Bengalas

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Gustavo Ogarrio

No volvieron a verse. El dolor en los huesos en pequeñas pero electrizantes punzadas. El interrogatorio de los pinos en el último día del año, preguntas arbóreas que bajaban por el musgo de los troncos artificiales: ¿qué hiciste con el hueco que te había dejado en la mesa? ¿ya te gustan las ciruelas y las uvas? No volvieron a verse, tampoco a decirse que el año nuevo estaba por llegar y que había que preparar una cena que comerían con cubiertos de estaño.

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Las formas más sutiles del adiós habían pasado ya en su procesión intangible de recuerdos futuros. Tendrían que haber discutido los derechos del olvido, el destino de la materia en equivocaciones que duraron muchos años con el motor encendido. La migración de las palabras que se dijeron en lo más alto de aquellas mañanas no tan tristes, no tan felices, pero que seguirán cerradas con llave para que esas mismas palabras se transformen poco a poco en esfuerzos estériles de la memoria.

No volvieron a verse y tampoco volvieron las gardenias en la ventana, los anuncios de licores en las avenidas se hicieron pinturas rupestres. Nunca más el deseo de reclamar ese otro destino que se insinuaba en la penumbra de las tiendas cerradas en el camino de regreso a casa.

Era imposible retener en alguna esquina del pasado la ebriedad de otras noches en las que también se terminaron años completos con sus maleficios de corto plazo o con sus esplendores que se desvanecían en febrero. No volvieron a verse como dos cascadas de agua interrogadas por el viento y riendo de fechorías menores o reclamándose los boletos del cine. No llegaron los abrazos del nuevo año con sus cantos sin testigos que se esfumarían ante la luz de las bengalas. El dolor en los huesos ante las preguntas de los pinos en diciembre.

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