Un gobierno legítimo

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Luis Sigfrido Gómez Campos

Cuando en el año 2006, después de que las autoridades electorales decretaron la legalidad del triunfo de Felipe Calderón Hinojosa a la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador se declaró Presidente del Gobierno Legítimo en un acto multitudinario en el zócalo de la ciudad de México, manifestando que las autoridades que recién habían sido impuestas, se hicieron del poder de una manera ilegal ya que era a él a quien debía corresponder el verdadero triunfo electoral.

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Los detractores de Andrés Manuel López Obrador dijeron que se había vuelto loco. ¿A quién se le ocurría constituir un gobierno paralelo que no contaba con presupuesto, ni edificios donde operarían sus instituciones imaginarias; tampoco tribunales, ni fuerzas del orden, ni otros órganos que aplicarían las disposiciones de su autoridad?

Se trataba de una serie de actos simbólicos que aun a sabiendasde que carecían de validez jurídica y de recursos económicos para operar el ejerciciodel poder, pretendía posesionarse en el imaginario colectivo como víctima de un gran fraude electoral orquestado por una supuesta “mafia del poder” que hace referencia a un reducido grupo de políticos y empresarios cobijados bajo la sombra del “innombrable”, Carlos Salinas de Gortari, los cuales se han aprovechado de los recursos nacionales y de las instituciones del pueblo para su beneficio personal.

En ese entonces, quien dirigía los destinos de la máxima autoridad electoral era el doctor en Ciencia Política por la Universidad de Columbia,Luis Carlos Ugalde Ramírez, quien se desempeñaba como Presidente del Instituto Federal Electoral (IFE), ahora Instituto Nacional Electoral (INE), y a quien le tocó resolver el dilema de declarar el triunfo electoral de Felipe Calderón con la pequeña diferencia de un 0.56% a favor del candidato michoacano.

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Ahora, once años después de aquella conflictiva elección, en una entrevista el doctor Ugalde opina que el panorama para las autoridades electorales para el 2018 se presenta más negro que el escenario que prevalecía en aquel momento. Dice que el actual Consejo General del INE está actuando bajo una óptica totalmente legalista, lo que le parece correcto porque es su fundamento, pero que debería adoptar “un rol de autoridad política e incluso de autoridad moral en procesos electorales”, lo que, en su opinión, no se está haciendo.

Sentencia el politólogo dela Universidad de Columbia, que las elecciones del próximo año se presentan más conflictivas por la razón siguiente: si gana Andrés Manuel López Obrador “no va a haber lío, va a haber un final feliz, entrecomillado, pero feliz. Pero si no gana López Obrador va a haber lío, cuestionamientos…” “…esperar que gane López Obrador para que haya un final feliz. Eso no puede ser. El final feliz debe derivar de que los jugadores con reglas ciertas acaten el resultado de un proceso democrático, pero eso no está ocurriendo en México ni va a ocurrir en 2018”.

De acuerdo con la opinión de tan experimentado personaje, a los mexicanos nos espera un cruento panorama, pues la legitimidad del próximo gobierno de México depende del resultado de las elecciones y no de la transparencia, la legalidad y el proceso democrático electoral que deberá de llevarse a cabo el próximo año en nuestro país. Es más, de sus palabras se infiere que simplemente no hemos llegado siquiera a tocar los umbrales de la democracia.

La existencia de un sistema democrático de partidos supone todo un andamiaje jurídico e institucional en el que participa la mayoría de la población en un proceso estructurado y complejo para darle legalidad a las elecciones y a hacer efectiva la voluntad popular a través de la emisión del voto. Supone una estructura institucional electoral imparcial que realiza una serie de acciones para que el esfuerzo de todos sea justo y equitativo.

Pero dice Ugalde que no, que todos los esfuerzos son inútiles porque simplemente no contamos con un sistema electoral confiable que dé certeza a los mexicanos de que el próximo proceso electoral concluya con un final feliz, sea cual fuere el resultado.

Sí, el panorama parece obscuro. Tal parece que los mexicanos no hemos sabido construir todavía un sistema confiable que nos dé la certeza de gobiernos fuertes e incuestionables cuya legitimidad nadie ponga en duda. No hemos sabido crear, con toda nuestra sabiduría ancestral, nuestra grandeza como nación y la nobleza de nuestro pueblo, un sistema electoral sencillo transparente y claro que nadie se atreva a cuestionar.

Sí, tenemos autoridades electorales doctorados en Harvard; asesores de nuestros legisladores doctorados en Yale, pero no hemos sabido elaborar un sistema electoral cuyos resultados nadie ponga en duda.

México requiere y se merece un gobierno cuya autoridad sea incuestionable; es decir, un gobierno verdaderamente legítimo no sólo porque sea válido legalmente, sino porque cuente con el respaldo mayoritario del pueblo; que no sea puesta en duda su autoridad por cuestiones de procedimiento, de gastos excesivos, o triquiñuelas a la voluntad popular.