MIRADOR | La Brújula

A cierta edad uno empieza a buscar horizontes menos encendidos

Otra vez acudo a la cafetería que está frente a la orilla del lago. Hay pocos comensales y he podido escoger la silla más cómoda en la esquina menos ruidosa. Me queda claro que la vejez consiste en aprender a quedarse solo. Y en ese camino la mirada es la brújula.

A cierta edad uno empieza a buscar horizontes menos encendidos. Puedo ver el agua por horastomando un café, acaso dos, descalzado el pie del juanete. Miro y miro el lago a pesar de la catarata del ojo izquierdo.

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Pero no se piense que esta contemplación es triste. Mirar asíes una forma de ver más allá de lo aparente, se descubren matices vedados a las personas más jóvenes. En la mínima ola uno puede descubrir el relumbrar de los tantos años de vida. Al observar un punto fijo, los ancianos hacemos un viaje fatigoso y nos defendemos de la ansiedad que la travesía provoca cabeceando entre el sueño y la vigilia. Así logramos, algunas veces, mirar el lecho del lago y no sólo la superficie. Uno se abandona a esta duermevela entre pensamientos marchitos y brotes inusitados.

Es falso suponer que ya deseamos el abrazo de la muerte. No es así, nadie quiere morir cuando son las siete de la noche en la cafetería preferida. La gente cree que nos agazapamos en los recuerdos, pero eso es mentira, buscamos algo más, sin nombre, algo que ya no está al alcance y que acaba por diluirse cada tarde en la bruma que flota sobre el agua.

Mi hija pasa por mí, me lleva a la seguridad de la casa.

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No tengo duda alguna, mi patria es esta mirada que mueve las manecillas y provoca emociones que no se pueden explicar.

Me acuesto temprano, sin queja miro la nada en el techo. Mañana será otro día.