REPORTAJE | Paradise Lowbike: difundir la cultura lowrider y acabar con el estigma del pandillerismo

Cada domingo, a un costado de la Catedral, los miembros del club llevan sus bicicletas lowrider para que la gente las vea, les tome fotos y conozca más de una cultura muy estigmatizada

Foto, Christian Hernández.

Jorge Ávila / La Voz de Michoacán
Fotos, Christian Hernández.

Morelia, Michoacán. La cultura lowrider inició después de la Segunda Guerra Mundial en el estado de California, en Estados Unidos, entre la comunidad de ascendencia mexicana, pero en la década de los 70, durante la explosión del movimiento chicano, este estilo cobró mayor auge.

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Lowrider significa “rodar bajito”, y consiste en modificar los vehículos para que se vean más bajos de lo normal, además de incluir elementos estéticos como la pintura, el cromo y la simbología chicana, bastante permeada del culto a Aztlán y la cultura popular mexicana. Pero no sólo está enfocada en los carros, sino que una rama del lowrider va dirigida a las bicicletas, todas ellas de modelos clásicos y modificadas al gusto del propietario.

En Morelia también está presente el movimiento lowrider de forma organizada: desde hace casi dos años se conformó el club Paradise Lowbike Morelia, que aglutina a quienes aman y adoptaron esta manifestación cultural como forma de vida.

Provenientes de los cuatro puntos cardinales de la capital del estado, como las colonias Prados Verdes, López Mateos, Villas del Pedregal, Santa María, la zona de Las Tijeras, la Solidaridad, la Tenencia Morelos, Metrópolis, Torreón Nuevo y Galaxia Tarímbaro, llegan ataviados con playeras, ya sea color azul o blanco, y con pantalón Dickies.

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Cada semana los más de 50 miembros del club se reúnen a un costado de la Catedral de Morelia no sólo en una convivencia entre amigos, sino en una exhibición en la que, además de mostrar el trabajo que han hecho con sus bicicletas, también tratan de romper con los estigmas y estereotipos que hay en torno a la vestimenta chola, la cabeza rapada, los tatuajes y una cultura muy relacionada con el pandillerismo, rasgo que ellos se han esforzado por erradicar.

Sobre la forma en que consiguen las bicicletas, un miembro del club, Pelucas, explica que suelen comprarlas ya armadas, pero ellos las personalizan, para lo cual, las piezas se encargan, ya sea por internet o por medio de otros miembros del club. Así, cada quien va personalizando su “baica”: "Cada bicicleta está hecha con el amor de su dueño y es parte de su esencia”, y así, dependiendo de la bicicleta, el gusto del dueño y sus posibilidades económicas, la más barata ronda los 5 mil pesos y hay las que están valuadas desde los 30 mil pesos a los 40 mil pesos", según lo que la bicicleta tenga, como piezas, pintura, accesorios y acabados.

PARADISE LOWBIKE

Sobre la conformación de Paradise Lowbike Morelia, el líder y uno de los fundadores del club, Tony Dickies, relata en entrevista que “el club empezó en 2019, el 26 de mayo se conformó gracias la reunión de los que nos gusta el movimiento lowrider y estamos cumpliendo 2 años”.

El líder del club, quien también se dedica a la venta de ropa chola, comenta que cada domingo se reúnen en la Plaza de Armas, y aprovechó para invitar a todo aquel que quiera conocer de cerca su cultura, ya que la finalidad de club es precisamente esa. Por ello, indicó que ya se está en gestiones para que las autoridades les permitan, además de las bicicletas, llevar los carros lowrider con que se cuenta en Morelia y hacer más públicas sus actividades, ya que, recalca, “todo este ambiente es familiar y aquí los esperamos”.

