Héctor Suárez, haciendo mordaces críticas sociales y políticas de forma muy inteligente. Incluso los mismos Polivoces lo hicieron, aunque de forma muy sutil, valga decirlo. Una cosa sí hay que admitir: si en la actualidad, las generaciones de jóvenes adultos señalan los excesos de la vieja comedia mexicana, es porque los valores sociales han cambiado, porque lo que antes estaba normalizado hoy ya no es normal. Recuerde usted el repertorio de chistes mexicanos: gallegos, judíos, negros, indígenas, homosexuales, nacos, yucatecos, regiomontanos, chilangos, chistes de corte machista. El humor mexicano se ha basado primordialmente en estereotipos salidos del imaginario colectivo. Nunca en la vida conocí a alguien originario de Galicia, pero los chistes me indicaban que todos los gallegos eran tontos. Así podemos irnos estereotipo por estereotipo, y todos y cada uno de ellos fueron explotados en la televisión mexicana y películas humorísticas de la época, esa en la que el director sólo ponía a dos actores a alburear entre sí mientras atrás o a un costado de ellos pasaba una mujer sin sostén o en traje de baño. Y es que, creo, la comedia es un buen espejo en el que una sociedad puede mirarse a sí misma, y no, no hay que quedarnos en la superficie al decir que “es que los comediantes hacen sátira social y política para reflejar las carencias de la sociedad”. Pero hay un detalle: la comedia refleja a una sociedad, pero no en el escenario ni en la pantalla, sino en el público que la consume: de qué se ríe la gente, qué le parece gracioso a una sociedad. Y entonces eso nos deja ver qué tan normalizados tenemos la discriminación, el racismo, el sexismo, el clasismo y todos esos “ismos” que hoy escandalizan pero antes eran cosa menor. Recuerdo, por ejemplo, en “Puro Loco” había un personaje apodado “El Llegador”, un tipo que andaba en los camiones acercándose a las mujeres y, en medio de un chistorete, se les recargaba con intenciones sexuales. Eso resultaba cómico en la televisión de los 90, hoy sabemos que esa acción no es graciosa, que es acoso y abuso. En los 70, “Los Polivoces” hicieron populares a Chano y Chon, y María Elena Velasco se hizo rica con La india María. Pareciera inofensivo, pero le aseguro que si le preguntamos a un indígena qué opina de tales personajes, si se siente representado u ofendido, le apuesto una Coca a que no le va a gustar ninguno de esos personajes. Así podemos irnos personaje por personaje. Ahora ya no podemos educar a nuestros padres, quizá no podamos ni reeducarnos nosotros, los cuarentones, pero sí valdría hacer un ejercicio de autocrítica y, si tenemos hijos, valorar qué queremos perpetuar, qué vale la pena mantener y qué debemos evitar, porque si bien sería ocioso censurar una película del Caballo Rojas por sexista, sí estamos a tiempo de criticar a un regiomontano que en su stand up se empeña en hacer que la palabra que empieza con “v” y termina con “erga” suene chistosa para que la gente se ría de un monólogo simplón. Y es que la risa refleja mucho de lo que subyace en nuestra mente. Alguna vez escuché a un psicólogo decir en la mesa de café que las bromas no son bromas, son triunfos del subconsciente, a lo que, recuerdo bien, mi estimado Raymundo soltó la carcajada y respondió “mi subconsciente es un triunfador”. Por eso el humor mexicano, tan basado en estereotipos, nos permite explorar lo que hay debajo: tabúes, rencores raciales, resentimiento social, fracasos y dolores. Dentro de su simpleza, “El Chavo del Ocho” muestra las diferencias entre clases sociales y la incomodidad del hacinamiento en el que, aunque cada quien en su departamento, al tener que verse en el patio detona conflictos tarde o temprano. Todos hemos tenido una vecina que nos cae mal o un vecino conocido por baquetón, y a lo mejor la vecina odiosa en la vida real es insoportable, pero al verla representada en un programa donde, además, es graciosa, nos permite asimilarla con hilaridad. Igual nos sigue cayendo gorda, pero al menos tenemos un consuelo: sabemos cómo burlarnos de ella. Así, la risa ayuda a disipar la ansiedad, hacer soportable lo que no aguantamos y convertir esos momentos más oscuros en algo que podemos compartir. “No te preocupes, en unos años te estarás riendo de esto”, decimos con la esperanza de que, si hoy nos está llevando el carajo, mañana lo contaremos como una anécdota chistosa pero heroica. Claro que también hay que cuidar el que la risa, además de sanadora, también puede volverse método de evasión de la realidad, porque ya estamos entrando en otro plano. Por ejemplo, los boletines del gobierno pueden ser muy graciosos, y hay que reírnos de ellos, pero no una estrategia para llevarnos a otra realidad. Es cuánto.