Las vírgenes de guerra: el culto guadalupano en Jiquilpan

La Virgen de Guadalupe, para los insurgentes, y la Virgen de Los Remedios para los realistas, fueron un importante estandarte de identidad en el movimiento armado de 1810.

Foto: Especial.

José Luis Ceja Guerra / La Voz de Michoacán

Jiquilpan, Michoacán. En otros años, apenas caer la tarde del 11 de diciembre, la víspera de la fiesta en honor a la Virgen de Guadalupe, los hombres del pueblo se congregaban en el estadio municipal, desde las gradas del inmueble deportivo se veía crecer el tapiz de faroles verdes, blancos y rojos, las antorchas y los alares móviles que se aprestaban para la peregrinación en la que ya entrada la noche casi 11 mil gargantas gritaban vivas a la Virgen, al Cristo, al pueblo mientras la enorme serpiente de luz con miles de piernas recorre calles y barrios hasta llegar al Santuario para comenzar con los festejos.

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El elemento preponderante es la religión y quizá fue este elemento el que logró unir a indígenas, negros y criollos de la Nueva España en la lucha de emancipación. El uso, en diversas formas de los símbolos religiosos fue primero para los conquistadores casi una garantía para someter a las razas naturales pues desde 1533 pasaron por la región Ciénega y hombres de sayal encabezados por Fray Juan de Padilla.

Foto: José Luis Ceja.

“En las partes pobladas de las Provincias de Ávalos (actuales límites entre Jalisco y Michoacán en la sierra) destruyeron ídolos, erigieron templos y capillas y predicaron el cristianismo”.

De hecho, la religión, aún antes de la llegada de los españoles a este continente, se significó en un pretexto ideal para las guerras y los sacrificios en la llamada xochiyaoyotl  o Guerra Florida de los pueblos nahuas: “Se dijo que la Guerra Florida tuvo como objeto la obtención de prisioneros para el sacrificio y que descartaba el vencimiento de las partes, ejércitos o pueblos involucrados en la refriega”.

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Era pues un acuerdo pactado entre los grupos en pugna con el tema central de tener material para ofrendar sacrificios humanos a sus respectivas deidades. La religión, propia de los indígenas y la introducida luego por los españoles logró forjar primero el nacimiento del imperio azteca junto al nopal con el águila: “barrieron al pie del mismo e hicieron un altar de tierra para su deidad tutelar Huitzilopochtli”.

Foto: José Luis Ceja.

Xochiyaoyotl no sólo implicaba la obtención y sacrificio de los prisioneros sino también el devorar su carne, beber su sangre y exhibir los huesos del vencido como un acto de retribución alimentaria de los hombres hacia el sol, actos muy alejados de los principios éticos que proponía el judeocristianismo.

En este marco de sacrificios rituales, la misión de los hombres de Hernán Cortés al arranque de la Conquista no es otra que predicar el Evangelio a fin de llevar con ello la conversión a todo ser humano.

A lo largo de la dominación española en México la iglesia tuvo un papel primordial y fue consulta obligada en las decisiones de las autoridades civiles de la Colonia y de los pueblos como Jiquilpan, situado entonces al pie de un monte llamado Apanaxán hasta donde llegaban las aguas del mar chapálico: “Los franciscanos comenzaron a levantar su primitivo templo y su convento para la evangelización de los naturales”.

Escuelas, templos, conventos y hospitales fueron fundados por los hombres de fe en todo el territorio; hombres y nombres como los de Fray Jacobo Daciano, Fray Juan de San Miguel y fray Alonso de Pineda alcanzaron su lugar en la historia merced a la construcción de templos que a la postre servirían para dar nombre castellanizado a poblaciones como Xiquilpa-Huanimban San Francisco.

Foto: José Luis Ceja.

Cómo única medida de escape a la concepción del infierno que implantaron los españoles entre los temores más brutales de los indígenas, la iglesia, a los ojos de los naturales guardaba proporciones de poder superiores al Virrey y al mismo Rey de España.

La iglesia era la fuerza hegemónica que decidía prácticamente todo en la vida de los sujetos pues administraba las tierras y otorgaba o no préstamos a los individuos para que realizaran sus actividades económicas: “llegando al extremo de que casi todas las personas que contaban con una mínima capacidad económica debían dinero a la iglesia”.

Es así a partir de la Conquista, iglesia y estado fincaron las bases de la organización política y eclesiástica de las regiones ocupadas, pero “cada quien, la Corona Española y la Iglesia católica, rezaría para su santo”.

Foto: José Luis Ceja.

Principal arma para el sometimiento de las razas naturales, la religión y la construcción de símbolos religiosos se volvió contra la Corona en las cercanías de 1810 pues los criollos, hijos de españoles nacidos en América, encontraron en la construcción de estos símbolos el material que pudiera amalgamar las ansias de libertad, vida y poder de indios, mestizos, negros y criollos.