Entre los veteranos del club está el Gato, quien sin poder definir la fecha precisa en que la cultura lowrider llegó a Morelia por haberse dado de forma gradual, relata que desde sus 9 años de edad está inmerso en esta cultura, y su primera bicicleta lowrider la tuvo a los 12 años. Han pasado 30 años y aún la conserva, pero en el club hay otras bicis “que rodaron conmigo”, y remata “¿qué te digo, mi carnal?, es algo bueno para nosotros. Ya tiene mucho tiempo que está esto aquí. A mí me late, es algo chido y le vamos a dar con las nuevas generaciones. Por lo pronto aquí estamos para todo el público que quiera acercarse a Paradise Lowbike”.

Pero, como todo club, hay lineamientos que sus 56 miembros deben cumplir, y más porque en el grupo hay muchas mujeres, algunas de ellas madres de familia que acuden a las reuniones con sus hijos y esposos. Lo primero que una persona debe tener para ingresar al club es el amor a la cultura y ser constante en la asistencia a las reuniones, exhibiciones y demás actividades del club, pero además seguir el código de vestimenta y respetar a todos, dentro y fuera del club, como explica Monserrat.

Otra de las jóvenes integrantes del grupo, Shany, ahonda más en las reglas a seguir: “En el club tenemos un código de conducta, y lo que nos marca es que debe haber cero alcohol, cero drogas, sin fumar. Debe haber mucho respeto entre nosotros y a la gente que nos rodea. El código de vestimenta consiste en pantalón o bermuda azul marino, café, gris o negro. La playera es azul marino, blanca o negra, para identificarnos como miembros del club”.

ROMPER EL ESTIGMA

Pero la difusión de la cultura lowrider no ha sido fácil, ya que aún persisten estigmas y prejuicios debido a la vestimenta, los tatuajes, el gusto por el cabello demasiado corto o rapado, la forma de hablar y hasta por situaciones que han quedado en el pasado, como el pandillerismo, que en algún momento tuvo a los jóvenes de muchas colonias inmersos en luchas territoriales.

Uno de los líderes del club, Drako, reconoce que mucha gente asume que el ser cholo fue una moda, pero “para mí y mis carnales es más que eso, es un estilo de vida, es una forma de ver distinta la situación que estamos viviendo”.

Sobre cómo se vive bajo el estereotipo creado por quienes no conocen su cultura, Drako dice que, efectivamente, “mucha gente nos estigmatiza por el corte de cabello, por los tatuajes, por la manera en que uno se expresa, uno se viste o calza. Mucha gente nos dice que somos ladrones, que no tenemos principios, ninguna ética, pero al día de hoy se trata de quitar ese falso estigma: el corte de pelo es porque así nos sentimos a gusto, los tatuajes son algo independiente el día de hoy”.

Y recalca que Paradise Lowbike no es una pandilla, “somos un club de exhibición, un club en el que el pandillerismo se quedó abajo. Si mucha gente se diera cuenta de lo que cuesta vestirse como uno se viste, de lo que cuesta mantener una bici como la mantenemos nosotros, nos quitaría ese estigma, ya que realmente cada uno de nosotros tiene su empleo, cada uno tiene su familia. El ser cholo y pertenecer al club Paradise Lowbike Morelia no es una simple moda, es todo un estilo de vida”.

Sobre lo que los miembros de Paradise Lowbike desean proyectar al exterior, Rigoberto Muñoz recalca que quienes se quedan con el prejuicio están en un error, por eso, aunque “se puede etiquetar por la forma en que vestimos, estamos tratando de eliminar ese estereotipo que se tiene de nosotros”.

Presamente, para romper con esa imagen negativa está el reglamento: “Fomentamos el respeto dentro y fuera del club, no está permitido tomar ni drogarse. La gente llega a pensar que es lo contrario, pero no se dan cuenta de que, si así fuera, no estaríamos reunidos aquí en el Centro, estaríamos en una esquina o en un callejón fantocheando y demás, pero aquí estamos, promoviendo el respeto a la gente que viene al Centro a nutrirse de otras cosas. Nuestras actividades son 100 por ciento familiares y no es nada de lo que pueda parecer”.

