¿Qué es la psiconutrición y por qué hablamos de "comer con la cabeza"?

La alimentación la podemos relacionar con emociones positivas, como la alegría, o negativas, como el estrés, la ansiedad, la tristeza o el aburrimiento.

Foto: Internet

Agencias/La Voz de Michoacán
La mayoría de nosotros no lo sabe, pero nuestro estado de ánimo y sus cambios están íntimamente relacionados con nuestros hábitos alimenticios. Se debe establecer una buena relación entre nuestras emociones y los alimentos, debido a que, en el caso contrario, esto puede desencadenar trastornos de la alimentación, como la anorexia, la bulimia o el trastorno alimentario compulsivo. Pero, ¿qué es tener una buena relación con la comida?

Si bien los alimentos están para nutrirnos, darnos energía y prevenirnos de enfermedades crónicas, también tienen un componente emocional. Uno disfruta la actividad de comer, es un momento de paz, de compartir con la familia y con los amigos. Incluso, dependiendo de lo que comamos, nos puede llevar a recuerdos tanto positivos como negativos, en los que exista amor o rechazo por lo que estemos ingiriendo. 

PUBLICIDAD

Además, es un lapso de descanso en medio del ajetreo del día a día. Es un hecho que, en la actualidad, por el ritmo de vida en el que predominan las prisas, terminamos ingiriendo cualquier cosa y le dedicamos cada vez menos tiempo al acto de comer.

Tener una buena relación con la comida implica saber llevar esto de una manera sana, es decir, racionalizando lo que comemos. Y, para eso, el primer paso consiste en saber diferenciar el hambre fisiológica del hambre emocional.

Hambre real vs. hambre emocional

PUBLICIDAD

Para lograr distinguir entre el hambre real y el hambre emocional necesitamos escuchar a nuestro cuerpo y ser conscientes de la intención con la que lo estamos haciendo. 

Además, debemos comer con atención, estando “presentes” en cada bocado, momento a momento. Es importante masticar lentamente y frenar la ingesta cuando estemos realmente saciados y no cuando ya no podemos más. 

Foto: Getty Creative
Foto: Getty Creative

El hambre fisiológica es gradual, puede esperar, está abierta a varias opciones, con estar satisfecho es suficiente y no te genera sentimientos negativos. Por otro lado, el hambre emocional es repentina, es urgente, te hace desear alimentos específicos, sentir plenitud no basta y puede generar culpa, vergüenza o tristeza. 

Nutrición y emociones 

La alimentación la podemos relacionar con emociones positivas, como la alegría, o negativas, como el estrés, la ansiedad, la tristeza o el aburrimiento. 

Cuando estamos ante un sentimiento de alegría, por lo general lo manifestamos yendo a celebrar con nuestros seres queridos y eso implica darse un “gustito”. Mientras lo hagamos a conciencia y sepamos qué estamos comiendo y lo disfrutemos, no hay ningún problema. El conflicto empieza cuando no se logra racionalizar, se come a montones y luego sentimos culpa. 

Por otra parte, tenemos diferentes tipos de emociones negativas que nos impulsan a hacer un mal uso de la comida, intentando que esta compense ese vacío e inquietud que nos está generando cierta situación en particular. 

El primer consejo es reconocer la situación y tratar de realizar actividades positivas como leer, hacer ejercicio, dibujar, bailar, meditar, entre otras, que mantengan la cabeza ocupada para no refugiarse en la comida. Pero, cuando se trata de una emoción puntual, podemos utilizar la comida como aliada.