Samuel Herrera retrata su propia vida

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Neftalí Coria
Samuel Herrera Delgado nació el 13 de marzo de 1937 en Viricuarán, municipio de Morelia, hijo de María Delgado Salgado y Aurelio Herrera González, quienes para 1937 radicaban en Morelia en la calle Lago de Chapala del Barrio de Carrillo.

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En 1956, Samuel Herrera ingresó a La Voz de Michoacán como ayudante de prensista; más tarde, al departamento de linotipos y luego a la redacción como reportero gráfico.

Durante más de 30 años cubrió los partidos de fútbol del Morelia, en segunda y primera división, así como el béisbol amateur.

Entre los múltiples reconocimientos que ha recibido Samuel Herrera destaca el otorgado en 1985 por la Federación Mexicana de Béisbol, por su labor informativa gráfica y escrita, en el diamante del deporte amateur y profesional.

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Asimismo en 1997 se le entregó la presea AMIPAC por su labor periodística. El 10 de septiembre de 2006 se le realizó un homenaje en el Estadio Morelos, por parte de los directivos de Monarcas Morelia.

Y en el 2007 recibió un homenaje de la Liga Tepeyac de Veteranos, por la columna “Ayer y Hoy”, que publica en La Voz de Michoacán desde 1993.

El barrio de Carrillo
El barrio de Carrillo de Morelia fue su niñez. Samuel Herrera Delgado, fotógrafo insigne, recuerda en ese entonces aquella fisonomía de las calles y la plaza de Carrillo. Era su barrio, el lugar en el que fue niño y donde descubría la vida. Allí estaban el Volantín de Pirrimplín, los puestos de enchiladas por el lado de la calle Abasolo, las calles de ese tiempo, el sur de Morelia, la orilla de la ciudad. Y más hacia el sur, estaba la legendaria subida a Santa María. Don Samuel, al respecto, tiene presente el 15 de agosto de cada año. Desde las cuatro de la mañana, pasaba gente rumbo a Santa María de Guido, gente que iba a poner sus puestos, a vender mole y más personas de todos los rumbos de la ciudad, que iban a celebrar el día de Santa María, a festejar a las Marías. Ese para él es un recuerdo imborrable y valioso de aquellos tiempos distintos.

Carrillo era su barrio querido del que recuerda los relatos que su padre le contaba de la vieja tradición de peluquerías de paisajito que estaban entre la calle Zamora y la Calzada Juárez; consistían en el señor peluquero, una mesa pequeña, una silla de tule y al aire libre cortaban el pelo a los clientes. El espejo lo levantaban en sus manos para que el cliente viera el resultado del servicio. Su niñez sucedió durante los años de una Morelia pequeña que se podía recorrer de punta a punta caminando. Una ciudad que ya en nada se parece a la Morelia del siglo XXI. Y aunque Samuel Herrera, prefiere no hablar de su niñez, podemos imaginar la vida de aquella ciudad que ya no existe. Una ciudad apacible que vio crecer a una generación en la que el periodismo era algo que estas nuevas generaciones no imaginarían.

Nunca sospechó que la vida lo llevaría a realizar tantos trabajos. Cuando estaba en la escuela Independencia, siendo niño, vendía chicles y chocolates en el cine Morelos y en la “Arena Azteca” que estaba al lado del cine. Trabajó también en una panadería en la que fungió como repostero, luego fue a pedir empleo en Santa Lucía, la fábrica de aceite y no lo aceptaron. También estuvo trabajando en una imprenta en la misma calle de Rayón, en donde ganaba 7 pesos a la semana, mientras que en la panadería ganaba 25 pesos; Don Samuel recuerda haber preferido no volver a la panadería. Le gustaba la imprenta, pese al sueldo. Y no fue hasta que visitó al maestro Cuco, jefe de los talleres de La Voz de Michoacán y además, maestro en la Escuela de Artes y Oficios, quien vivía al otro lado de su casa. Se acercó a aquel hombre para pedirle que le diera una oportunidad en los talleres y generosamente el maestro le tendió la mano.

Más tarde Samuel se casaría con la sobrina del maestro Cuco, quien además le fue entregada en la iglesia, por el propio maestro.

Su Comienzo en La Redacción
Durante un tiempo, el joven Samuel –ya casado y con responsabilidad– trabajó jornadas tormentosas en las que muchas veces solo llegaba a descansar tres horas, pues también hacía su propio periódico (Era un periódico de cuatro páginas por el año 1965), y trabajando como fotógrafo en La Voz, donde cubría todo, desde la policiaca, sociales y deportes. Ahora Don Samuel, recuerda que lo que menos le gustó, fue cubrir la página policiaca, porque debía fotografiar y ver como se va la vida y eso, para él fue muy duro.

Comenzó como ayudante de prensista y con el tiempo estuvo en el linotipo. De allí pasó a la Redacción, donde recuerda haberse iniciado con una triste anécdota, pues cubrió la inauguración de la Liga municipal de fútbol, y cuando llegó a revelar –ya en el cuarto oscuro– supo que el rollo no había corrido y ninguna foto se había tomado.

Lo que les dimos a los demás
-Con la firme idea que cuando nos vamos del mundo, lo único que se queda, es lo que les dimos a los demás -me dice Samuel Herrera Delgado desde la cercanía que compartimos una tarde de octubre en su estudio de la calle Quintana Roo. Mira lejos y las memorias suyas se pueden ver en sus ojos como lentos sueños que le hacen hablar del pasado. Su voz es cálida y tiene el tono de los que tienen esperanza. Samuel Herrera ha vivido tras la lente de una cámara y por allí vio pasar el tumulto de imágenes que él nunca olvida y ha hecho que se queden colgando del tiempo como imágenes de aquello que fue, de aquello que ha sucedido en algún lugar del mundo en el que Samuel estuvo atento y con la mirada de avispa.