Pelucas, quien con todo y su familia pertenece al club, explica que mediante el grupo se busca erradicar el pandillerismo, ya que eso quedó atrás. Por eso, los miembros de Paradise Lowbike llegan a las reuniones con sus familias, “y queremos quitar se estigma de que porque la gente nos ve tatuados o vestidos así, o porque estamos pelones, somos pandilleros. Pero nosotros no somos una pandilla, somos un club, somos una familia. Queremos que la gente nos conozca, que conozcan un poco más de la cultura. Todos tenemos nuestros trabajos y esto es familiar y fomentamos en las nuevas generaciones que lo de las pandillas quedó atrás, ahora es puro amor a la cultura lowrider”.

Sobre ese tema y fuera de grabación, varios de los miembros del club comentan que la cultura lowrider les ha servido para canalizar sus energías e intereses, lo que les ha permitido alejarse de la “loquera”; es decir, las drogas, el alcohol y el pandillerismo. Así, quienes tienen una bicicleta, dedican su tiempo libre y parte de sus ingresos a mejorarla hasta dejarla como quieren, aunque rara vez se llega a estar satisfecho con el resultado puesto que siempre habrá cosas que arreglar o mejorar, nuevos aditamentos que instalar, nuevas bicis que armar.

La cultura lowrider es una de tantas que tienen presencia en Morelia y que hasta conviven en el Centro Histórico, y son conscientes de ello. Pero al no ser pandilleros ni generar conflictos con nadie es que también apelan al respeto de las demás personas, como señala Elizabeth Hernández, porque reconocen y respetan a la diversidad que nutre a Morelia: “En Morelia hay muchas culturas, como los patinetos, las bicicletas… hay muchos. Nosotros respetamos cada una de sus culturas, cada uno de sus estilos, no nos metemos en problemas y queremos que la gente vea que, aunque nos vean así, no andamos en pandillas. La nuestra es una cultura que es familiar. No representamos las cosas malas de la calle, nosotros somos una familia, así nos queremos, nos respetamos y así queremos que también nos respeten las demás personas”.

CULTURA LOWRIDER Y FAMILIA

Elizabeth Hernández es miembro del club, pero también es esposa y madre y toda su familia vive inmersa en esta cultura, lo cual es motivo de orgullo porque “así nacimos, así crecimos, nuestros hijos también llevan nuestra cultura. El más chico tiene 5 años y también pertenece al movimiento”. Y aunque reconoce que aún persisten los estigmas y prejuicios, no le importa: “Nosotros nos sentimos a gusto con nuestra vestimenta, a veces hay críticas pero ya estamos acostumbrados a que nos vean feo, que nos critiquen. Gracias a Dios nosotros trabajamos. Mi esposo y yo nos dedicamos a la venta de ropa chola y ya la gente nos conoce, somos Tony Dickies y Liz La 13, y así es como nosotros vivimos. Me da mucho gusto estar en este movimiento, me siento orgullosa de todo esto”.

Hay ideas que los miembros del club ponen en claro durante toda la entrevista: no son una pandilla, son personas de trabajo que aman una cultura y a ella dedican parte de sus ingresos porque no es barata y además muchos de ellos son padres de familia, esposas y esposos. Además, el respeto entre ellos y hacia afuera es básico. Pero algo en lo que se insiste es en lo que se conoce como “carnalismo”, o sea que, más que compañeros, se asumen como una gran familia.

Sobre este último punto, el Gato nos confía: “Entre nosotros mismos nos ayudamos si pasa alguna cosa. Por ejemplo, empezando el año murió mi mamá y ellos me apoyaron. En Día de Reyes juntamos juguetes y les regalamos a los niños, hemos ido al Hospital Infantil a ayudar a las personas que están ahí”.

Y finaliza: “Y es que no somos malas personas, sólo nos gusta la cultura de la baicas, pero somos personas tranquilas, somos una familia, todos somos personas de bien y nos apoyamos. Esto lo digo para que las nuevas generaciones vean que las pandillas ya no existen”.