En ese sentido y de acuerdo a Francisco Covarrubias y Alejandra Ojeda, el acierto político más importante del grupo criollo haya sido la construcción de la imagen y el símbolo de la Virgen de Guadalupe que se convirtió en el símbolo protector de los Insurgentes.

“En el momento de la separación política de España, la Virgen de Guadalupe encontró su máximo estatus como símbolo político y religioso de los mexicanos”.


VÍRGENES DE GUERRA

Amparados insurgentes y realistas las imágenes de las Vírgenes de Guadalupe y de Los Remedios, respectivamente, se constituyeron en figuras relevantes en el movimiento armado de 1810 ya que en el Siglo XIX se buscó personificar en las imágenes sagradas las luchas ideológicas de realistas e insurgentes dando así una visión maniquea de esta lucha en la que corresponde a “la Virgen de Los Remedios el partido de los gachupines mientras que la de Guadalupe tomaba el de Hidalgo”.

De hecho, el culto a la Virgen de Los Remedios, Cocotzin (Señora niña) es el más antiguo de los cultos marianos en la Nueva España de acuerdo a Francisco Miranda quien ubica la devoción a la Virgen de Guadalupe, Tonantzin (madre) como el segundo culto mariano en antigüedad.

La división entre los habitantes de la Nueva España durante el movimiento insurgente se acrecentó con el factor religioso ya que se dio un franco antagonismo entre los partidarios de cada uno de los cultos.

Foto: José Luis Ceja.

En ese sentido, la diferencia de la fortaleza de cada uno de los ejércitos confrontados a partir de 1810 pudiera medirse más en la autenticidad de sus estandartes religiosos que en el número de combatientes.

La Virgen de Los Remedios, llamada también “La Generala” por la usanza de ataviarla con el uniforme realista y la Virgen de Guadalupe identificada desde el inicio de su culto con la gente de tez morena dieron otro color a la revuelta emprendida en estas tierras por los criollos quienes desde el inicio marcaron la rebelión como pro Guadalupana y pro Fernandista.

Durante estos años de la Guerra de insurgencia y en el momento de la separación política de España, la Virgen de Guadalupe encontró su máximo estatus como un símbolo religioso y político de los mexicanos”.

Para algunos historiadores el acierto político más importante del grupo criollo de la Nueva España fue la construcción de la imagen de la Virgen de Guadalupe como un símbolo integrador que lograba satisfacer las necesidades espirituales de los indígenas y fundamentaba la idea de que el pueblo mexicano era distinto al español.

Mientras el carácter pro imperial de la Virgen de Los Remedios se remonta a los primeros años posteriores a la Conquista cuando Hernán Cortés derriba los ídolos del Templo Mayor para colocar en su lugar la imagen de la virgen.

Habían llegado muchos indios a quitar la santa imagen del altar donde la pusimos y que no pudieron y que los indios lo tuvieron a gran milagro”.

De esta suerte las titulares de los dos cultos marianos con mayor antigüedad en lo que hoy es México se vieron pues en bandos distintos y confrontados por cuestiones de raza, libertad y patria además de marchar como estandartes en las batallas registradas durante la gesta de Independencia.

Sin embargo, la verdadera razón del inicio de la Guerra de Independencia se constituyó más de factores sociales, económicos y políticos que por motivos de culto: la falta de alimento que comenzaba a resentir la Colonia, la debilidad de la Corona Española y el nocivo ejemplo libertario de las 13 colonias inglesas al norte de la Nueva España fueron parte de lo que construyó el anhelo de libertad económica y de aprovechamiento de los bienes locales en el grupo criollo de la Nueva España.

Pasada la revuelta las cosas no cambiaron de manera significativa ni en lo humano ni en lo espiritual; aquellos que al principio combatieron la insurgencia fueron luego emperadores como Iturbide o presidentes como Anastasio Bustamante que si bien eran criollos también fueron soldados realistas.

Foto: José Luis Ceja.

Aunque cambió la forma, el fondo de la Conquista continuó vigente, la dominación económica, social, ya no política, y sobre todo en el dogma permanecieron en las manos de los mismos grupos.

En el terreno espiritual, la evangelización, los cultos y la obligación, a veces real y a veces moral, del pueblo de sostener económicamente al clero nunca estuvieron en riesgo y como en la Guerra de Independencia aquellos que combatían por la Corona permanecen en el fervor popular como lo demuestra la más grande celebración de las comunidades de naturales de la Ciénega el 31 de mayo en honor a la Virgen de los Remedios en la comunidad indígena de Totolán del municipio de Jiquilpan: “que tenía fama, bien conquistada,  de amor a los insurgentes”.

En ese marco y ante la contingencia global de salud, los guadalupanos jiquilpenses insisten en desatender los llamados de los tres órdenes de gobierno, las autoridades de salud y aún las religiosas para llevar a cabo lo que, en su fuero interno, consideran un acto de fe impostergable.

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