Triángulos y rectángulos

Sentí como seguramente se vive la primera vez que uno pisa un planeta desconocido y que al mismo tiempo invierte las miradas y las posiciones de los cuerpos celestes.

Gustavo Ogarrio

Días antes de que saliera en la bicicleta para intentar el paseo nocturno, que sentí como seguramente se vive la primera vez que uno pisa un planeta desconocido y que al mismo tiempo invierte las miradas y las posiciones de los cuerpos celestes en la vía láctea: ahora veo la Tierra desde la Luna, qué tristeza. Y entonces digo que días alguien abre un departamento más bien pequeño y nos dice qué lástima que nos venimos a conocer hasta ahora, cuando la vida ya no tiene remedio y hay que empezar todo de nuevo para que nos volvamos a cargar de frustraciones y de cambios hormonales y de casas, de barrios y de escuelas y que el tiempo no sea en nosotros más que la transformación de la materia que de vez en cuando nos regala una noche húmeda en bicicleta, con el manubrio temblando levemente como un bigote de acero hecho para relucir en la oscuridad ante las tímidas luces que iluminan los caminos de esa frontera de reflejos y distancias que se forma entre las últimas luciérnagas y yo.

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Así fue que una noche antes vi el círculo que se dibujaba entre la inminente mañana del día siguiente y el peso y el tamaño de los años que estaban por venir, que de alguna manera estaban ahí, haciéndose tranquilamente en las inquietudes de aquella noche. Un círculo que anunciaba triángulos y rectángulos y poliedros en los que yo recalaba cuando se acercaba algún peligro o cuando algún perro vagabundo estaba a punto de morir bajo las llantas impersonales que mancharían de sangre el asfalto, esa sangre futura de perro adherida sin ternura al pelambre y a los cartílagos y a la cuenca de los ojos, ese remolino de atropellamientos cuyo vaivén nocturno era también el círculo que imagino para cubrirme de esos automóviles en su objetivo de borrar para siempre esa sangre que sin duda vendrá, tarde o temprano, como vienen las tormentas que presagian el fin de los partidos de futbol o los amaneceres solares que llenan de alegría los pulmones de algunos ancianos.