La fotografía lo eligió y no al revés, como nos elige el destino, como nos eligió la vida, como nos elige la historia. A Samuel Herrera, la fotografía lo llevó a su reino y hasta hoy, lo mantiene cautivo.

La fotografía y el fútbol
Como en una extraña obediencia, asegura que se fue adentrando en el oficio bajo el fuego limpio del trabajo, porque cree que el trabajo y la disciplina, son los mejores maestros y el suyo era tomar fotografías; por eso reconoce que frente a eso, todo se abre y cuando se llega a cierto nivel de superación, todas las puertas se abren con mayor facilidad, como si el aprendizaje fuera la llave.

Lo imagino con la cámara entre el ojo y las manos, buscando el gol en un partido de fútbol. Me cuenta que no se le fue ninguno de los que tuvo que cazar en los partidos que le tocaba cubrir y donde por lo mucho había tres o cuatro fotógrafos en la cancha. Recuerda con gusto las temporadas del equipo Morelia, cuando jugaba en el estadio Venustiano Carranza. Y sin nostalgia narra que antes no había esos lentes que todo lo pueden. Era el oficio, la pericia, la entrega con lo que se lograban las mejores fotos. Con una lente de cincuenta milímetros, debía tomar la foto a una distancia de dos o tres metros. Su ley era no perder la pelota, porque también en un descuido, durante un partido de Volibol, mientras distraído conversaba con alguien, recibió un balonazo que le costó una operación de oído. Su ley desde entonces, fue: “No hay que perder la pelotita”. Un día, para su asombro, vio a un fotógrafo de un medio, que estaba en un partido de beisbol tras el catcher. Don Samuel le dijo que se retirara. Y cuando aquel fotógrafo, supo el peligro que corría, le agradeció infinitamente. La pelota de Beisbol, como sabemos, es como una piedra.

Una de las fotos que le dieron satisfacción y que sin duda se perfiló como una de sus mejores imágenes deportivas, fue la recordada chilena de “El fantasma Figueroa” la que muchos aficionados al fútbol no olvidan y que Samuel Herrera dejaría en la imagen para siempre.

La fotografía
A Samuel siempre le importó el trabajo, más que por el sueldo, por su pasión por la fotografía y el periodismo. Aunque también tuvo claro que la agudeza de la mirada se consigue con la práctica y la dinámica natural. La fotografía le hizo descubrir que su verdadera pasión era el prodigioso oficio de mirar, la dedicación de repetir el mundo y guardar lo que sus ojos habían visto suceder a manos de su intuición, así que el milagro sucedió un día, cuando le pidió a su esposa que lo acompañara a ver el amanecer al centro de la ciudad. Samuel Herrera descubrió que una cara más honda que la fotografía le aguardaba. Comenzaba haciendo fotos que le apasionaban de verdad. Fue aquel momento en el que su crecimiento como fotógrafo comenzó a descubrir novedades importantes en su oficio; quizás pudo encontrar en ese momento con la lente de la paciencia, cuál era el mayor sentido de reinterpretar los colores, las formas de la ciudad, su historia, sus piedras, la soledad de las calles del alba. Desde aquel instante, tuvo más sentido todo lo que él mismo creyó acerca de su labor de mirar. Él quiso que vieran las fotografías los demás, porque para eso el decidió ver tras la lente y descubrir momentos, lugares de la ciudad que para otros, sería imposible mirar con la destreza de los ojos de Samuel Herrera, pues él se dedicó a mirar lo que no era fácil encontrar por los demás.

Y en esa mirada apacible y lenta, puede hablar de fotos que comparte y se detiene a mirarlas como si en la evocación quisiera recuperar el alma del retrato.

Don Samuel, en su estudio, tiene fotos de Morelia, la ciudad que no necesita decir cuánto ama, porque su amor a la ciudad y a la vida, está impreso en las fotografías que guarda como joyas de su historia.

Las fotos en los libros
Muchas son las exposiciones en las que ha participado y sus muy peculiares piezas, lo han situado como un emblema de la fotografía michoacana. Ahora quiere hacer libros de fotografía, memorias y con el apoyo de don Alfonso Cruz Anguiano, generoso impresor, quiere saldar cuentas con la memoria y publicar libros de fotografías, alentar la memoria de la ciudad y hacerla guardar en páginas impresas que puedan ir en el bolsillo y las bibliotecas de la historia de las imágenes.

A don Samuel Herrara Delgado, le gusta la luz que nace de las mañanas nubladas, las flores de las jacarandas sobre el césped, ante las manos del viento del otoño. Le gusta la ciudad donde vive, su Morelia aquella, y ésta compleja de hoy día. No puede responder cuando le pregunto por las fotos de cuando era niño. Calla y niega. No hubo fotos de su infancia humilde y difícil.

Nos quedamos en silencio, con un nudo en la garganta y Don Samuel Herrera Delgado, el fotógrafo de los prodigios, me muestra de nuevo una fotografía que tomó una mañana de otoño. Allí está la jacaranda en flor, deshojándose, como una mujer en otoño en pie, hermosa, con el color morado perfecto de una jacaranda en flor.