Los contagios del presidente

el presidente de México se ha enfermado en dos ocaciones diferentes de COVID-19 en un año, por lo que se espera que cuide bien de su salud, pero sobre todo , cuide el bienestar de los mexicanos.

LEOPOLDO GONZÁLEZ

Aunque el presidente de la República parece un hombre saludable, que dice que no consume chorizo, todo indica que no es muy saludable y que anda con déficits de salud.

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La taquicardia del acelerismo radical en que funciona, que lo llevó ya a padecer dos infartos, no es contagiosa ni se transmite por ósmosis, pero la trae elevada y esto podría significarle crisis de salud en el futuro.

El presidente debe cuidarse, lo más que pueda, por su propio bien y el de quienes le han erigido estatuas en grandes avenidas y altares en su corazón.

En un año, en dos ocasiones ha enfermado de SARS-Cov-19, lo cual es una mala noticia que puede atribuirse a dos factores: se ha negado a ser ejemplo para el país porque le repatea el uso del cubrebocas y, por otra parte, su sistema inmunológico no es tan inmune: su cansancio y su fastidio ante el país son reflejo de su vulnerabilidad.

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Cuidar la salud física y mantenerse alejado tanto como se pueda de los galenos, es una de las primeras recomendaciones que haría un buen consejero político a quienes gobiernan ínsulas o países. Aunque tratándose de Don Quijote, sólo acertó a aconsejar a Sancho Panza: “Los que gobiernan ínsulas (islas), Sancho, por lo menos han de saber gramática”.

López Obrador debe cuidar su salud por lo que es y por lo que representa. Es el investido de todo el poder que puede llegar a representar la titularidad de un Poder Ejecutivo, pero además representa (o debiera representar) mesura, equilibrio, serenidad de juicio y sobriedad en el despacho de las decisiones más trascendentes para la nación.

Desafortunadamente no es un buen ejemplo, sino el peor ejemplo. En la saliva mañanera y en los mensajes gaseosos de todos los días, todo va bien. Recientemente hasta se atrevió a decir que en el combate a la pandemia “México es ejemplar” y que hasta se podría exportar el modelo para disminuir el índice de muerte en otros países.

Decir sin saber o sin pensar, cuando se está al frente de un país, o en su defecto hacer afirmaciones insostenibles o fraudulentas porque al fin y al cabo el “pueblo bueno” las cree, es no tener conciencia ética de los propios actos o ser de plano no sólo un mentiroso patológico, sino un mentiroso irredento.

Si las cifras oficiales de muertos por Covid-19 son amañadas y siempre aparece en ellas el maquillaje de la mentira oficial, los especialistas afirman, en cambio, que la estadística de muerte por el virus de Wuhan puede rondar los 700 mil en el país.

Junto a esa desgracia están los cientos de mujeres y de niños con cáncer, a quienes Morena retiró cualquier tipo de apoyo económico desde el Congreso, además de haber recortado el presupuesto del sector salud en cuatro años consecutivos: 2019, 2020, 2021, 2022.

Por primera vez, tenemos un presidente de la República, desde Guadalupe Victoria, al que no le interesan los derechos sociales de nadie en el país, incluidos los derechos de todos a la salud, al empleo, a la educación, a la libertad económica y a la libertad de pensamiento.

Cuando dio positivo por Covid-19, el pasado lunes, todos pudimos ver escenas de la más barata lambisconería burocrática, a través de Twiter y otras redes, intentando animar al presidente como auténtico benefactor de la República, y haciendo votos Marcelo Ebrard, Claudia Sheimbaum, Hugo López Gatell, Mario Delgado y un largo etcétera, porque la Providencia se diera un tiempecito para bajar al Zócalo a curar al enfermo. Esas escenas, de la más barata e indigna lambisconería, me hicieron pensar que la lambisconería no es sólo indicativa del tamaño real de quienes la cultivan, sino una de las enfermedades más graves y profundas de nuestra frágil democracia.

En contraste, a ninguno de esos funcionarios les han quitado el sueño los muertos y heridos de la L-12 del Metro, los más de 200 mil desaparecidos y asesinados por la delincuencia, la estadística de los enfermos y fallecidos por cáncer, las decenas de miles de desplazados por la violencia en Tierra Caliente, los millones de mexicanos que se han quedado sin empleo a raíz de la pandemia. Un burócrata que sólo tiene en mente la suerte del burócrata mayor, no puede ser sino un burócrata: exactamente igual que cuando la cabra tira al monte.

Si el presidente debe cuidar con mucho tesón su salud física y con mucho más tesón la de los mexicanos, también debe cuidar, por motivos más profundos, los indicadores de su salud emocional y lo que atañe al hecho de tener la racionalidad en su lugar.

Un quebranto en la salud física puede ser pasajero, porque la ciencia médica de hoy tiene respuestas para casi todo.

Sin embargo, la salud emocional y la salud de la razón no siempre tienen los antídotos y las respuestas necesarias para “normalizar” lo anormal y atraer a un estatuto de lucidez lo turbio y torcido, pues, por ejemplo, todavía no se halla solución clínica para el Síndrome de Hybris, que consiste en la embriaguez que produce el ejercicio del poder.

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La historiadora y Premio Pulitzer, BarbaraTuchman, no sólo escribió que “el poder genera locura” y a menudo “impide pensar”; también invitó a resistirse “al insidioso encanto de la estupidez”.

leglezquin@yahoo.com