Hidilberto Reyes, de héroe a víctima

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A mediados de julio del 2012, en plena temporada de verano, un viaje de vacaciones me llevó junto con mi pareja, Astrid Herrera, y otro colega fotógrafo, Raúl Tinoco, a la playa de Ixtapilla en el municipio de Aquila.

El arribo de la tortuga golfina a estas playas de la costa michoacana era el motor que impulsaba el deseo de acudir a este rincón del paraíso de nuestro estado.

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Esta, es una de las zonas más golpeadas por el abandono de los gobiernos y a su vez, son territorios donde la gente se organiza y se defiende por sí misma de inclemencias del tiempo y de la vida. Son el ejemplo claro de la sociedad organizada.

En esta comunidad, se encuentra uno de los campamentos tortugueros que cada año recibe más ejemplares en sus playas, particularmente durante los meses de octubre y noviembre. Ese ocasión, llegamos al anochecer, a la Costa.

Durante el amanecer del primer día de nuestra estancia, el grito de Miguel Reyes—encargado de la enramada donde nos alojamos—sonó en la playa anunciando un hallazgo “son de negra” gritó, refiriéndose a los huevos de tortuga que traía en una bolsa plástica y se disponía a sembrar en el campamento que se ha dispuesto para preservar a estos quelonios, que eligen a Michoacán durante cada temporada.

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Nos saludó, explicándonos asuntos relacionados al desove y entre la plática, ayudó a una golfina que fotografiábamos.

Durante el día no había tortugas, pero en la enramada dos pequeños se divertían junto a nosotros en el mar, en la arena o la “alberca” que provoca un pequeño río. Niño y niña, hijos de Don Miguel Reyes y su esposa. El niño, a quien llamaban “Chiquipú”, se ofrecía a conseguir hielo o algo fresco para nosotros, sin importar cuán lejos se encontraba la tienda, incluso, cazar una iguana para que su madre pudiera cocinarla en mole para nosotros.

Observar fotos en la computadora y comer “Zucaritas” era la actividad nocturna, y ahí ellos pedían que pusiera fotos de Morelia, porque nunca habían ido a la capital del estado y algún día lo harían, algún día visitarían la ciudad de las canteras.

La siguiente mañana, una corriente marina de esas que te “chupan” arrastró a Astrid mar adentro, imposibilitándola a salir; “Chiquipú” literalmente la sacó “de las greñas” y le salvó la vida.

Después de eso, no se separaba de ella, abrazos y apapachos le repartía por montones para que el susto pasara más rápido.

Él no se había dado cuenta de la vida que salvó aquella mañana con tanta facilidad.

Las cámaras réflex y la “go-pro” que usábamos para las fotos le llamaban la atención y las pedía prestadas para intentar hacer fotografías. En ese momento, las vacaciones escolares iban comenzando y él, junto a su hermana, disfrutaban de nuestra compañía… y nosotros de ellos.

Un tronco viejo y grande a la orilla del mar servía para que ellos y un amigo nuevo brincaran y posaran para la lente, que capturaba como iba llegando el atardecer.

Durante cuatro días estuvimos tomando fotos, vacacionando y disfrutando la compañía de la familia Reyes y las tortugas, con la promesa de volver, llevar impresas las imágenes y quedarnos un más tiempo.

El lunes 20 de julio de 2015, tres años después de aquel viaje, me trasladé de Morelia a la región Costa para realizar la cobertura de los acontecimientos del domingo 19 de julio: la detención de un líder comunitario, Cemeía Verdía, que provocó un bloqueo carretero y en la trifulca, el accionar de armas de fuego.

En el enfrentamiento, un niño había resultado muerto, el mismo que no estaba en el problema, sólo había ido a comprar pañales. Ese día, también llegué al anochecer, como hace tres años.

El trágico regreso
No fue hasta el martes 21 que me volví a encontrar con “Chiquipú”, Miguel Reyes y su madre Emilia García. El escenario fue el mismo: la pequeña playa, la acogedora enramada, el mar picado y una comunidad abandonada.

Volví a tomarle fotos al mismo que había salvado la vida a Astrid Herrera, y se había convertido en el héroe anónimo de nuestro viaje de verano de hacía tres años.

Sólo había una diferencia; en aquél lugar se respiraba el dolor de la injusticia y la tragedia; esta vez a “Chiquipú” lo vi dentro de un pequeño ataúd, rodeado por su familia y amigos, quienes le lloraban.

Una caja humilde y pequeña donde no podría caber el inmenso agradecimiento por la amistad de tres años atrás ni mucho menos la rabia de una población entera. Hidilberto Reyes “Chiquipú”, sin deberla ni temerla fue alcanzado por una bala y murió al instante producto del proyectil, cuya arma aún está bajo investigación por las autoridades de procuración de justicia.

En la playa, su madre pregunta que dónde está su hijo, a un lado yacen veladoras del sepelio aún. El mar bastante picado azota la roca de Ixtapilla, como si él estuviera enojado también, rabioso, como si sintiera la ausencia de Hidilberto. Fue un mismo mes de Julio, sólo que tres años después.