Historias vallisoletanas; San Francisco, de contrastes

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Paola Franco / La Voz de Michoacán.
El barrio de San Francisco y en especial de su plaza principal, demanda líneas para contar la historia que algunos morelianos rememoran; un cementerio y un templo que fue derrumbado dibujan el paisaje antiguo de esas calles coloniales, donde la frase “hay que ver eso”, aún hace eco en algunas historias populares.

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“Dentro del perímetro formado por el muro que contornaba el cementerio de San Francisco, se encontraba el Templo de la Orden de Terceros o Tercer Orden como generalmente se le llamaba”, se lee en el Bosquejo histórico de la ciudad de Morelia, de Juan de la Torre.
Pocas imágenes vallisoletadas, ya desgastadas por el tiempo, muestran la demolición iniciada en 1860 y continuada en 1867; el santuario de oración franciscana era una construcción grande que en palabras de Juan de la Torre, “levantaba una gallarda y elegante torre de dos cuerpos, provistos de sonoras campanas y esquilas y terminaba con una veleta”.

El altar principal veneraba a San Luis Rey de Francia, que cada 25 de agosto encabezaba una tradicional procesión; hasta que se ordenó la demolición del espacio que al ver caer sus últimas piedras, cuenta en su bosquejo, Juan de la Torre, fue verificado por el prefecto del distrito D. José Dolores Vargas y por el presidente municipal Juan González Ureña, quienes ordenaron su derrumbe.

“Mucho tiempo permanecieron en pie las ruinas del templo hasta que quedó completamente arruinado, y el sitio que ocupaba se agregó a la plaza del mercado”, narra el licenciado apasionado por la historia vallisoletana, quien en 1883 publicara su bosquejo histórico.
Con un cementerio olvidado y una capilla derrumbada, San Francisco no deja de sorprender a quienes indagan en su pasado, relata Iván Mota Velasco Hernández en la segunda parte de la historia de este barrio.

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Además de sembrar la tradición comercial en Morelia, el barrio franciscano cuenta con el templo más antiguo de la historia colonial, y con el fantasma de lo que fuera otro antiquísimo templo.

Algunos morelianos aún recuerdan  la cárcel municipal ubicada en la zona, conocida como “la Barandilla”; era vigilada las 24 hrs en la entrada y por la lateral.

Se veían en las afueras de la cárcel, los tres o cuatro caballos que formaban parte de su cuerpo de seguridad “la barandilla la formaba el acceso, el registro, el ingreso al túnel, las celdas y 2 juzgados en la planta alta, éstas fueron demolidas y ahora es zona de estacionamiento hoy propiedad Municipal”, cuenta Mota Velasco.

Pero además el barrio, albergaba los mejores billares de la ciudad, denominados “coronas”, en la esquina de Humboldt y Vicente Santa María se ubican los espacios recreativos, propiedad de María Corona. Esa tradición de la cantina y el billar, fueron parte del barrio que irónicamente también forjó la tradición católica, con el templo más antiguo de la ciudad.

Los billares coronas, eran  atendidos por el esposo de la señora María,  conocido como  Don Vicente, el señor Guerrero daba el trato cálido que hizo próspero el negocio. Los contrastes en el barrio se acentuaban con la conocida “zona de tolerancia”, que a decir de Mota Velasco era única en Morelia.

“Esos negocios eran conocidos por los nombres de las propietarias, como la casa de Genoveva, Maricela, Ramona la Mocha, Pancha, La Vilches…señoras, eso si, muy respetuosas de los horarios pues trabajaban únicamente por la noche”, narra Iván Mota.

Don Luis Mora Tovar varias veces diputado, senador y reconocido poeta, la familia Fabián, el piloto aviador Francisco Sarabia, primero en efectuar un vuelo directo América-Europa, fueron algunos de los que caminaron a diario en las calles ahora céntricas, del barrio que se ubicada al sur de la ciudad.

El olor que se respiraba al pasar por las cantinas o pulquerías del barrio, se acentuó al sur del mismo, donde se abrieron 2 pulquerías que se afamaron, por la calidad y variados sabores de “la bebida de los dioses”.

Aún se rememora en las pláticas que con un aire de nostalgia, despiertan recuerdos, la frase de saludo del propietario de las pulquerías, el señor Lino Parrales “hay que ver eso”.